La madrugada del 4 de febrero de 1992 los militares venezolanos salieron rampantes de sus cuarteles. Casi tres décadas después, no han regresado. Quienes nos gobiernan, pero curiosamente también quienes los adversan desde la oposición, desean que tal cosa continúe así. Lo cierto es que desde entonces gravita en la política venezolana la presencia del estamento castrense. El partido militar estaba de nuevo allí. Cómo hacer para recoger el agua derramada. Imposible. Sólo queda esperar que se seque, que se evapore. Pero puede regresarnos en forma de lluvia ácida.
La historia venezolana, como todos sabemos, tiene una larga tradición militarista. Eso caracterizó a todo el siglo XIX y parte del XX. Pero en la pasada centuria el oficio y arte de la guerra se profesionalizó. Y aunque Juan Vicente Gómez era un militar y su régimen se sustentaba en el componente castrense, no obstante, a su estilo, metió a los hombres de uniforme en los cuarteles. Les dio privilegios ciertamente, pero no más que a su familia y que a muchos civiles de su entorno.
Marcos Pérez Jiménez y AD, revolución de octubre de 1945 mediante, inauguran el concepto de lo cívico-militar como forma de gobierno. El maridaje duró poco. El dictador tachirense se sacude a los civiles y gobierna en lo adelante en nombre de las Fuerzas Armadas. Sin embargo el ensayo sólo dura una década. Ese espectro cívico-militar, muy distinto a lo que conoció Venezuela en el siglo XIX y durante los regímenes militares del siglo XX, reaparece, esta vez sí, con enorme fuerza en el siglo XXI en forma de revolución socialista bolivariana.
No comprender este fenómeno hace que quienes insisten en conspirar hoy en los cuarteles como lo hicieron en la pasada centuria los adecos durante los años 40 y 50, la izquierda marxista en los 60 y Chávez y su logia en los 80 y 90, estén destinados al fracaso. Por eso pasó lo que pasó el pasado 30 de abril. La conspiración palaciega tradicional venezolana choca con una nueva realidad: en nuestro país, desde hace casi 20 años, el dinero y las armas cambiaron radicalmente de manos. Y además se han puesto al servicio de un proyecto ideológico. Tal cosa no había pasado antes, por lo menos con la profundidad y escala que conocemos ahora.
Desafiar al régimen en el escenario de la violencia y de la fuerza, mediante conjuras temerarias es terriblemente antidemocrático y además inútil. Carece de toda eficacia. Por eso, la única salida exitosa a la severa crisis política y económica que nos empobrece día a día, es la de transitar los caminos que jamás deben abandonar los demócratas, los de la negociación y el entendimiento entre los actores, para pactar un proceso de cambio político y unas elecciones competitivas, posiblemente tutelado por la FANB y monitoreado por la comunidad internacional.
El gobierno de Nicolás maduro y su revolución socialista bolivariana cometen muchos errores, no tanto en el terreno de su visión político -estratégica, que hasta ahora ha sido muy buena y le ha permitido continuar en el poder, sino en su desempeño, en su gobernanza. Por ahí es que hay que atacar. Recordemos aquello que se decía en la revolución mexicana y que se atribuye a Emiliano Zapata, “la revolución degeneró en gobierno”.
La revolución bolivariana hace mucho tiempo que degeneró en gobierno. Se mantiene atrapada en sus convicciones revolucionarias de ideología socialista que le impiden y le impedirán estabilizar la economía. Si hay un gran clamor nacional es por estabilidad, la hiperinflación desquicia todo cálculo económico e impide que las personas puedan programar sus vidas con un mínimo de certidumbre.
Como decía el gran economista Ludwig Erhard, responsable de la reconstrucción alemana de la postguerra, “la estabilidad no lo es todo, pero sin estabilidad no hay nada”. Recientemente, por ejemplo, Maduro convocó a un milagro agrícola para recuperar la producción del campo y aunque soy creyente y creo en los milagros, no tiene sentido esperar un milagro para que se puedan producir alimentos y la gente pueda comer. Yo siempre he dicho que esta revolución es una revolución anti guevarista. “El Ché” Guevara decía que la revolución es el momento en el cual lo extraordinario se convierte en cotidiano. En Venezuela lo cotidiano que debería ser tener luz, agua, gas en nuestras casas o saber a qué precio voy a comprar mañana la comida, resulta que en verdad tal cosa es un evento extraordinario.
Pedro Elías Hernández
@pedroeliashb
No hay comentarios:
Publicar un comentario