domingo, 5 de julio de 2020

ACTUALIZACIÓN, EL REPUBLICANO LIBERAL II, LUNES 06/07/2020

MARISOL FUCCI, PONTE EN LOS ZAPATOS DEL OTRO

Unknown en EL REPUBLICANO LIBERAL II - Hace 12 minutos
En los momentos de crisis, enfermedades, y problemas graves que atañen a todo el mundo, debe surgir en los seres humanos ese sentimiento noble que nos enseñó Dios nuestro señor, ama a tu prójimo como a ti mismo, de nada sirve estar en el mundo juzgando la vida de otros, cuando somos conscientes que cada quien tiene pensamientos y formas diferentes, de asumir los retos y luchas, a los que la vida los enfrenta. Es cierto que la realidad de nuestro mundo se ha vuelto cada vez más dura, pero también es cierto que pareciera que aun así no hemos aprendido la lección, que poco importa lo ... más »

CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ, FLORES DE LOS CADÁVERES

Unknown en EL REPUBLICANO LIBERAL II - Hace 18 minutos
Los judíos fueron invadidos, colonizados, esclavizados o expulsados de su territorio por babilonios, asirios, egipcios y romanos. Durante cuarenta años vagaron por el desierto luego de su salida de Egipto y regresan a Palestina, de donde siempre los quieren volver a echar. La primera ciudad del retorno fue Jericó, protegida por legendarias murallas de piedra. Pero bastó el trompetazo del general Josué, para que se desplomaran, y con ellas, el sentido común. No hay pasión, vicio o necesidad humana, mito falso o verdadero de la cultura occidental, que no estén expuestos con profundi... más »

AMÉRICO MARTÍN, MANOS LIMPIAS AL PODER,

Unknown en EL REPUBLICANO LIBERAL II - Hace 29 minutos
Como recordarán –espero– muchos de mis lectores, el título de mi columna de hoy, fue el lema de la campaña de mi partido cuando me proclamó candidato presidencial en 1978. Debía enfrentar a Luis Herrera Campíns, Luis Piñerúa Ordaz, José Vicente Rangel, Luis Beltrán Prieto Figueroa y Héctor Mujica. Para todos los gustos, pues. Con cuatro abanderados, la izquierda, nuestra derrota estaba cantada. Herrera, preguntando en nombre de Copei ¿donde están los reales? Y Piñerúa, con su célebre pitico, rescatado años después por Chávez para una causa deplorable, polarizaron el electorado, ini... más »

ALVARO VARGAS LLOSA, SIMÓN BOLÍVAR, EL CAUDILLO, EL POPULISMO Y LA DEMOCRACIA

Unknown en EL REPUBLICANO LIBERAL II - Hace 37 minutos
Hace diez años, escribí un libro titulado “Manual del perfecto idiota latinoamericano” con el escritor colombiano Plinio A. Mendoza y el escritor cubano Carlos A. Montaner. A menudo nos han preguntado cómo logramos ponernos de acuerdo en cada frase. Lo cierto es que no lo hicimos. Tuvimos importantes desavenencias. Como colombiano, Plinio era un gran admirador de Simón Bolívar, el héroe venezolano que liberó a su nación de España a comienzos del siglo diecinueve. Como persona oriunda del Perú, yo sentía recelos ante el hombre que había asumido el título de dictador del país donde n... más »

CARLOS ALBERTO MONTANER, BIDEN, TRUMP Y LAS ELECCIONES DE NOVIEMBRE

Unknown en EL REPUBLICANO LIBERAL II - Hace 55 minutos
El martes 3 de noviembre de 2020 habrá 12 elecciones clave en Estados Unidos. No 1 ni 50, sino 12. Esos son los “swing states”. Como los comicios, de acuerdo con la Constitución, se deciden en el Colegio Electoral y no en las urnas, voto a voto, es de acuerdo con esta peculiar institución donde se organiza la encarnizada contienda. Los “swing states” son hoy, por orden alfabético: Colorado, Florida, Iowa, Michigan, Minnesota, Nevada, New Hampshire, North Carolina, Ohio, Pennsylvania, Virginia y Wisconsin. Son estados en los que las elecciones son muy reñidas y que, por consiguie... más »

OMAR ÁVILA, “DICTADURA” NO SALE CON ABSTENCIÓN

Unknown en EL REPUBLICANO LIBERAL II - Hace 1 hora
Convocar elecciones en pandemia parece una estrategia para estimular la abstención por razones de prevención al contagio. Parte de una táctica que ha venido utilizando un régimen autoritario y hegemónico, que a lo que más le teme es al voto masivo, a la organización y movilización de esa mayoría que lo rechaza. Como decía Jorge Botti: “el líder señala rumbo, no sigue tendencias, se atreve a pensar distinto y habla sin temor al costo reputacional, aun cuando su planteamiento no tenga el respaldo de la galería que aplaude. Puede que no lo logre, pero el verdadero líder arriesga…” No... más »

MARISOL FUCCI, PONTE EN LOS ZAPATOS DEL OTRO

En los momentos de crisis, enfermedades, y problemas graves que atañen a todo el mundo, debe surgir en los seres humanos ese sentimiento noble que nos enseñó Dios nuestro señor, ama a tu prójimo como a ti mismo, de nada sirve estar en el mundo juzgando la vida de otros, cuando somos conscientes que cada quien tiene pensamientos y formas diferentes, de asumir los retos y luchas, a los que la vida los enfrenta.

Es cierto que la realidad de nuestro mundo se ha vuelto cada vez más dura, pero también es cierto que pareciera que aun así no hemos aprendido la lección, que poco importa lo que piensas y haces, si a nadie ayuda, y que mucho vale si tan solo por unos minutos te colocas en los zapatos del otro. Ya basta de juzgar y tratar sin consideración alguna a tu prójimo o todavía no te queda claro que nada del mundo, al final te pertenece, ya basta de hacernos los ciegos ante el sufrimiento ajeno, es el momento llego la hora de dejar de aprovecharnos del esfuerzo y trabajo de otros, que no es justo juzgar a todo un pueblo por el comportamiento de pocos, que la vida te devuelve lo que tu sembraste.

No te vuelvas preso del egoísmo, la ambición y el temor por lo que ocurre en el mundo, no es fácil pero ponte en los zapatos de los otros, deja salir de tus labios una sonrisa sincera y una palabra de aliento que alegre el corazón de un afligido, regala y entrega bienes a quienes lo necesitan sin hacer muchas preguntas, y publicarlo en las redes, a la hora de ofrecer un bien o servicio recuerda que no todos tienen el mismo poder adquisitivo, no tildemos a nadie de tacaño o avaro si no conocemos e ignoramos, sus verdaderas necesidades.

No te hagas el sordo, medita tus reacciones, no insultes sin antes conocer la razón o situación por la que está atravesando la otra persona, involúcrate másen los asuntos que ayuden y permitan el crecimiento y la excelente forma de vida en tu hogar y comunidad. Nunca olvides que, si te pones en los zapatos del otro, seguramente por un momento podrás experimentar lo dura que puede llegar hacer, la vida sin una mano amiga. En lo posible borra de tu mente, y hecha en un bote de basura todo aquello, que no deja emerger lo mejor de tú ser, intenta olvidar al momento de entregar o servir a alguien cuál es su preferencia política, nacionalidad, color de piel, situación económica, pecados o comportamiento, recuerda que Dios tiene la última palabra.

