“Mientras
Venezuela lleva semanas ocupando las portadas de los periódicos internacionales
por la crisis política e institucional en la que está sumida, la economía se sigue
desplomando día a día. El frenético aumento de los precios pulverizó la nueva
moneda lanzada hace menos de seis meses por el gobierno de Maduro y el salario
mínimo, que equivale a cinco dólares, es incapaz de proveer la alimentación
básica. La industria se apaga y todo apunta a una mayor recesión.”
Caracas, Venezuela.
Como las rejas tienen el mismo color, la cantidad de tiendas
cerradas desde diciembre proyectan un halo gris a lo largo de Sabana Grande, el
bulevar más transitado de Caracas. Dos ancianos legañosos piden comida a las
puertas de una pizzería, jóvenes con zapatos gastados y camisas desteñidas
compiten a los gritos para promocionar casas de empeño mientras otros venden
cigarrillos detallados a lo largo del paseo peatonal, repleto de basura y
postes con pendones rotos. En el emblemático Centro Comercial Chacaíto nadie
camina con bolsas de compra y Nike está desolada, aunque ofrece rebajas.
A
pocas cuadras de Sabana Grande, hacia el este de la capital de Venezuela, Angie
Martínez acomoda sobre mesas de madera los quesos que vende junto a dos
ayudantes en una urbanización de clase media. El kilo de queso duro, un
producto básico porque acompaña a las arepas que las familias consumen a diario
cuesta 16,500 bolívares: hace dos semanas valía 9,800 bolívares y el salario
mínimo mensual es de 18,000 bolívares (US$ 5.5 al tipo de cambio oficial).
“No
sé qué vamos a hacer, será comer arepas solas. El bolívar soberano ya no vale
nada, pronto vendrá el supersoberano”, dice un hombre en bermudas que paga
medio kilo de queso con su tarjeta de crédito. En agosto de 2018, el gobierno
lanzó el bolívar soberano tras restarle cinco ceros a la moneda anterior, el
bolívar fuerte, pero el alza de los precios ya evaporó la capacidad de compra
del dinero al punto de que se necesita un fajo de 33 billetes de la mayor
denominación para pagar un kilo de queso.
Las
autoridades insisten en establecer “precios acordados” para los alimentos
esenciales, pero la rebeldía de la economía ha derivado en anaqueles vacíos en
los supermercados y un comercio informal que gana espacio en prácticamente
todas las zonas de la ciudad. A pocos metros de los quesos, Marta Izaguirre
coloca sobre una mesa de plástico los cartones de 30 huevos que intentará
vender a 12,600 bolívares: hace dos semanas costaban 10,000 bolívares.
“Antes
vendía unos cien cartones de huevos cada día, ahora si tengo suerte vendo
veinte cartones. A mí me venden los huevos más caros así que tengo que subir el
precio, a los más necesitados les regalo los que vienen partidos”, dice Marta
mientras mueve a cada lado una cabeza espolvoreada de canas. Según cuenta, está
alerta por si viene la Guardia Nacional: “Muchas veces nos quitan mercancía”,
asegura.
En
la calle, el comentario más extendido es que el pollo, al igual que los huevos,
“no ha aumentado tanto”, solo 26% en quince días.
Economistas
coinciden en que, tras no ahorrar durante el tiempo de los altos precios del
petróleo, endeudarse masivamente y administrar caóticamente a PDVSA, la empresa
petrolera del Estado, el Gobierno cayó en bancarrota y optó por crear dinero
cual billetes de monopolio, dinamitando el equilibrio entre la oferta y la
demanda. El resultado es la aceleración frenética de la inflación que, de
acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, saltó a 1,370,000% en 2018 y este
año podría alcanzar 10,000,000%.
