Julio ha sido un mes fatídico para el régimen, a nivel internacional. No es solo el duro informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), publicado el 4 de julio pasado y al que dedicamos nuestra columna anterior; conocemos ahora dos informes dados a conocer simultáneamente el pasado 15 de julio, ambos provenientes de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO): el Alerta Temprano Sobre Seguridad Alimentaria y Agricultura Abril-Junio 2019, y el Informe FAO 2019: El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo. Y por si fuera poco, nos llega el documento (Los objetivos del desarrollo sostenible en Venezuela. Reporte desde un país en riesgo) que Sinergia, la red venezolana de organizaciones de la sociedad civil, presentó este mismo mes en Nueva York en el marco del Foro Político de Alto Nivel que allí se desarrolló.
Los documentos de la FAO giran alrededor del Objetivo 2 de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas, hambre cero para 2030, basados en dos ambiciosas metas: 2.1 (“erradicar el hambre y “asegurar el acceso de todas las personas [...] a una alimentación sana, nutritiva y suficiente durante todo el año”) y 2.2 (“poner fin a todas las formas de malnutrición”). Pues bien, en ellos Venezuela queda muy mal parada, tanto que hasta ahora el régimen se ha quedado mudo, en contraste con la rápida aunque vana respuesta que dio al informe de la ACNUDH. Aturdidos por tantos golpes en tan corto tiempo, así quedaron.
Según dichos informes, en América del Sur vive la mayoría (68%) de las personas subalimentadas de América Latina, donde la prevalencia de la subalimentación pasó del 4,6% en 2013 al 5,5% en 2017. Allí destacan que “… El aumento observado en los últimos años se debe a la desaceleración económica experimentada por varios países, especialmente la República Bolivariana de Venezuela, donde la prevalencia de la subalimentación casi se cuadruplicó, al pasar del 6,4% en 2012-14 al 21,2% en 2016-18. Durante el mismo período de recesión, la inflación alcanzó cifras astronómicas y el crecimiento real del PIB se deterioró, al pasar del -3,9% en 2014 al -25% estimado en 2018”. En vez de progresar hacia las metas, Venezuela se alejó de ellas significativamente.
Esto se traduce en unos 6,8 millones de venezolanos en situación de hambre, que podrían aumentar a finales de 2019 si no se aplican correctivos a la gravísima situación económica, social y política del país. De acuerdo al informe, Venezuela se sitúa -luego de Yemen y Sudán del Sur-, como el tercer país (primero en el continente americano) con el más alto riesgo de deterioro significativo de la situación alimentaria y de su agricultura en el trimestre abril-junio.
Informaciones provenientes del sector agrícola indican que este año los inventarios de Agropatria y Pequiven, empresas estatales que ejercen el monopolio en la venta y distribución de insumos y fertilizantes en el país, apenas cubren alrededor del 3% de las necesidades de los agricultores en todos los rubros vegetales. De hecho, la pérdida del ciclo de invierno de 2019, el más importante en términos de la producción de alimentos, apunta a una mayor caída de la producción este año, mucho peor que la registrada en 2018, que fue equivalente a la producción de hace 40 años. Como resultado, el sector agropecuario está produciendo 20% de lo que producía. Todo esto consecuencia de la desarticulación del sistema agroalimentario, desde la producción hasta el consumo.
Con este cuadro, es difícil pensar que avanzaremos en la solución del drama alimentario. Según datos presentados en el informe de Sinergia ya mencionado, a noviembre de 2018 el 56,9% de los niños evaluados tenían algún grado de desnutrición, 9% en niños menores de 6 meses, dato que es reforzado por la Fundación Bengoa cuando revela que 33% de los niños entre 0 y 2 años de los estratos C e inferiores presentan retardo en el crecimiento o desnutrición crónica, con el consiguiente retraso cognitivo y psicomotor asociado a prolongados estadios de desnutrición severa. Es decir, los adultos de mañana serán estos niños desnutridos de hoy.
Así las cosas, estamos ante un reto monumental: reducir drásticamente estas cifras en tiempo record, no solo en beneficio de los niños de hoy sino en pro de una sociedad futura construida sobre la base de venezolanos criados en las mejores condiciones para convertirse en ciudadanos plenos. No será con cajas CLAP, esa “herramienta política para defender la revolución” según uno de sus notorios propulsores, que haremos una patria de progreso para todos.
Ya lo decía Albert Einstein: “Un estómago vacío no es un buen consejero político”.
Gioconda San Blas
@davinci1412
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