Ponte en los zapatos del otro y te aseguro que sentirás que tu vida cobra mayor sentido, y podrás experimentar cambios, que lograrán una reacción en cadena y permitirán hacer de este mundo, un maravilloso sitio para vivir. Donde lo fundamental será el respecto por la vida y no juzgar sin primero escuchar, ayuda, sirve y no olvides que algún día alguien pude estar en tus zapatos. No existe sufrimiento grande, que no pueda ser superado con una mano amiga en el momento justo y adecuado, que no importe el tamaño del zapato sino la vida y la dignidad de quien lo usa.

Marisol Fucci
marfucci@gmail.com
@marfucci
@ElUniversal 

CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ, FLORES DE LOS CADÁVERES

Los judíos fueron invadidos, colonizados, esclavizados o expulsados de su territorio por babilonios, asirios, egipcios y romanos. Durante cuarenta años vagaron por el desierto luego de su salida de Egipto y regresan a Palestina, de donde siempre los quieren volver a echar. La primera ciudad del retorno fue Jericó, protegida por legendarias murallas de piedra. Pero bastó el trompetazo del general Josué, para que se desplomaran, y con ellas, el sentido común. 

No hay pasión, vicio o necesidad humana, mito falso o verdadero de la cultura occidental, que no estén expuestos con profundidad en la Biblia. El mito de Jericó salta en la conciencia colectiva. La moraleja: por fuerte que parezca un enemigo, el azar o la necesidad gratifican al héroe, y no hay montaña lo suficientemente alta para él. 

La frase de Burke, ya entre los manoseados lugares comunes, se inscribe en esta visión ingenua: “para que ganen los malos solo se necesita que los buenos no hagan nada”. Para sacarla de su inutilidad, requiere una acotación esencial “que los buenos no hagan nada, o lo que hacen, lo hagan mal”. Así la dotamos de sentido político, porque la voluntad, el valor, el sacrificio, solo son útiles en un plan ganador.

¿Es Fidel Castro uno de los políticos más geniales de la historia o un irresponsable al que las cosas le salieron bien por obra de la fortuna? Su audacia y su valor extremos lo llevaron a asaltar con un pequeño grupo de muchachos, una fortaleza militar, el cuartel Moncada en Santiago el 26 de julio de 1953, en acción simultánea, aunque poco conocida, contra el cuartel Céspedes en Bayamo. 

Seis años no es nada

Cualquier estudioso de la política, polemólogo o estratega, las hubiera considerado locuras, pero gracias a ellas Castro se proyectó mundialmente como el jefe de la revolución que nacía en Cuba y estuvo muy poco tiempo en prisión. En 1956 da otro salto mortal sin malla protectora, con la invasión a Cuba en el yate Abuela, aunque Batista conocía el plan perfectamente. 

Pese a que el ejército los esperó para masacrarlos (de ochenta y dos quedaron apenas 19 vivos) derrocaron al gobierno en año nuevo de 1959 (apenas seis años después). Algunos piensan que se debió a la suerte, pero la aplastante evidencia de que se mantuvo en el poder 57 años bajo asedio, hasta su muerte, permite evaluarlo como uno grandes cerebros político militares de todos los tiempos. 

Su genialidad dedicada al mal lo hace demiurgo de uno de los totalitarismos más crueles y longevos creados por el hombre. El error fundamental de los consumidores de mitos es confundirlos con la realidad como suele pasar en la subconciencia colectiva. Basta el tour de force, un acto heroico, el impromptus de un iluminado, la llegada de Sigfrido o Lancelot, para que el mal se venga abajo. 

En Casino Royale luego de asestar un golpe brutal a Bond (Daniel Craig) por los genitales, el torturador Mad Mikkelsen le pregunta -“¿Qué te pareció?” -y el responde -“Mal. Me picaba la otra, no esa”. En la vida real cuando el héroe se marchita, el entusiasmo se torna decepción, aunque sobreviven brigadas de fanáticos de culto, pobres de espíritu que prefieren romper con el mundo real y no con la ilusión, convertidos en sicarios morales (o reales) de los que revelan la desnudez del rey Momo.

Se aprovechan de mi nobleza

Ahora que las revoluciones terminaron en el estercolero de la historia, muchos seudo demócratas se hacen neo revolucionarios “de derecha” y cargan su trompeta de Jericó, sacada de una piñata, en el bolsillo. Como diría el destructor comunicacional, en su bolero de Raquel o Ravel, “sin rebelión no hay intervención”. Lo zamuros esperan que, entre el socialismo, las sanciones y el coronavirus provoquen una mortandad general, para venir a cogerse el poder saltando sobre los cadáveres en las calles. 

Jamás había leído ni escuchado una declaración de intenciones tan cínica, cruel y carente de humanidad y eso nos hace saber sus intenciones por si alguien las dudara, sobre todo para los simples que aún creen. Demasiadas tortas recientes debían servir para que los interfectos revisen las empacaduras de sus cajas craneales, arreglen botes de aceite y bielas dañadas. Solo mentes fundidas ponen la esperanza de su mañana en la miseria y la muerte de compatriotas.

Piensan que esos cadáveres serán excelente abono para el rosal de sus futuros éxitos y a nosotros corresponde trabajar arduamente para que ese destino no nos alcance. En algún recoveco de la fisura de Rolando, el mito sustituye al pensamiento e imagina a los adversarios correteados en las calles, perseguidos por la justicia popular, por los buenos. Es la “explosión social”, la versión marxista del 27-28F. “el día que bajaron los cerros” (“la gente pronto explotará” dice el pitecantropus comunicacional).

Y aunque efectivamente las masas estaban en las calles, no iban tras la revolución ni de un mundo nuevo, sino de computadoras, televisores, neveras, sexo. Solo la infinita irresponsabilidad de los grupos dirigentes pudo otorgar jerarquía ética a aquel deslave de ladronería, de las más sórdidas tendencias de la condición humano animal. Conviene bajarse de la nube de que eso va a ocurrir y va a saltar el héroe justiciero y gritará “¡no contaban con mi astucia¡”.

Carlos Raul Hernandez
carlosraulhernandez@gmail.com
@CarlosRaulHer
@ElUniversal

AMÉRICO MARTÍN, MANOS LIMPIAS AL PODER,

Como recordarán –espero– muchos de mis lectores, el título de mi columna de hoy, fue el lema de la campaña de mi partido cuando me proclamó candidato presidencial en 1978. Debía enfrentar a Luis Herrera Campíns, Luis Piñerúa Ordaz, José Vicente Rangel, Luis Beltrán Prieto Figueroa y Héctor Mujica. Para todos los gustos, pues. Con cuatro abanderados, la izquierda, nuestra derrota estaba cantada.

Herrera, preguntando en nombre de Copei ¿donde están los reales? Y Piñerúa, con su célebre pitico, rescatado años después por Chávez para una causa deplorable, polarizaron el electorado, iniciándose así un nuevo ejercicio presidencial copeyano.