El
hambre
A
cada lado de una empinada escalera de cemento hay viviendas con paredes de
ladrillo sin frisar, techos de zinc con orificios por donde cae el agua cuando
llueve y ropa colgada en las ventanas. Es La Vega, un típico barrio caraqueño
donde habita el estrato de menos ingreso. En la parte más alta de la escalera,
una cola serpenteante de niños espera por un plato de arroz, carne molida,
ensalada y una ración de lactovisoy, la bebida con carbohidratos y proteínas
para combatir la desnutrición.
“Al
ver el hambre y el impacto en los niños decidí que tenía que hacer algo.
Comenzamos a recibir donaciones de venezolanos en el extranjero, de distintas
instituciones y creamos Sustento, una empresa de catering que genera ingresos.
Con estos recursos, estructuramos una red de 80 comedores donde de lunes a
viernes almuerzan 7,500 niños de ocho estados del país en zonas con alto riesgo
de desnutrición”, dice Roberto Patiño.
Patiño
tiene 30 años, es ingeniero industrial, hizo un posgrado en políticas públicas
en la Universidad de Harvard y milita en Primero Justicia, un partido de
oposición. Explica que “el sistema es la corresponsabilidad: las madres de los
niños se encargan de cocinar, administran la comida y en una de sus casas
funciona el comedor; aquí en La Vega se sirven cien almuerzos diarios”.
Yuleidys
Flores tiene rostro de cansancio, 27 años, seis hijos y carga en brazos a
Fabiannys, de solo trece meses. La sostiene con esfuerzo e intenta que la niña
coma algo de arroz. “Ya mis otros hijos almorzaron aquí. En la casa les doy una
sopita de verduras, algunos granos”, explica. “Mi esposo trabaja en mantenimiento,
pero le pagan sueldo mínimo y además recibimos el bono (del gobierno), pero no
nos alcanza para nada”.
Una
vez al mes, el gobierno vende a precio subsidiado cajas de comida, pero el
gobernante Nicolás Maduro ha prometido que pronto comenzarán a distribuirse
cada quince días: “El mercado a la casa debería ser la consigna, la revolución
lleva el mercado a la casa”, dijo Maduro.
Además,
dependiendo del número de integrantes, las familias “vulnerables” reciben un
bono mensual que puede llegar a un máximo de 14,400 bolívares (cuatro dólares
al tipo de cambio oficial).
La
última caja de comida distribuida en La Vega trajo tres kilos de arroz, dos
kilos de caraotas, un kilo de lentejas, cuatro latas de atún de 125 gramos, dos
litros de aceite, un frasco de mayonesa pequeño y otro de salsa de tomate, dos
kilos de harina y un kilo de leche en polvo.
Esteban,
un moreno alto con la cabeza rapada es miembro del comité que organiza el
reparto de las cajas. Dice que “hay mucha necesidad” en la zona, como familias
de cinco o seis personas que tienen que comer con una caja. “Ayer vecinos me
decían, Esteban no tengo nada en la casa”, lamenta.
“Tratan
que los niños se despierten lo más tarde posible para enviarlos al comedor al
medio día, luego los mandan a la escuela en la tarde y en la noche les dan de
cenar lo poco que pueden”, añade.
Los
recortes
El
mercado de Quinta Crespo está en pleno centro de Caracas. Paredes descascaradas
y descoloridas afean la edificación de 1951 donde comerciantes venden ropa y
alimentos. Al fondo de uno de los pasillos está la pescadería y el vendedor
atiende a clientes que piden “recortes”: restos de cabeza y cola de pescados,
que son lo más vendido.
En
la carnicería los cortes de “bofe”, los de menor calidad junto al corazón de res,
tienen alta demanda. N everas vacías muestran el impacto de la escasez y llama
la atención la cantidad de puestos de venta de ropa que están cerrados. Un
vendedor de frutas señala: “La gente apenas puede comer, ¿cómo van a comprar
ropa?”.
A
una cuadra del mercado, vendedores ambulantes ofrecen bolsitas plásticas con
100 gramos de café o 150 gramos de azúcar. Mary Espinoza viste una franela de
rayas, mira la avenida con expresión de fastidio y explica que “hay mucha gente
que solo puede comprar este poquito que les vendo, para tomarse un cafecito”.
