No ha habido un año mejor para la humanidad que 2019, dice el columnista del New York Times Nicholas Kristof. Lo justifica con datos. Por ejemplo, aún en 1950 27% de los niños y niñas del mundo moría antes de los 15 años, mientras que hoy esa figura se ha reducido a 4%. La pobreza extrema abrumaba a 42% de la población planetaria en 1981, y en la actualidad solo afecta a 10%. Por otra parte, hace cincuenta años el analfabetismo limitaba severamente la vida de más de 50% de las personas, y al presente cerca de 90% de los adultos de la Tierra saben leer y escribir. Kristof reconoce que las cifras precisas son debatibles y, más allá, alerta acerca de los graves problemas que aún afectan a los humanos. Pero piensa con razón que reconocer avances ayuda a seguir luchando.
Y hace falta esa lucha, porque es que muchos de quienes han salido de la pobreza extrema siguen siendo de todos modos pobres. Y buena parte de los que se han alfabetizado no han podido cursar luego estudios hasta completar por lo menos la escuela básica. Centenares de millones de niños y niñas salvados de la muerte temprana se enfrentan luego a una vida de dureza y limitaciones, siendo que la riqueza que se produce hoy en el mundo daría para que todas y todos vivieran con comodidad y pudieran desarrollar sus potencialidades. Imaginemos lo que sería nuestro planeta si los casi 8 mil millones de personas que lo habitan pudieran manifestar todas sus posibilidades: de investigación, de invención, de expresión artística, de acción política… Esa creatividad humana que ha permitido los progresos ya logrados en agricultura, medicina, ingeniería, filosofía o arte estaría multiplicada enormemente, con resultados seguramente extraordinarios. Pero no es así: las mayorías permanecen aherrojadas por las cadenas que conocemos.
De otra parte, se consolida en el mundo un polo de superbillonarios: hay unas 2.000 personas cuya riqueza combinada supera la suma de riqueza de 152 países. ¿Cómo puede la democracia florecer así? Un sistema económico que conduce a estas acumulaciones delirantes de capital no funciona bien. ¿Y nosotros? La desigualdad crece, nuestros indicadores retroceden, mientras la mayoría de la clase política se centra en su juego por el poder sin más.
Aurora Lacueva
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