No obstante, los de la izquierda de entonces, adversarios jurados –y con frecuencia gratuitos– de AD y Copei, desterramos el gárrulo lenguaje del odio, la venganza y las amenazas destempladas y abordamos nuestra modesta campaña en la forma más civilizada y digna posible, pero también sin miedo y sin ocultar las fallas ostensibles del adversario. Habíamos sido educados por las generosas lecciones de la unidad nacional y por los compromisos de decencia firmados al pie del Pacto de Puntofijo.

De ahí nació la consigna Manos limpias al Poder, que si bien sugería que no lo fueron las que ejercieron el poder anterior, se mantuvo dentro de los límites de respeto al contrario.

Reeditar aquel slogan tan exitoso y bien recibido por los venezolanos de todas las tendencias, tiene un alcance y densidad mayores en la actualidad. Alude, claro está, al miasma de los delitos contra los caudales públicos, que se multiplican con más intensidad que la pandemia que nos agobia. Se refiere, además, a la represión política, a las legiones de presos de conciencia, a los crímenes –incluso– que dejan a su paso los cuerpos de seguridad. Y a la ineptitud crasa en el ejercicio del poder por mandatarios inescrupulosos que destruyen las riquezas del país y no entienden las reglas más elementales para conservar relaciones apropiadas con el mundo.

La respuesta del oficialismo a las sanciones de la Unión Europea, de tan insólita torpeza, han llevado al límite las relaciones diplomáticas y comerciales con esa parte tan decisiva del mundo. Adicionalmente, la república eslovaca se unió a los países que reconocen a Juan Guaidó como presidente interino. Son desplantes reveladores de que Miraflores no sabe en qué mundo está parado, lo cual significa un riesgo muy serio para todos los venezolanos.

*Lea también: La entrevista inusitada, por Carolina Espada

Por ejemplo, la justicia británica terminó por decidir que es Juan Guaidó quien tiene el poder y la legitimidad de acceder al oro venezolano que guarda en sus bóvedas el Banco de Inglaterra. Obviamente, los desplantes contra la UE contribuirían a favorecer semejante decisión.

En resumen, Manos Limpias significa un cambio democrático y pacífico de gobierno para el restablecimiento del estado de derecho, la libertad y la prosperidad de nuestra maltratada Patria.

Este deterioro generalizado pone en cuestión el presente y el futuro del socialismo del siglo XXI. Es posible que sus mejores consejeros le hayan enfatizado la necesidad de insistir en elecciones libres para aprovechar el amplio rechazo en muchos sectores de la oposición a la participación en los comicios parlamentarios, lo cual configuraría un esquema que juzgan el mejor posible para Nicolás Maduro: apoderarse de la bandera electoral que miran con desdén tantos opositores democráticos y por lo tanto partidarios, por naturaleza, del cambio pacífico electoral.

Graciosa paradoja: el gobierno de la violencia esgrimiendo la vía pacífico-electoral y la oposición democrática empujada contra natura a rechazarla. ¿Cómo pudo suceder? Por declarar la abstención en nombre de un fraude que, aunque pudiera estar en varias cabezas del régimen, no se ha consumado aún. Abstenerse sería una forma de regalar la Asamblea Nacional, el más importante y mundialmente reconocido de los poderes públicos.

Afortunadamente el diputado Omar Barboza, de Un Nuevo Tiempo y del G4, ha puesto de pie lo que estaba de cabeza. Ha dicho que la oposición quiere participar, desea y lucha por hacerlo pero, en sintonía con el mundo democrático, exige condiciones de transparencia, lo cual configura un planteamiento completamente diferente, pues, la alternativa democrática presionará al oficialismo para que realice elecciones creíbles y universalmente observadas. Es un paso adelante, sin duda. Le corresponderá a Maduro decidir qué entiende por elecciones libres y afrontar las consecuencias.

Entendamos que hay nuevos factores en el oficialismo y sus vecindades que le temen a las consecuencias de la tozudez antidemocrática en un ambiente que se deteriora a ojos visto.

No puedo asegurar que haya elecciones pero, con la simpatía mundial es el mejor momento para avanzar en esa dirección. Por eso, la alternativa democrática desea gobernar con manos limpias, con democracia para todos –incluso– para muchos de los que la han hundido.

Américo Martín
amermart@yahoo.com 
@AmericoMartin
@DiarioTalCual

ALVARO VARGAS LLOSA, SIMÓN BOLÍVAR, EL CAUDILLO, EL POPULISMO Y LA DEMOCRACIA

Hace diez años, escribí un libro titulado “Manual del perfecto idiota latinoamericano” con el escritor colombiano Plinio A. Mendoza y el escritor cubano Carlos A. Montaner. A menudo nos han preguntado cómo logramos ponernos de acuerdo en cada frase. Lo cierto es que no lo hicimos. Tuvimos importantes desavenencias. Como colombiano, Plinio era un gran admirador de Simón Bolívar, el héroe venezolano que liberó a su nación de España a comienzos del siglo diecinueve. Como persona oriunda del Perú, yo sentía recelos ante el hombre que había asumido el título de dictador del país donde nací. En un momento dado, la discusión sobre Bolívar se tornó tan severa que parecía que tendríamos que desistir del capítulo sobre el nacionalismo, en el cual Bolívar--un hombre menudo que bebía poco, bailaba como un dios, jamás fumó, tenía predilección por la hamaca, era un erotómano incurable y apenas empleaba el benigno "carajo" como palabrota--era una figura central. Pero sin ese capítulo, no había libro. Al final, ambos hicimos concesiones para salvarlo.

Este es el tipo de pasiones que Bolívar, el libertador de cinco países sudamericanos (seis si se toma en cuenta a Panamá, que formaba parte de Colombia) sigue despertando. Ni siquiera dos sudamericanos de ideas afines son capaces de coincidir respecto de si fue un gran padre fundador que se adelantó a su época o una de las razones por las cuales América del Sur, dos siglos después de la independencia, vive todavía una infancia política y económica. Mi propia opinión de él se ha vuelto ligeramente más benigna, aunque insisto en que el Libertador fue, además de una fuerza de la naturaleza en términos militares, un déspota peligroso que no comprendía que la mejor manera de evitar aquello que temía--el faccionalismo y la sublevación étnica y clasista contra la elite criolla--era el Estado de Derecho y no un caudillismo ilustrado y autoritario.

La nueva biografía de Bolívar de John Lynch es comprensiva con su personaje--más comprensiva, creo yo, de lo que se justifica por la evidencia que ella misma presenta; pero está impecablemente investigada, es excepcionalmente honesta y genuinamente equilibrada, y está muy bien escrita. La conclusión general a la que nos lleva Lynch es que los fracasos de Bolivar se debieron a factores ajenos a su control, que la gesta del líder de la independencia fue víctima de los tiempos que le tocaron vivir. No estoy tan seguro de esto. Aún cuando superaba a sus pares en muchos aspectos y fue el indiscutible arquitecto del fin de la era colonial, Bolívar personifica el pecado original de las repúblicas latinoamericanas: elitismo, autoritarismo y una pasión sin parangón por lo que denominamos ingeniería social. Bolívar, quien comenzó a luchar por la independencia en 1810 y murió en 1830 solitario, repudiado por las naciones a las que había liberado y desgobernado, fue un mejor imitador de Napoleón que de las instituciones británicas a las que tanto admiraba, un líder en quien el instinto militar ansioso de gloria y orden y el instinto civil favorable a las instituciones de largo plazo convivían en desigual proporción, de modo que el primero doblegó al segundo.

