jueves, 29 de agosto de 2019

ALFREDO M. CEPERO: EL FANTASMA DE PERÓN

Así como Juan Domingo Perón empobreció a la Argentina, Fidel Castro destruyó a Cuba y Hugo Chávez arruinó a Venezuela.

A los 45 años de la muerte de Perón en 1974, la Argentina sigue hechizada por el fantasma de su ídolo. Juan Domingo Perón fue elegido en tres ocasiones para encabezar el país que gobernó por un total de 11 años. Pero si alguien piensa que Perón ha pasado a ser una página olvidada de la historia política argentina se equivoca de medio a medio. Porque su influencia domina a tal extremo la escena política que tres candidatos de las actuales elecciones presidenciales de orígenes muy diferentes reivindican el peronismo.

En las recientes elecciones primarias, Alberto Fernández se impuso al presidente de Argentina, Mauricio Macri, por una amplia ventaja de más de 15 puntos, lo que le sitúa como favorito de cara a los comicios de octubre. Al finalizar el escrutinio, Alberto Fernández y su compañera de boleta, Cristina Fernández, habían obtenido el 47,36% de los sufragios, frente a un 32,23% que obtuvo Macri, quien aspira a una reelección que ahora parece en peligro.

Por este motivo, Mauricio Macri, el presidente más antiperonista surgido de la democracia argentina, se ha visto obligado a tomar medidas inusitadas para contener la hemorragia de votos. Aunque no ha llegado al extremo de declararse peronista, ha sorprendido a los medios políticos argentinos designando como su candidato a vicepresidente a Miguel Ángel Pichetto, un dirigente peronista muy destacado desde hace veinte años. Para justificar esta decisión el macrismo se ha puesto la hoja de parra calificando a Pichetto como representante del "peronismo racional".

Lo irónico es que, tal como el peronismo tradicional, este peronismo racional no es más que un lema de campaña política sin ninguna ideología definida. Es que el peronismo no es un partido, es un sentimiento, dicen unos. Porque es un movimiento, dicen otros. Si quisiéramos forzar una definición, podríamos decir que "el peronismo se basaba en tres principios fundamentales: la negación de la lucha de clases, la independencia económica del país con respecto a los monopolios extranjeros y la neutralidad internacional".

El peronismo, por otra parte, es una estructura de poder de donde han salido muchos de los hombres y mujeres que han gobernado la Argentina. La pregunta lógica sería. Pero ¿qué piensa esa gente? ¿Son chavistas, proyanquis, estatistas, promercado, abortistas, provida, de izquierda, de derecha? Si uno mira la historia, ha habido peronistas para todos los gustos: tercermundistas, y alineados con Estados Unidos, al punto tal de definir ese vínculo como “relaciones carnales”, castristas y fascistas, neoliberales y estatistas.

Sin embargo, el peronismo intentó ganar institucionalidad y respetabilidad cambiando de nombre. En 1946, el Teniente General Juan Domingo Perón fundó el Partido Justicialista, que no era otra cosa que el peronismo con un nombre distinto, el que a su vez resultó de la fusión de los partidos Laborista, Unión Cívica Radical, Junta Renovadora e Independiente, creados en 1945. Entre 1946 y 2015, el justicialismo ganó nueve elecciones presidenciales: 1946 (Perón), 1951 (Perón), las dos de 1973 (Cámpora y Perón), 1989 (Menem), 1995 (Menem), 2003 (Kirchner), 2007 (Fernández de Kirchner) y 2011 (Fernández de Kirchner), y perdió las elecciones de 1983, 1999 y 2015.

Ahora bien, es importante acotar que desde 1943 a la fecha el peronismo fue gobierno durante el 46 por ciento del período. Es decir que el restante 54 por ciento el gobierno estuvo en manos de partidos no peronistas. Los únicos cuatro jefes de Estado no peronistas votados a través de las urnas desde el surgimiento de esa fuerza -llamada formalmente Partido Justicialista (PJ)- fueron del histórico rival, la Unión Cívica Radical (UCR). Dos de ellos fueron derrocados por golpes militares: Arturo Frondizi en 1962 y Arturo Illia en 1966.

Pero, en marcado contraste con la turbulencia y la inestabilidad de los tiempos recientes, la Argentina disfrutó de prolongados períodos de prosperidad y estabilidad. En 1895 y 1896 Argentina no era uno de los países más ricos, sino el número uno, con el PBI per cápita más alto del mundo. Los siguientes puestos fueron para Estados Unidos, Bélgica, Australia, Reino Unido y Nueva Zelanda. Se ubica ese proceso virtuoso entre 1880 y 1940, sesenta años en que la mayoría de inmigrantes decidieron que Argentina sería un buen lugar para vivir, con oportunidades laborales, paz, libertad religiosa y un porvenir para la familia.

La pregunta que muchos nos hacemos: ¿Cómo se explica esta decadencia después de aquella prosperidad? La respuesta que dan los analistas del proceso argentino es que luego de la lucha entre radicales y conservadores, un nuevo alzamiento militar en 1945 terminó con la llegada de Juan Domingo Perón al año siguiente a la presidencia. Según ellos, allí se cambió la Constitución, que pasó de un modelo liberal a desconocer la inviolabilidad de la propiedad privada, en el marco de un fascismo inspirado en el modelo italiano de Benito Mussolini. Después del golpe que derrocó a Perón en 1955, ya la Constitución que se puso en vigencia era un híbrido entre las de Alberdi y Perón.

Por desgracia, Juan Domingo Perón no es un fenómenos aislado en el panorama latinoamericano, porque la mayoría de nosotros no profesamos ideologías sino adoramos a nuestros líderes. Los subimos a pedestales y después no sabemos cómo bajarlos. Tal como experimenté en mis once años de periodista con la Voz de los Estados Unidos de América, los habitantes de otras latitudes no nos entienden. Mis colegas norteamericanos se negaban a aceptar que Fidel Castro no fuera comunista sino un tirano oportunista que utilizaba el comunismo como protección ante una posible agresión de los Estados Unidos. Cuando yo se los explicaba me decían que estaba totalmente equivocado.

La realidad incontrastable es que el peronismo, el fidelismo y el chavismo son primos hermanos. Han sido todos aberrantes cultos a la personalidad de líderes carismáticos, ego-centristas y demagogos. Unos demagogos que, como la mala hierba, se aferran con tanta terquedad a la tierra que son muy difíciles de erradicar. Así como Juan Domingo Perón empobreció a la Argentina, Fidel Castro destruyó a Cuba y Hugo Chávez arruinó a Venezuela.

Si alguna diferencia hay es que los herederos de Castro y de Chávez se mantienen en el poder por la fuerza de las armas, mientras los herederos de Perón se aferran al poder por la argucia de los votos en elecciones casi siempre amañadas. Ojalá que los pueblos de Cuba y Venezuela sepamos despojarnos de los fantasmas de Castro y Chávez. Si queremos tener de nuevo naciones con libertad, prosperidad y esperanzas tenemos que aprender cómo se descifra ese jeroglífico.

Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
@AlfredoCepero

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