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martes, 13 de julio de 2021
ACTUALIZACIÓN DE EL REPUBLICANO LIBERAL II: DIARIO DE OPINIÓN, http://elrepublicanoliberalii.blogspot.com MARTES 13/07/2021
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SOLEDAD MORILLO BELLOSO: NOCHECITA DE JULIO
CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ: LA VICTORIA DE NICOLÁS
El crimen fue describir cómo funciona exactamente el poder autoritario y sacar el debate de la falsificación propagandística. Pese a que lo declaran fundador de la ciencia política, no creo que sea una obra científica, porque los métodos de investigación y exposición de la ciencia inductivo experimental, surgirán en el siglo siguiente con Galilei, pero es empírico, no metafísico y basado en la observación. Habían pasado mil años de horrorosos desafueros de gobernantes laicos y eclesiásticos, retratados a la perfección, paradójicamente por Shakespeare y otros gigantes de la literatura. Aunque está a años luz de promover la inmoralidad, El Príncipe desnuda lo mismo que Macbeth y Ricardo III, que la moralidad del poder es otra distinta a la doméstica, y desató una reacción en cadena.
El advenimiento de la democracia limita la arbitrariedad de quienes mandan porque los somete a la Constitución y con frecuencia terminan en desgracia por violentarla, pero, aunque disminuida, la iniquidad permanece. Stalin, Mao, Castro, Hitler, Videla, Somoza, Franco, demuestran que ayer como hoy se cumple el axioma de Ashley: “el poder corrompe: el poder absoluto corrompe absolutamente”. La absolución de Maquiavelo, aunque Ud. no lo crea, se la dan grandes pensadores eclesiásticos, comenzando por los padres del liberalismo, que no son ingleses ni franceses de la Ilustración, sino curas dominicos y jesuitas de la Escuela de Salamanca en los siglos XVI y XVII. Maquiavelo niega que, en un mundo perverso, los mandatarios deban decir la verdad, ser bondadosos, justos, cristianos, respetuosos de la palabra dada y amados por sus pueblos.
La virtú en política no tiene que ver con la virtud de los griegos. Es la razón de Estado: el arte de conquistar el poder y no dejarse derrocar. Los teólogos jesuitas españoles comprenden el planteamiento y con rodeos terminan por aceptarlo, se maquiavelizan. El primero de ellos en analizarlo, Pedro de Rivadeneira, lo rechaza, pero comienza la evolución. En 1595 publica El príncipe cristiano, y su reacción es convencional: la razón de Estado hace del mandatario, que debe ser moralmente superior, un tirano, un criminal, un mentiroso y no puede ser cristiano. Luego Francisco Suárez da un gran viraje en De las leyes y el Dios legislador.
Dice que Maquiavelo creó una teoría del poder y una nueva moral política, pero que no puede articular las dos repúblicas: temporal y no temporal, la razón de Estado con los valores cristianos, y esa es la tarea. El príncipe debe garantizar el poder porque lo desempeña para proteger la comunidad que lo legitima. Pero Suárez flexibiliza el uso de la verdad: “hay que pasar del Dios engañoso del absolutismo, al Dios indescifrable… El Príncipe debe serlo… y hablar en claves cuando sea necesario”. Juan de Mariana avanza aún más en la maquiavelización jesuita. La justicia y la política nacen de dos reflexiones que no se cruzan. ¿Qué hacer cuando el poder está en juego y con él, el bien común? No hay que mentir, pero si ocultar, disimular, no se puede decir la verdad.
Baltazar Gracián fue confesor de un Virrey y vivió en la corte, no un diletante. Afirma que el hombre tiene que ser misterioso en la política porque Dios lo es: “sin mentir… no decir toda la verdad… hay que saber jugar con la verdad … no todas las verdades se pueden decir porque unas me afectan a mí (el Príncipe) y otras a los demás (la comunidad)”. En El Héroe y en El Criticón sostiene, como Maquiavelo, que “las cosas no pasan por lo que son sino por lo que parecen” y “la plebe carece del arte y no puede descifrar”. Gracián recomienda “hacer uso próximo de la mentira para llevar al pueblo por el buen camino” y defiende de las puyas de Maquiavelo a “Fernando de Aragón por ser el oráculo mayor de la razón de Estado”. Con la aceptación de la razón de Estado, el círculo de la vindicación maquiavélica por los jesuitas se cierra. Diego de Saavedra Fajardo escribe que “las palabras indiferentes y equívocas imitan al gran Creador. Quien no sabe disimular no sabe reinar... Decir la verdad sería de peligrosa sencillez”.