Bolívar fue ciertamente mucho “mejor” caudillo que los demás: más estratégico, visionario, instruido. Pero ocupa un sitial en los anales del caudillismo de América Latina, y el caudillismo es todavía el corazón del problema latinoamericano. Bolívar habría merecido más consideración si hubiese fracasado intentando establecer repúblicas liberales, promoviendo la movilidad social y propiciando la integración desde abajo, en lugar de concentrar el poder en nombre del orden social y dedicar su tiempo a grandiosos -y verticales- proyectos de integración supranacional entre precarios estados sudamericanos forjados sobre sociedades altamente estratificadas.

No hay duda de que Bolívar fue un genio militar, pese a su escasa preparación. Viajó unos 120.000 kilómetros (más que Colón o Vasco da Gama) a través de picos y valles, aprendiendo de sus derrotas, siempre contraatacando, reclutando soldados y reuniendo recursos como fuera posible, explotando las debilidades de sus enemigos y empleando la velocidad para doblegar a fuerzas superiores. Tras dos tentativas fallidas --en 1810 y 1813-- de establecer una república venezolana independiente, regresó de su exilio en Haití en diciembre de 1816 para intentarlo de nuevo. Hacia finales de 1819, Bolívar había liberado a Venezuela y Colombia (por entonces llamada Nueva Granada) y creado una república que comprendía a esos dos países más Ecuador, que todavía se encontraba en manos españolas. En 1822, liberó a Ecuador, eclipsando a José de San Martín, que había liberado a Argentina y Chile, declarado independiente a Perú y puesto los ojos en Guayaquil. En 1824, Bolívar siguió adelante para completar la liberación de Perú antes de sellar la independencia de Bolivia el siguiente año.

La audacia estratégica de Bolívar, combinada con un talento para escoger buenos generales --como Francisco de Paula Santander y especialmente Antonio José de Sucre-- hicieron de él un dirigente irresistible. Como líder militar, tenía fuego en el estómago: él mismo habló del “demonio de la guerra” que lo consumía y de su determinación por ganar de cualquier forma. Pero, por desgracia, el genio militar fue un utópico político y, por ende, un fracaso. Sus grandes designios terminaron en lágrimas. Hacia 1830, Colombia, Perú y Ecuador se habían separado; su intento por crear una confederación andina terminó en una guerra entre varias naciones; y el congreso de Panamá que concibió como el primer paso hacia una federación que abarcase a todo el hemisferio y coordinase la política exterior y resolviese disputas regionales colapsó casi tan pronto como fue inaugurado en 1826.

Pero el “fracaso” de Bolívar no es el problema. Los defensores de Bolívar celebran, más bien, el hecho de que fracasara tratando de unir a América del Sur porque esa derrota hace de él un mártir y convierte a sus enemigos en una versión precoz de la conspiración reaccionaria del siglo veinte contra la revolución progresista. El verdadero problema de Bolívar reside en algunas de sus grandes metas y en su comportamiento político.

Lynch admite que el sueño bolivariano de unir a los distintos países era "ilusorio", pues subestimaba el poder del faccionalismo; pero justifica el esfuerzo de Bolívar por ser un líder supranacional basándose en las necesidades políticas de la hora. "Entendió que la liberación de Venezuela y Nueva Granada no podría ser alcanzada por separado, teniendo en cuenta la capacidad de España para explotar la línea divisoria ...," escribe Lynch. "Un frente unificado tenía entonces que ser protegido contra la contrarrevolución española desde el sur y por lo tanto Ecuador tenía que ser conquistado e incorporado a la unión". Es una interpretación benevolente. Bolívar era un hombre en busca de gloria (dijo que odiaba gobernar tanto como amaba la gloria) con pasión por los asuntos militares que aborrecía la administración y que por tanto desatendió los asuntos de Estado, dejándoselos a sus vicepresidentes para poder continuar con sus aventuras militares. Después de convertirse en presidente de la república de Colombia (conformada por Venezuela, Nueva Granada y buena parte de Ecuador), dejó a cargo a su vicepresidente y no regresó durante cinco años. En ese tiempo, exasperó al gobierno colombiano con constantes solicitudes de dinero del que éste ya no disponía para financiar sus campañas. En medio de esas campañas, se las arregló para enviar cartas dando su opinión sobre toda clase de cuestiones políticas y administrativas de las que se encontraba muy lejos.

En su "Manifiesto de Cartagena", en 1812, Bolívar había hablado de "repúblicas etéreas " en las que las instituciones son edificadas, tal como nos lo recuerda Lynch, sobre "principios abstractos y racionalistas muy alejados de la realidad concreta y de las necesidades de tiempo y lugar". Murió en diciembre de 1830, quebrado y desterrado de su país de origen, refugiado, irónicamente, en la casa de un adinerado español en el norte de Colombia, después de que una serie de rivales políticos explotaran su intento fallido de hacer que la nueva constitución reflejase sus propios intereses políticos y de su efímera asunción de poderes dictatoriales. Para entonces, el legado institucional de Bolívar era precisamente eso: etéreo, alejado de la realidad, una hoja de parra que encubría la autoridad del dictador. "Bolívar no era por naturaleza un dictador", sostiene Lynch, "y no buscaba el poder absoluto como estado permanente". Esto también suena excesivamente benévolo respecto de un hombre que asumió poderes dictatoriales en Caracas en 1813, en Angostura en 1817, en Lima en 1824 y, finalmente, en Bogotá en 1828 después de que fracasara su intento por reformar la constitución de Colombia adoptada en 1821. (Puede discutirse, en cambio, si asumió o no facultades autoritarias en Bolivia durante un muy breve periodo en 1825).

Lynch sugiere que "criticar a Bolívar ... por no ser un demócrata liberal en vez de un conservador absolutista implica dejar las condiciones fuera del argumento". Agrega que de Bolívar "no podía esperarse que consiguiese generar un orden completamente nuevo en la sociedad y la economía dado que éstas estaban fundadas en base a condiciones de largo plazo enraizadas en la historia, el contexto y el pueblo, y no podían ser desafiadas fácilmente por la mera legislación". Una cuestión significativa parece haber quedado de lado aquí: Bolívar no intentó realmente establecer un Estado de Derecho. Sus acciones contribuyeron a ese "caos" general del cual Lynch considera que fue víctima.

Consulté la opinión del historiador Elías Pino Iturrieta, una de las autoridades más respetadas de Venezuela con respecto a Bolívar. Bolívar fue “un aristrócrata bien informado de las tendencias liberales”, me dijo, “pero distanciado del pueblo en términos abismales”. En su carta de Jamaica, en 1815 -explica el historiador-, Bolívar habló de "un nuevo género humano" destinado a ser libre, pero incluía solamente a los aristócratas. Mantuvo esta postura hasta su discurso ante el congreso de Angostura en 1819, cuando confesó su republicanismo y habló de ciudadanía. Mas luego insistió en que los candidatos a la ciudadanía eran ineptos debido a la cultura española. A eso se debe que desease un senado hereditario y un "poder moral" (una cuarta rama gubernativa) cuyo objetivo fuese hacer que los criollos blancos enseñasen virtudes sociales al resto. Aunque sus ideas no eran compartidas por las elites liberales, intentó una reforma institucional que lo hubiese convertido en el "padre de familia" en torno a quien habría girado el destino de la sociedad.