Mary
Espinoza pasó de vender fruta a vender café y azúcar en bolsitas de 100 y 150
gramos, lo que dice que la gente se puede permitir. Crédito: Alfredo Lasry
Mary
tiene dos hernias discales que asegura son la consecuencia de los muchos años
que trabajé con frutas y cargando cajas. “Ahora tengo 53 años. No puedo comprar
las medicinas, cuando el dolor es muy fuerte consigo una pastillita de
ibuprofeno en la farmacia”, lamenta.
De
acuerdo con las cifras oficiales, a pesar de la hiperinflación y la pérdida de
capacidad de compra del salario, la pobreza extrema no ha aumentado en los
últimos cuatro años. Al contrario, disminuyó desde 5.5% de la población a 4.4%.
Nicolás Maduro asegura que se debe a “que hay una revolución socialista, una
revolución cristiana que multiplica panes y peces”.
No
obstante, la Encuesta de Condiciones de Vida que elaboran las tres principales
universidades del país sostiene que en 2018 el 94% de los encuestados afirmó
que sus ingresos son insuficientes para cubrir todas las necesidades básicas.
Además, la medición multidimensional de la pobreza que evalúa la vivienda, el
funcionamiento de los servicios básicos, el acceso a la educación, empleo y
protección social, arrojó que 48% de los hogares son pobres.
Todo
gira en torno al dólar
Como
cada día el bolívar tiene menos capacidad de compra, los venezolanos buscan
deshacerse del dinero lo más pronto posible, saben que mañana todo será más
caro y han comenzado a adoptar el dólar como unidad de cuenta. Técnicos que
reparan electrodomésticos, abogados, médicos, arquitectos, calculan el costo de
sus servicios en billetes verdinegros.
“Yo
cobro por mi consulta el equivalente a 30 dólares, lo voy ajustando de acuerdo
al tipo de cambio, es la única manera de tener una idea de cuánto estás
cobrando. El bolívar ya no es una referencia porque no vale nada”, dice
Santiago Polanco, odontólogo.
De
manera subrepticia, las tiendas de electrodomésticos, teléfonos celulares y
equipos de computación también han adoptado la moneda estadounidense como
patrón. Los precios están en bolívares, pero los vendedores le hacen saber al
público el equivalente en dólares y que no hay ningún tipo de inconveniente
para pagar con divisas.
El
malestar de la economía ha dado pie a una paradoja en el Socialismo del Siglo
XXI. Los sectores que tienen acceso a dólares como profesionales que trabajan
para compañías extranjeras, quienes reciben remesas de familiares que se han
marchado al extranjero o los que pertenecen a la pequeña capa de la sociedad
con ahorros en divisas se mueven en una economía con un nivel de abastecimiento
aceptable, mientras que el resto vive en la carencia.
En
las bombas de gasolina no hay aceite de motor, pero en el mercado informal una
garrafa de cinco litros de “aceite Castrol sintético” puede comprarse en 50
dólares, “en efectivo o por transferencia”.
La
escasez está asociada al descalabro de la industria petrolera, la fuente de 96%
de los dólares que ingresan a Venezuela. La cantidad de barriles que se extrae
diariamente es la mitad de lo que era en 2013 y las importaciones, tanto de
productos finales como de materia prima, han descendido a mínimos históricos.
De
acuerdo con los últimos datos de Conindustria, la asociación que agrupa a las
empresas manufactureras, al cierre del tercer trimestre de 2018 el 45% de las
empresas utilizó menos de 20% de su capacidad de producción por la falta de
materia prima.
A
la hiperinflación y la recesión se añadirá el impacto que tendrán las sanciones
de Estados Unidos, que considera a Nicolás Maduro como un mandatario ilegítimo
y suspendió la compra de petróleo. La economía venezolana acumula veinte
trimestres consecutivos de caída y todavía no toca fondo.
Víctor
Salmerón
@vsalmeron
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