CRISIS DE REPRESENTACIÓN
No
es la misión de la NASA sino una manoseada tesis que suelen usar algunos
dirigentes, la de “agarrar aunque sea fallo”. Ocupar los espacios, si hay más
de uno. Meter el pie para que no cierren la puerta. En fin de cuentas, “del
lobo, un pelo”. Esta versión desmejorada de la ambición política es moneda falsa,
de circulación corriente en la esfera de las migajas, tan carente de ideas como
ahíta de oportunismo.
La
tesis de obtener espacios políticos tiene varias connotaciones. Una muy
relevante es la de que los ciudadanos a través de sus representantes lograrían
espacios institucionales, como ocurrió hace poco en Venezuela, al obtenerse
algunas gobernaciones y muchos diputados a la Asamblea Nacional. El problema se
presenta cuando esos espacios no son, en rigor, de los ciudadanos sino que los
presuntos representantes usan a los ciudadanos para lograr sus cargos, pero, en
realidad, no los representan. La crisis de representación existe en muchos
países y en Venezuela también: los partidos y sus dirigentes no encarnan a la
sociedad sino que la usan para que esta les ayude a conseguir sus empleos y,
una vez obtenidos, dejan de lado a aquellos a quienes pidieron su voto o su
apoyo.
Esta
desventura tiene lugar porque los propios partidos y sus dirigentes padecen, a
su vez, una crisis de representación interna: no consultan a las bases, no
hacen elecciones libres y limpias, se escudan –como Fidel con el embargo– en
las condiciones “externas” para desarrollar una peculiar forma de
autoritarismo. Hay quienes tienen más tiempo en las direcciones de los partidos
que muchos de los dirigentes que estuvieron al mando de la república
democrática o han estado “enchufados” en la administración pública más que el
mismo Chávez.
La
crisis de representación es lo que ha generado el cortocircuito de opinión
pública con la dirección opositora. Al no haber una circulación de
representación entre el ciudadano, sus diputados y dirigentes políticos, lo que
queda son chispazos de coincidencia entre la opinión pública y los debates
parlamentarios; pero cuando el azar no contribuye, lo que restan son
desencantos, por lentitudes, desatinos y elocuencia inane.
La
única manera de resolver tanta disonancia es definir el objetivo principal:
¿salir del régimen lo más pronto posible?, ¿o marear la perdiz con un
hipotético, impreciso y lejano reemplazo de Maduro en 2019? Si no se define con
antelación el objetivo, los reglamentos y el cambio de caras no sirven para
nada.
Cuando
los representantes no representan el cambio se torna aventura inescrutable.
Carlos Blanco G.
@carlosblancog
www.tiempodepalabra.com
El Nacional
Caracas - Venezuela