Cuando Bolívar regresó a Colombia tras su largo periplo por Ecuador, Perú, y Bolivia, intentó cambiar la constitución e introducir elementos autoritarios como la presidencia vitalicia y la senaduría hereditaria. Coqueteó también con la idea de coronarse rey. Al final no lo hizo y merece admiración por haber contenido las ínfulas de sus simpatizantes. Pero hay prueba escrita--y Lynch hace referencia a ella— que indica que no era del todo reacio a la idea monárquica (en este aspecto, como en muchos otros, no debe ser comparado con George Washington) y que permitió a los monárquicos considerarla durante demasiado tiempo, fomentando por consiguiente pasiones enardecidas.

José García Hamilton, un estudioso argentino de Bolívar, considera que el Libertador fue consistentemente dictatorial: “En su carta desde Jamaica (1815) y en la Convención Constituyente de Angostura (1819), Bolívar postula un sistema político con presidente vitalicio, una cámara de senadores hereditarios integrada por los generales de la independencia...La Convención de Angostura no aprueba este sistema para Venezuela ni tampoco la aprueba para Nueva Granada la siguiente convención de Cúcuta, pero luego Bolívar, en la flamante Bolivia, redacta personalmente una constitución con esas características, que luego es aprobada para el Perú. Luego pretende que ese sistema se extienda a la Gran Colombia, pero Santander rechaza que esa sanción se haga mediante atas populares, por no ser un procedimiento legal. “No será legal”, contesta Bolívar, “pero es popular y por lo tanto propio de una república eminentemente democrática”.

Hay algo de cierto en la afirmación de García Hamilton de que Bolívar "fue el creador del populismo militar en América Latina, al cual Santander en Bogotá y Bernardino Rivadavia [el presidente de Argentina] en Buenos Aires se oponían". Agregaría que Bolívar menospreciaba a los caudillos y caciques locales que se interponían en su camino solamente cuando éstos no satisfacían sus propósitos. De lo contrario, estaba feliz de ser su aliado. El propio Lynch señala que en 1821 Bolívar "emitió un decreto que en efecto institucionalizaba el caudillismo" mediante el establecimiento de dos regiones político-militares, una al este y la otra al oeste, controladas por dos caudillos que más tarde lo atormentaron a él y al país. Ambos usurparon grandes extensiones de tierra y crearon virtuales dictaduras en sus respectivos feudos.

Bolívar entendía bien las realidades políticas de su época. Arremeter contra todos los caudillos y caciques locales no era una opción. Pero muy a menudo les hizo concesiones que iban más allá de lo que la necesidad política exigía. Hacia el final de su vida, Bolívar se alió con José Antonio Páez, uno de los caudillos a los que había legitimado en 1821, contra los esfuerzos de Santander por institucionalizar la república de Colombia. Santander tenía muchos defectos, pero estaba apuntando en la dirección correcta; Páez era un típico caudillo.

Otros historiadores tienden a coincidir con el tipo de argumento que brinda Lynch en apoyo de los esfuerzos políticos de Bolívar. La historiadora venezolana Inés Quintero me dijo que “su fracaso político se debe a la complejidad de las contradicciones que desató el proceso de independencia. No creo que la dimensión y envergadura de los conflictos que se originaron con la independencia podían ser atendidos ni resueltos de inmediato. Bolívar era un ilustrado con todo lo bueno y lo malo de la Ilustración”.

Pienso que Bolívar agravó en vez de contener esas fuerzas anárquicas y violentas desencadenadas por la lucha independentista. Estaba obsesionado con evitar la pardocracia --una revolución de los mestizos, pardos y negros contra las elites blancas que siguieron gobernando tras la independencia. Siempre había sido consciente de esta división social y de la desventaja numérica de su raza y su clase en una sociedad en la que los negros, mestizos e indios constituían tres cuartas partes de la población. La rebelión de José Tomás Boves y sus sanguinarios llaneros en las llanuras de Venezuela en 1814 —causa del colapso de la segunda república independiente— dejó una marca profunda en Bolívar.

Vivía también obsedido por la revolución haitiana. Dessalines, el ex esclavo, había decapitado a todos los blancos que se interpusieron en su camino antes de ser asesinado en 1806; una guerra civil había producido luego un régimen despótico en el norte y uno más moderado en el sur. Bolívar hablaba en distintas ocasiones acerca de su temor a que una guerra de colores pudiese destruir la república. La obsesión con la prevención de la pardocracia en Venezuela se volvió la fuerza impulsora de todo lo que Bolívar hizo militar y políticamente, incluyendo la decisión de combatir en otros países después de la independencia del suyo, la ejecución de ex lugartenientes como Manuel Piar, su alianza con caudillos locales como Páez y, fundamentalmente, la concentración de excesivas facultades en sus propias manos.

La biografía de Lynch trata muy bien este tema a la vez que justifica el temor de Bolívar a la pardocracia. Un punto importante que no se enfatiza lo suficiente es que el gran logro de Bolívar a comienzos de la lucha independentista fue poner a los pardos, que al comienzo se habían opuesto violentamente a las elites criollas, en contra de España. Juan Bosch, el desaparecido escritor y político dominicano, dedicó un libro entero a esta cuestión, titulado “Bolívar y la Guerra Social”. Hay elementos marxistas en su argumento, pero sugiere de manera convincente que Bolivar desvió la energía de las masas de color de su objetivo inicial--las elites—hacia el enemigo común, el régimen colonial español. Estimaba que mantenerlas en un estado de guerra constante era la mejor forma de gastar esa energía y de alejarla de los líderes de la nueva república. Bosch atribuye a este temor la extralimitación militar de Bolivar. Yo agregaría que su incapacidad para soltar las riendas del poder y establecer instituciones sólidas derivaba parcialmente de esta fijación.

Antes de la independencia, la monarquía española había estado durante años del lado de las clases más bajas y promovido alguna movilidad social, lo que incomodaba mucho a los criollos blancos. Bosch sostiene que "la Guerra a Muerte", una campaña de terror anunciada por Bolívar en 1813 en la que declaraba que incluso los españoles neutrales serían ejecutados, fue un intento por parte del joven general de convertir “la guerra social”—la anarquía, como la él llamaba—en “una guerra de independencia”. A pesar de que la segunda república que resultó de ese esfuerzo fue efímera, la estrategia de Bolívar dio resultado más adelante. Su genio consistió en reencauzar hacia el enemigo la hostilidad popular que se había desatado contra las elites.

