El dictador, general Omar Hassan al Bashir gobernó y el pueblo lo soportó 30 años, más tiempo que ningún otro líder desde que el país devino independiente en 1956. Fue visto internacionalmente como un paria. En los 1990 agasajó a Osama bin Laden lo que hizo que EEUU activase sanciones que en 1998 incluyeron el bombardeo de una fábrica en Jartum por considerarla allegada a Al Qaeda. Gobierna los 21 años que dura la desastrosa guerra del sur de Sudán en la que hace arrojar bombas de barril de aviones en poblaciones indefensas, incendia iglesias cristianas, niega enviar alimentos a habitantes de las montañas Nuba, tortura prisioneros víctimas de la terrible “Janjaweed,” la milicia del gobierno, en tanto EEUU, Reino Unido, Unión Europea, Unión Africana, China, Rusia y los países del Golfo buscan luego maneras de avenirse con él. En 2011 el país se divide y Sudán del Sur consigue su independencia. Pero al-Bashir sigue la lucha brutal con rebeldes en otras regiones del país. Incluso envía miles de soldados a conflicto de Yemen donde todavía están… y se ignora si serán repatriados.
El pueblo de Sudán acaba de sacar a al-Bashir. Pero otro general, A. Auf, ministro de defensa y confidente de al-Bashir, toma el poder, ambos acusados de haber cometido crímenes en Darfur lo que hace que la Corte Penal Internacional los impute por crímenes de guerra. Auf dura 24 horas y es reemplazado por otro general, A.B. Burhan, lo que no satisface al pueblo y sus años de descontento, meses de protestas, docenas de muertos en manos de las fuerzas de seguridad, y perennes demandas populares de “cambio,” para por desgracia caer en manos de militares cómplices de al-Bashir. Éstos dizque anuncian que liberarán a los prisioneros políticos, y que se inicia un período de dos años de transición en que se suspende la vigencia de la Constitución, y que el proceso será dirigido por un consejo militar que por el momento disuelve el gobierno y declara toque de queda a partir de las 10 de la noche.
La proclama y sus bemoles enardecen a la población que entre otras cosas denuncia “el reemplazo de un ladrón… por otro,” y las redes sociales proclaman: “si cayó uno… caerá otro…” como también ocurrió recientemente en Argelia donde el clamor popular depone al dictador lo que, junto a lo acontecido en Sudán, es posible que represente una nueva “primavera árabe” que de 2010 a 2013 demanda libertades civiles y políticas en los países árabes. Comienza el 17, diciembre, 2010 en Túnez donde la policía decomisa la mercadería y cuentas de ahorro del vendedor ambulante, Mohamed Boauzizi, que opta por inmolarse en protesta. Durante su agonía de días, el pueblo se rebela contra el dictador de Túnez, Zine el Adibine Ben Ali, que dimite.
El mundo árabe imita a Túnez y los líderes de Egipto (Mubarak), Libia (Gadafi, con la ayuda de la OTAN), Argelia (Buteflika) pasan a la historia. En Siria y Yemen (el conflicto continúa, y se ven seriamente afectados Al Assad, y Saleh, respectivamente. Solo Catar y los Emiratos Árabes Unidos se vieron inafectados.
Como editorializa el Washington Post: “El señor Trump debe aprender de la caída del señor al-Bashir. Lo que ha acontecido en Argelia y Sudán muestra que el ciego apoyo de su administración a autócratas árabes como al-Sissi, de Egipto, y bin Salman, de Arabia Saudita, es apostar mal.” Ya podía activar las sanciones globales de la ley estadounidense Magnitsku para juzgar y sentenciar a culpables de corrupción y abusos en Sudán.
Jorge V. Ordenes-Lavadenz
@JvordenesV
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