Se cumplen veinte años de la llamada tragedia de Vargas, que consta en el libro Guinness de los récords como el alud de barro que mayor número de víctimas mortales ha ocasionado en la historia. Parece una referencia baladí, pero da una idea de la magnitud de la catástrofe.
A mediados de noviembre de 1999 empezó a llover en Venezuela de una manera inusual. Las continuas y abundantes precipitaciones ocasionaron inmensas crecidas en el caudal de los ríos, que comenzaron a arrastrar gran cantidad de sedimentos, desbordándose y alcanzando velocidades de hasta 60 kilómetros por hora en las laderas montañosas del Ávila.
Las corrientes destruían a su paso las poblaciones levantadas en lo que otrora fueran ríos y en las proximidades de los conos de deyección en la costa norte de Venezuela. Se declaró el Estado de Emergencia en 8 de las 23 entidades del país, y la wikipedia señala cómo la cifra de muertos (y desaparecidos) oscila entre setecientos y treinta mil, dependiendo de la fuente a la que uno se refiera. Una diferencia tan amplia entre las dos cifras da mucho que pensar.
Una periodista venezolana, Etxenara Mendicoa, efectuó una dolorosa investigación entre los supervivientes, que se saldó con la escritura de una novela: La inocencia de las sardinas. Ella, que había transcurrido su niñez entre las tradiciones de Naiguatá, vivió el deslave cubriendo el suceso para El Universal. Durante siete años procesó las 47 entrevistas realizadas para nutrir una historia que, si bien es ficción, compendia una serie de factores que intervinieron en la forma en que se configuró Vargas tras la tragedia: “Esta es la historia de un desgarramiento y de una cicatriz. Aunque se trate de mirar para otro lado, es imposible no ver la huella del deslave, inclusive en todo lo que trata de disimularlo”.
En Madrid, la comunidad venezolana conmemoró el vigésimo aniversario de la tragedia el pasado miércoles con un conversatorio. En él desempeñaron un papel preponderante el doctor David Malavé quien posee una larga trayectoria como médico psiquiatra, pese a ser más conocido por su vinculación con la Librería Kalathos, y la escritora Annie Van der Dys, especializada en la elaboración de guiones basados en hechos reales.
Malavé explicó, en el seno del evento celebrado en Cesta República, como los pueblos encuentran en sus tradiciones y su cultura importantes herramientas para elaborar sus duelos y resistir a la adversidad o a la arbitrariedad de los totalitarismos, apelando a la figura del Dr Donald Winnicott como teórico de este fenómeno.
Por su parte, Van der Dys analizó distintos aspectos de lo sucedido, a partir de la novela de Etxenara Mendicoa.
Uno de los temas que se discutió fue que, si bien lo ocurrido, como catástrofe natural, no era responsabilidad directa de nadie, también es cierto que la atención se hallaba cifrada en el proceso electoral que se desarrollaba por aquel entonces, y que ello colidió con la posibilidad de efectuar una oportuna intervención en los lugares afectados, lo que hubiera podido mitigar la magnitud de las consecuencias. Quizá esta sea la cicatriz, como la denomina Mendicoa, y quizá sea esta también la lección que podemos deducir de lo ocurrido.
A veinte años de la tragedia, muchos siguen conmocionados. Otros han aparecido para definir lo que constituye el nuevo rostro de Naiguatá, un lugar en el que lo que se sostuvo en pie fue lo más raigal, lo vinculado a las tradiciones, y en donde las autoridades siguen siendo los sucesores de los esclavos de la antigua hacienda Longa y España, custodios de las imágenes religiosas del lugar.
Linda D´ambrosio
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@ldambrosiom
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