Pero al final este encono se volvería contra Bolívar, en parte debido a que boicoteó los esfuerzos liberales por establecer instituciones durables que pudiesen controlar a estas fuerzas, y en parte porque su estructura de poder dictatorial reforzaba, a menudo sin quererlo, la estratificación social de las que esas masas se resentían. El temor a una revuelta racial y clasista llevó al Libertador a adoptar medidas absurdas, como la abolición de las comunidades indígenas en Perú. Pensaba que la abolición de esta forma de posesión comunal de la tierra y la distribución de pequeñas parcelas individuales fortalecería a los indios. Provocó exactamente lo opuesto: el rompimiento de esas estructuras abrió las puertas a través de las cuales las elites locales lograron usurpar las propiedades y concentrar la tierra en muy pocas manos.

En su libro “El Culto a Bolívar”, el académico venezolano Germán Carrera Damas sostiene que de 1812 a 1814 la guerra fue librada por los ricos, de 1814 a 1817 por los pardos y los esclavos, y de 1819 en adelante nuevamente por los ricos, los terratenientes y los monopolistas comerciales. Los caudillos se encontraban bajo su control. En algunos casos, adquirieron tantas propiedades que ellos mismos se volvieron parte de la elite rica. El desatino de Bolivar consistió en contener, en vez de abrir, las puertas de la movilidad social. No reconocía bien la separación existente entre las constituciones teóricas que él y sus hombres sancionaron y la clase de sociedad estratificada que las subyacía. En su visión elitista de la economía, los tenderos y los pequeños comerciantes eran "gente vulgar".

La riqueza estaba atada a la tierra. Como Lynch afirma acertadamente, "en Venezuela, donde la aristocracia colonial se encontraba reducida tanto en número como en importancia, las grandes fincas pasaron a manos de una nueva oligarquía criolla y mestiza, los exitosos jefes militares de la independencia". Así que las caras pueden haber cambiado, pero el sistema permaneció casi intacto, a pesar de alguna movilidad entre los pardos en los campos de la educación y el gobierno. Tras la independencia, unos diez mil blancos de ascendencia española eran los dueños de Venezuela. Medio millón de pardos y mestizos fueron excluidos, muchos de ellos hacinados por la nueva elite en las haciendas y ranchos por una paga mínima.

Algunas de las medidas tomadas por Bolívar fueron justas, como la abolición del tributo indio y de las prestaciones laborales no rentadas, pero para muchos indios esto simplemente significó tener que pagar más impuestos como ciudadanos normales. El verdadero problema residía en que en la práctica ellos no eran iguales ante la ley, eran dueños de muy pocas propiedades y no podían participar de actividades productivas y comerciales propias debido a que los derechos de propiedad dependían esencialmente de la elite gobernante. Bolívar, distraído por las cuestiones militares y obsesionado con contener a la pardocracia, nunca trató de modificar este estado de cosas. Cuando intentó alguna reforma, como en Colombia al restituir a los indios las tierras de las reservaciones, no la hizo cumplir, dejando que los legisladores y administradores lidiaran con los detalles mientras él conquistaba más tierras. Lo que ocurrió en la práctica, tal como Lynch lo demuestra cabalmente, es que la tierra fue enajenada y terminó en manos de los grandes terratenientes. Se perdió una gran oportunidad de crear una sociedad de propietarios. Sin ella, no había esperanza alguna de forjar una república liberal bajo el Estado de Derecho. Los Whigs británicos y los Padres Fundadores de los Estados Unidos, a quienes Bolivar admiraba mucho, comprendían los fundamentos de una sociedad libre de un modo que a él lo eludía.

Lynch atribuye estos defectos a la circunstancia. Pero filosófica y políticamente, las prioridades de Bolívar deberían haber sido distintas. La fijación de límites a la acción del Estado y la descentralización del poder fueron los grandes logros de los Padres Fundadores. El ominoso legado de las luchas por la independencia de América Latina fueron la concentración y la centralización del poder. Cualesquiera hayan sido los otros logros de Bolívar, y tuvo muchos, éste fue un defecto fundamental de su visión y liderazgo.

A diferencia de otros admiradores de Bolívar, John Lynch es justo con respecto de las cuatro sombras que oscurecieron su reputación entre los observadores menos fervientes: su traición a Francisco de Miranda, el precursor de la independencia de América del Sur; la ejecución de cientos de prisioneros en la prisión de La Guaira; la "Guerra a Muerte" en el inicio de la campaña que lo llevó a establecer la segunda república; y la ejecución de Manuel Piar, uno de sus propios hombres, por insubordinación.

Al colapsar la primera república, Miranda fue capturado por Bolívar justo cuando se aprestaba a abandonar Venezuela y entregado a los realistas (moriría pocos años después en una prisión española). La justificación de Bolívar fue que Miranda había capitulado demasiado pronto y que su partida hubiese permitido a los realistas dar marcha atrás en los términos de la capitulación. Lynch no lo justifica y está en lo correcto. El historiador británico es más comprensivo respecto del decreto de la Guerra a Muerte, cuando, habiendo aprendido la lección del colapso de la primera república, Bolívar decidió librar una despiadada campaña a efectos de infundir temor en el enemigo. El decreto finalmente se volvió una autorización general para la represión indiscriminada. Bolívar alentó o toleró la ejecución y la persecución de los españoles y americanos que habían cometido el pecado de permanecer neutrales o no haber sido lo suficientemente serviciales.

La guerra nunca es amable. Pero las tácticas de Bolívar eran particularmente despiadadas: liberó a los esclavos solamente cuando prestaban servicios en el ejército de liberación, saqueó el tesoro y se apoderó de las fincas de otros para financiar sus campañas, decretó la ley marcial para cubrir sus filas con aquellos que no tenían apetito alguno por la guerra y ejecutó a mucha gente. Cuando se enfrentaba a la revuelta de los llaneros que llevaron finalmente al colapso de la segunda república, ordenó la ejecución de unos ochocientos prisioneros en La Guaira. Lynch le dedica poca atención a este episodio y adopta un tono neutral, explicando que fue una acción tomada a la luz de las atrocidades cometidas por el bando contrario.

Más justificada, aunque igualmente ilustrativa acerca de la falta de compasión por parte de Bolivar, fue la ejecución de su aliado Piar, un mulato que había combatido a los españoles en el este. Piar gozaba de su propia base de poder y no deseaba obedecer al liderazgo de Bolívar. El Libertador lo hizo ejecutar, lo que justificó años más tarde con el argumento de que la muerte de Piar era una “necesidad política” porque de lo contrario el ejecutado hubiese iniciado una guerra de “pardos contra blancos". Nuevamente, el temor de Bolívar a un conflicto racial lo llevó a actuar contra Piar de un modo que no empleó contra Santander años después, cuando el revolucionario criollo de raza blanca permitió un intento de asesinato en contra de Bolívar siguiera adelante en Colombia.

Estas acciones fueron parte de una guerra librada por las buenas razones, pero fueron también las características de un líder para quien los fines a menudo justificaban los medios y cuyas metas se confundían con consideraciones atinentes a la construcción de bases de poder en lugar de instituciones. Bolívar veía a Santander, su vicepresidente, como "el hombre de las leyes" y a sí mismo como "el hombre de las dificultades". Es una distinción contundente.