Carlos Raul Hernández
carlosraulhernandez@gmail.com
@CarlosRaulHer
@ElUniversal
Venezuela
LEANDRO AREA PEREIRA: LA BRUTALIDAD COMO CONSIGNA
La sociedad venezolana se asoma secuestrada a través de los barrotes de la realidad impuesta por el poder. El mundo se ha acostumbrado a mirarnos así. Maniatados de manos, pies y pensamiento, vamos dejando de existir a merced de nuestros quejosos pesares náufragos.
Da vergüenza
escribirlo, es verdad, pero ya se ha hecho costumbre afirmar que después de
tanta lucha por libertad, justicia, salud, educación, actividad productiva o
empatía con nuestros semejantes, nos hemos convertido en fantasmas inservibles
que pueblan el desván ocupado por otros trastos fracasados.
Pensar, actuar, comunicarnos
o cambiar de lugar, son ejercicios peligrosos propensos al peor de los
destierros. Ni qué decir de la indiferencia o el descreimiento que suelen ser a
veces caminos aprendidos, exilios interiores, en el adestramiento cotidiano de
la frustración colectiva.
Vivimos en el
aturdimiento de tiempos impuestos por la ignominia. En ello fantaseamos estados
de normalidad, a sabiendas a veces de nuestro auto engaño, que se distraen
entre lo memorioso de ingrávidos recuerdos personales de perfumado pasado, u
otros caminos políticos que por complacientes no hacen sino convalidar el
destino presente.
La realidad, otra vez
ese muro, se impone como catedral muda y sorda sin santos esquineros a los que
prender vela en busca de esperanza. No queda duda que la brutalidad se ha
impuesto como ejercicio social y constante; la brutalidad como fórmula; cual imposición
cultural; expresión soberbia de nuestra destrucción; paradigma adquirido por
las palabras, los gestos, los sentidos; obra y maniobra para hacer posible e
imponer la condición de esclavo-amo, el goce del premio a cambio de la
sumisión, o el juicio implacable del castigo frente a la desobediencia. La
risotada indemne de la humillación.
Lo que practicamos en
la vida real no es ejercicio de deberes y derechos, sino expresión de una
permanente insatisfacción provocada y calculada de angustia, miedo, oscuridad;
ejecutado plan desde amplias oficinas acondicionadas a tal fin.
Lo que estamos viviendo
es el desplante, el desdén de la brutalidad como forma de percibir y entender
al otro; como cartilla para que aprendas que estás a merced de los que mandan,
que ya no se sabe ni quienes, y que así se exhiben sin pudor ni matices pues se
sienten seguros en un mundo de impunidades compartidas entre cófrades,
compadres y compinches.
En esa realidad es
donde pensar es un peligroso lujo y guarecerse una necesidad impostergable. No
hay frontera segura pues el miedo ha construido territorio por doquier. Estamos
pues en presencia de selva que nos traga. Y esa brutalidad va creciendo,
exhibida o agazapada, rápida o lenta, a raudales o a cuentagotas, en ciudades y
campos, en fronteras y centros, en escuelas y parques, que ya no hay resquicio
por donde no se reproduzca su veneno. Si seguimos así dejaremos de existir
hasta como vergüenza. Seremos polvo irremediable, olvido ni siquiera.
Cómo contarle esta
debacle a los que vienen; cómo explicar que no fuimos nosotros, que esto pasó y
no construimos un válido camino, apropiado, aunque fuera, para salir de esta
maraña. Cómo no decirnos estas cosas para tratar de curarnos juntos en voz
alta, porque coreando a Don Quijote les recuerdo que por sobre todo, “…no hay
en la tierra, conforme mi parecer, contento que se iguale a alcanzar la
libertad perdida”.
CARLOS E. AGUILERA A.: ¿HUMOR EN SOCIALISMO?
careduagui@gmail.com
@_toquedediana
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
Venezuela