martes, 20 de agosto de 2019

JESÚS ALEXIS GONZÁLEZ: EDUCACIÓN, POLÍTICA Y POSMODERNIDAD.

Iniciemos con una puntualización: Tanto la modernidad como la posmodernidad hacen referencia a distintas maneras de pensar y vivir, cuyas implícitas características facilita identificarlas con periodos históricos que en ningún caso son opuestos ni sucesivos, habida cuenta que ciertos elementos coexisten. El comienzo de la modernidad, puede ubicarse históricamente a finales del siglo XIV con el Renacimiento, caracterizado por un despertar intelectual en el hombre y muy especialmente con el desarrollo de la escolarización, expansión y masificación educativa, al punto de incorporar a personas de clase media y de escasos recursos a un “nuevo mundo “donde se avivó el sentido humano generando ideas, inventos, conocimientos y creatividad que apuntalaron la emancipación y liberación del hombre. 

La modernidad se sustenta sobre la confianza ciega en la Razón; el ser humano confía en hacer las cosas por sí mismo y dominar su propio destino sin recurrir a explicaciones irracionales, al tiempo que a través de la Razón pueden construir formas de convivencia y de relación social basadas en el consenso y la negociación. Se tiene una inquebrantable fe en las propias capacidades intelectuales de la persona para favorecer constantemente el desarrollo humano, técnico y científico. En lo especifico de la educación, la modernidad, desde su inicio, impulsó métodos autoritarios basados en clases teóricas y expositivas con predominio del castigo, la vigilancia y la disciplina como modo de poder imperante en las aulas; en un contexto de aprendizaje memorístico, repetidor y transmisivo. Es de resaltar, que algunas de estas características aún permanecen vigentes en muchos espacios académicos, a la luz de rutinas donde prevalecen las clases magistrales sobre cualquier estrategia pedagógica reciente, tal como repetir conceptos y memorizarlos, programas de estudio muy extensos y poco útiles para la vida en un ambiente académico donde el conocimiento se transmite. 

La posmodernidad, cuyo inicio puede ubicarse en el siglo XX año 1970, emerge como un quiebre a la confianza en cuanto a que la Racionalidad puede guiarnos infaliblemente hacia un progreso continuo, al tiempo de actuar como una corriente crítica de la modernidad relativizando el papel de la Razón e identificándose con un enfoque reformista que aspira corregir los excesos y debilidades de la Racionalidad, habida cuenta que la ilusión puesta en la Razón y el conocimiento científico bajo la modernidad como el gran constructor-salvador del mundo se ha traducido en un fraude, hasta propiciar un desencanto sobre la Racionalidad induciendo un rechazo de los sistemas de explicación totalizadores (“metanarrativas”). 

La posmodernidad rechaza las grandes ideologías que pretenden explicar la realidad amparadas en la Razón para fundamentar que han alcanzado la Verdad definitiva; siendo que las explicaciones integradoras y totalizadoras de la realidad cada vez gozan de menos adhesión en la sociedad posmoderna, en mucho afectada, tanto por la gran cantidad de puntos de vistas, modos de vidas, opiniones, creencias e ideas; como por la dificultad que implica estructurar y ordenar la cantidad de conocimientos, informaciones, modos de vida y estímulos; aunado al bombardeo de información permanente en los medios de comunicación. 

Desde una visión complementaria, en la posmodernidad la labor educativa ya no está centrada en las actividades del educador, sino que se confiere al educando un papel más activo y se refuerza el trabajo colaborativo. La educación deja de promover normas rígidas y se vincula con la formación de personas integrales; e igualmente el hecho educativo deja de ser exclusivamente racional hasta perfilarse como racional-intuitivo; trascendiendo al propio tiempo de la rigidez a la flexibilidad y de la jerarquía a la participación. 

En fin, en la posmodernidad el individuo no se aferra a nada, no tiene verdades absolutas y sus opiniones experimentan rápidas modificaciones al extremo de inducir una falta de identificación o compromiso con una forma de vida ideal; alentado en el contexto de una sociedad posmoderna donde ninguna ideología política es capaz de entusiasmar a las personas en favor de actuar a modo de ideario colectivo como un proyecto histórico movilizador. 

Permítasenos una acotación: La Internet ha sido, sin duda alguna, uno de los instrumentos que más ha contribuido en el transitar de la sociedad moderna a la posmoderna, al ser determinante en la disolución de los puntos de vista básicos; siendo al propio tiempo una “sobredosis” de información fragmentaria que no siempre conduce a un mayor enriquecimiento de los puntos de vistas y criterios de análisis, ni a la conformación de una cultura más rica y plural; sino que puede conducir a una mayor confusión y perplejidad (desconcierto/indecisión), a la luz de una mera acumulación de perspectivas sin estructurar un esquema de pensamiento; en mucho inducido por la celeridad con la que Internet, las nuevas tecnologías y los medios de comunicación producen y generan información susceptible de ser convertida en conocimiento.  

Resulta una manifiesta obviedad, que la sociedad posmoderna está afectada por una avalancha informativa que por su cantidad y diversidad resulta “aparentemente” enriquecedora, pero que dada la impaciencia que se tiene por “enterarse de todo rápidamente”, no deja espacio para transitar de la información al conocimiento; en el entendido que ello sucede cuando tiene un sentido para quien lo adquiere; es decir se precisa engarzar (unir una cosa con otra u otras) la nueva información proporcionada con la previamente existente, contextualizándola subjetivamente. 

A tenor de lo expresado, el papel de la educación en la sociedad posmoderna, lejos de competir en la era de las nuevas tecnologías con otros agentes de difusión de información más potentes, ha de caracterizarse fundamentalmente por ser el medio que ayude a los educandos a dar sentido, interpretar, contextualizar y criticar dicha información, más allá que ser transmisores de información; y muy por el contrario ha de contribuir en que el educando adquiera la capacidad para reconstruir el conocimiento que le es impartido. 

Reflexión final: Puede inferirse, que la sociedad posmoderna ha mantenido durante ¡50 años! un conflicto permanente con la razón, la racionalidad y las grandes ideologías políticas, al extremo de no darle cabida a las verdades absolutas aunado a una falta de compromiso con una forma de vida real. Al propio tiempo, la moral está igualmente fragmentada, y tras la pérdida de la fe en la verdad también se está desmembrando el criterio sobre el que se fundamenta la acción moral. 

Jesús Alexis González     
jagp611@gmail.com      
@JesusAlexis_Gon

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