El culto de Bolívar es un fenómeno fascinante—y aterrador—en América del Sur. Ha sido ahora capturado por Hugo Chávez por razones de conveniencia política. (Mientras tanto, Chávez se dedica a socavar la Comunidad Andina de Naciones debido a que este bloque regional no es funcional a su objetivo de abandonar los tratados de libre comercio que algunos de los países andinos han suscripto con los Estados Unidos. Bolívar, que era pro-estadounidense y pro-integración, se estremecería). Durante gran parte del siglo veinte, el culto de Bolívar era de derechas; pero ya no lo es, como lo demuestra la campaña de Chávez en torno al mito de Bolívar. Quintero, que ha escrito acerca de la utilización de las ideas de Bolívar por parte de la derecha y la izquierda, considera que “en los dos casos el procedimiento es exactamente el mismo: la utilización interesada y descontextualizada de las ideas de Bolívar para ponerlo al servicio: unos de la derecha Cesarista; otros de la izquierda revolucionaria”.

Como lo ha demostrado Pino Iturrieta, autor de importantes trabajos sobre la "deificación" de Bolívar, el culto a Bolívar se inició en 1842, cuando sus restos fueron llevados a Caracas. Entonces se convirtió en un profeta que había prefigurado el surgimiento del dictador Antonio Guzmán Blanco en el siglo diecinueve, la tiranía de Juan Vicente Gómez entre 1908 y 1935, la dictadura de Pérez Jiménez entre 1952 y 1958, los gobiernos democráticos que lo sucedieron y, ahora, el chavismo. El vínculo entre el "cesarismo" y el "bolivarianismo" -piensa Iturrieta- comenzó durante el régimen de Gómez en Venezuela, como resultado de un libro de Laureano Vallenilla intitulado “Cesarismo Democrático”, aparecido en 1919 y traducido al italiano durante la era fascista, y aplaudido por Mussolini. Fue también admirado por los publicistas de la Falange en España, entre ellos Giménez Caballero, quien sostuvo que Bolívar fue un precursor de Franco. Por lo tanto, Chávez simplemente ha retomado el culto y transformado a Bolívar en el precursor de su propia revolución. Y ha ligado este artilugio a la liturgia popular que rodea a Bolívar desde el siglo diecinueve. Si Bolívar viviese hoy día, observa Iturrieta, se sorprendería de ver a un zambo, un individuo de origen negro y amerindio, habitando el palacio presidencial y hablando en su nombre.

Uno podría agregar, en contra del culto de la izquierda a Bolívar, que el Libertador no fue un antiimperialista. Constantemente solicitó la protección británica, llegó a ofrecerle a Londres el control de Nicaragua y Panamá a cambio de ayuda contra España, y aplaudió la doctrina Monroe como una forma de mantener a raya las ambiciones francesas y españolas. En un gran ensayo llamado "Marx y Bolívar," el escritor venezolano Ibsen Martínez cita una carta de Marx a Engels en la cual sostiene que Bolívar "era el verdadero Soulouque". (Soulouque fue el revolucionario haitiano que se coronó emperador y estableció un reino de terror en su país). En otros escritos, Marx acusa a Bolívar de ser incapaz de "cualquier esfuerzo de largo plazo".

Martínez documenta el entusiasmo por Bolívar entre los simpatizantes de la dictadura en otros países, y concluye: “Era sólo cuestión de tiempo para que en el país de la teología bolivariana...un teniente coronel demagogo y populista, apoyado por la izquierda militarista...educado en una Academia militar...terminase por cambiarle el nombre a la República de Venezuela”. Se refiriere a la circunstancia de que Chávez ha cambiado el nombre de su país por el de República Bolivariana de Venezuela. El Libertador, un hombre de la elite que creía en las instituciones oligárquicas y que pasó gran parte de su vida procurando evitar la revolución social, es en la actualidad el icono del populismo de izquierda. Debe estar retorciéndose en la tumba.

Traducido por Gabriel Gasave

Este trabajo fue originalmente publicado en inglés por la revista The New Republic bajo el titulo de THE FLIP SIDE OF POPULISM--Democracy s Caudillo, en su edición del 19 de junio de 2006.

Alvaro Vargas Llosa es Académico Asociado Senior del Centro Para la Prosperidad Global en The Independent Institute y editor de Lessons from the Poor.

Alvaro Várgas Llosa
avllosa@independent.org
@ElIndependent 
Traducido por Gabriel Gasave
http://www.elindependent.org/

CARLOS ALBERTO MONTANER, BIDEN, TRUMP Y LAS ELECCIONES DE NOVIEMBRE


El martes 3 de noviembre de 2020 habrá 12 elecciones clave en Estados Unidos. No 1 ni 50, sino 12. Esos son los “swing states”. Como los comicios, de acuerdo con la Constitución, se deciden en el Colegio Electoral y no en las urnas, voto a voto, es de acuerdo con esta peculiar institución donde se organiza la encarnizada contienda. 


Los “swing states” son hoy, por orden alfabético: Colorado, Florida, Iowa, Michigan, Minnesota, Nevada, New Hampshire, North Carolina, Ohio, Pennsylvania, Virginia y Wisconsin. Son estados en los que las elecciones son muy reñidas y que, por consiguiente, pueden cambiar de bando, como ha sucedido en el pasado.  

Como recuerdan con amargura Al Gore y Hillary Clinton, es posible ganar democráticamente en las urnas y perder republicanamente las elecciones generales. Al fin y al cabo, Estados Unidos es una república apegada al cumplimiento de las leyes y no una democracia rusoniana gobernada por la mayoría pura y simple. 

En las elecciones de 2016 Hillary ganó por casi 3 millones de votos, pero perdió en el colegio electoral por 77 (Trump 304 y Clinton 227). Trump consiguió imponerse por el 0.25% -un cuarto de punto- en algunos estados clave, como Ohio y Florida, y eso le bastó para obtener una victoria decisiva. 

En 5 oportunidades electorales la república se ha impuesto a la democracia o gobierno de la mayoría: 1824, 1876, 1888, 2000 y 2016. En todos los casos el candidato del Partido Demócrata ha sido derrotado, aunque aceptara su mala suerte a regañadientes. El hoy vilipendiado Andrew Jackson, inmensamente popular en su época (el primer tercio del siglo XIX), trató de cambiar las reglas electorales, pero no pudo. Nadie ha podido. 

La consecuencia es que arrecia la campaña en esos 12 estados clave y disminuye sustancialmente en los estados rojos (republicanos) o en los azules (demócratas). Al menos por algún tiempo California será demócrata y Texas republicana. No vale la pena arañar algunos carísimos votos cuando el “premio” está en otra parte. 

Por eso (y por el sol, el golf y Mar-a-Lago) Donald Trump se ha mudado oficialmente de New York a Florida. Pero, también por eso, Joe Biden está haciendo un gran esfuerzo por ganarle un estado que cuenta con 29 votos electorales, el cuarto de la nación de acuerdo con el número de pobladores, aunque probablemente sobrepase a New York si el censo, actualmente en proceso, refleja un aumento, como se vaticina. 

¿Cómo se gana en Florida? Grosso modo, el sur del estado, más cosmopolita y educado es demócrata. El norte, más rural y menos instruido, es republicano. Mientras el centro cambia con el influjo del millón de puertorriqueños, casi todos educados, que se han trasladado en los últimos años y que mayoritariamente votan por los demócratas. 

Dentro de la tradición política de Estados Unidos, esas preferencias de los electores son tomadas en cuenta por los partidos demócrata y republicano. La conquista del voto judío exige una posición favorable a Israel. La del voto negro logra lo mismo en África, como subrayó la posición de Washington durante el apartheid. Mientras los cubanos y venezolanos de Miami esperan una postura enérgica contra las dictaduras que los han arruinado y lanzado al exilio.  

Los puertorriqueños, avecindados en Orlando, por su parte, aguardan de sus conciudadanos –son estadounidenses “de nacimiento” desde 1917- una posición mucho más generosa hacia Puerto Rico y, la mayor parte, que le faciliten a la Isla el camino hacia la estadidad, como hizo el Congreso con Alaska o Hawai en 1959, otros dos territorios separados del país. 

Es dentro de ese espíritu que el abogado internacionalista venezolano Joaquín Chaffardet ha preparado algo que hubiese podido llamarse “En sus propias palabras”. Se trata de 19 escritos de Joe Biden, desde charlas hasta twits, o sobre él, que demuestran que Biden lleva muchos años exigiendo la democracia para los venezolanos y calificando al régimen de Maduro de dictadura atroz. 

A mí me convenció. Los venezolanos no deben esperar de Biden nada similar a lo hecho por Obama en Cuba. El presidente Obama, víctima de una simplona ingenuidad, terminó con la política de once presidentes antes que él, republicanos y demócratas, consistente en no hacerle demasiadas concesiones al régimen comunista de La Habana, a menos de que la empobrecida Isla dejara de exportar su nefasta revolución. 

Entre los papeles virtuales que envía Chaffardet hay un excelente artículo de Andrés Oppenheimer. Dice, textualmente: “Los líderes del Partido Demócrata están respaldando sólidamente la decisión del Presidente [Trump] de derrocar al gobernante ilegítimo de Venezuela, Nicolás Maduro”. Ahí está la mano de Biden. Magnífico.

Carlos Alberto Montaner 
montaner.ca@gmail.com>
@CarlosAMontaner

El último libro de CAM es Sin ir más lejos (Memorias). La obra fue publicada por Debate, un sello de Penguin-Random House. Se puede obtener por medio de Amazon Books.   

OMAR ÁVILA, “DICTADURA” NO SALE CON ABSTENCIÓN

Convocar elecciones en pandemia parece una estrategia para estimular la abstención por razones de prevención al contagio.

Parte de una táctica que ha venido utilizando un régimen autoritario y hegemónico, que a lo que más le teme es al voto masivo, a la organización y movilización de esa mayoría que lo rechaza.

Como decía Jorge Botti: “el líder señala rumbo, no sigue tendencias, se atreve a pensar distinto y habla sin temor al costo reputacional, aun cuando su planteamiento no tenga el respaldo de la galería que aplaude. Puede que no lo logre, pero el verdadero líder arriesga…”

No conozco ningún caso en el ámbito electoral, en el que la abstención de uno de los sectores en pugna, haya impedido que aquel que obtuvo el mayor número de votos, se le considere ganador y se le proclame como tal. Así que a otro perro con ese hueso, de que dictadura no sale con votos. La verdad, es que dictadura no sale con abstención.

Abstenerse es beneficiar al gobierno y regalarle la AN, como ya lo hemos visto en el pasado reciente. Puede ser que el 20M no lo tenían claro, pero han pasado más de dos largos años, para darse cuenta que le regaló, por ahora mínimo hasta el 2022, a Maduro y su combo. Y lamentablemente, a las pruebas me remito, porque duélale a quien le duela, la realidad es que quien sigue mandando en el país –queramos o no- es Nicolás Maduro, y justamente por esa abstención de un sector opositor que llegaron a pensar, que las elecciones no serían válidas, así como también ocurrió con ese llamado a no votar en el 2005 por una Asamblea que resultó roja rojita y legisló sin ninguna oposición, lo que llamamos en criollo, se les dio un cheque en blanco al oficialismo.

Un sector de la oposición venezolana convenció a una gran mayoría de que absteniéndose deslegitimarían a Maduro. Un ejemplo de que la abstención no deslegitima ni desconoce fue la reelección de Bush en el año 2004. 

La abstención solo ilegitima a la oposición, por la simple razón de perder espacios de elección popular a cambio de inútiles simbolismos, sin dejar opción viable organizativa al pueblo. Desmoviliza y cierra los caminos transitables para el ciudadano de a pie.

Cuando la "ilegitimidad" impida que Maduro se siente en la ONU o Venezuela integre la Comisión de DDHH, en ese momento, tal vez yo considere dejar de votar. De resto, la legitimidad es propaganda.

Además ¿Cómo va a deslegitimar la abstención, en un sistema electoral como el nuestro en el que no es obligatorio votar? Lo que realmente deslegitima es el fraude, y eso solo se puede comprobar participando, teniendo testigos de carne y hueso, con las actas en mano.

Con todo esto solo tengo como objetivo visualizar sobre el poder que tiene el voto, llamar a la reflexión de que es esta la única vía para conseguir una salida en paz de esta crisis que tenemos en todos los ámbitos en el país. No busco convencer a nadie, sino hacer reflexionar con argumentos de que la ruta es electoral, sin necesidad de atacar e insultar a quienes no piensen como nosotros en Unidad Visión Venezuela.

Quien no quiera votar este 2020, que me diga cuál es la solución verdaderamente realizable, sin que el pueblo siga padeciendo las consecuencias de la polarización.

Es propicio recordar que Guaidó y compañía existen gracias a que todos salimos a votar. Sin importar quién presidía el ente comicial. Ese argumento de algunos colegas parlamentarios que dicen que solo irían a elecciones con un CNE nombrado según la Constitución, olvidan que nosotros estamos en el Parlamento y somos mayoría porque ganamos unas elecciones con un Poder Electoral nombrado por el Tribunal Supremo de Justicia (de Maduro) y presidido por Tibisay Lucena.

La verdad es que en las últimas dos décadas, el único Consejo Nacional Electoral         electo por la AN, fue el del 2006, por cierto con una Asamblea totalmente chavista debido a que en el 2005 la mayoría de la oposición se abstuvo. De paso, cabe recordar que, fue con ese CNE que perdió Chávez en 2007 el referéndum para la reforma constitucional, a pesar de que este se encontraba en el mejor momento de popularidad. 

Ganaron en el 2010, pero perdieron en ese momento la mayoría calificada. Gana Nicolás Maduro por mínima diferencia en el 2013, hasta que en la elección del año 2015, cuando a pesar de tener 15 años en el poder y contar con todas las ventajas a su favor los derrotamos con unidad, organización, movilización y con nuestra única arma: el voto.

No voy a negar que hay muchísimas cosas que cambiar en nuestro sistema electoral para recuperar la confianza en el voto. Cambiar el CNE fue solo el primer paso. Nos toca ahora luchar juntos por condiciones que nos permitan expresar la mayoría que somos a través del voto. Lucha que no es solo una tarea de los partidos y de la dirigencia política, sino también de la ciudadanía. Debemos exigir que se respeten nuestros derechos civiles y políticos.

Omar A. Ávila H.
dip.omaravila@gmail.com
@OmarAvilaVzla 
Diputado a la Asamblea Nacional