Nadie sabe en este momento cuánto más se mantendrá en pie esa forma de estado que se exhibe con el apelativo de socialismo siglo XXI ni lo que en definitiva sean el socialismo y el comunismo.
Menos aún la relación que tales conceptos tienen, no digamos con el modelo que “funciona” –es un decir-en Venezuela, sino con cualquier otro que a lo largo de la historia se haya autodefinido de esa manera.
El rasgo común de todos los ensayos de socialismo marxista, intentados desde 1917 hasta hoy, es que solo pudieron encarnar bajo conformación totalitaria. Semejante armazón no pudo evitar que fracasaran de la manera más rotunda. Y el problema es que, consumidos todos los chances que la paciencia les otorgó, el fracaso se repitió una y cien veces. Un sistema que llegó a pintar de rojo la cuarta o tercera parte del Planeta se desmoronó como un zigurat de piedras de dominó.
Con más vehemencia y venenoso sarcasmo que nadie, había demolido Marx las alucinaciones de Moro, Campanella, Huss, Saint Simons, Owen, Fourier y Cabet. Les contrapuso su jactancioso socialismo “científico”. Casi 150 años tuvieron que transcurrir para desnudar plenamente la inanidad del marxismo y el comunismo científico. La ironía quiso que evidenciaran una índole tan utópica como las fantasías condenadas por el denso pensador alemán, quedando arrumbados en un museo de antigüedades, junto a la rueca, “La ciudad del Sol”, los “falansterios”, el cuchillo de obsidiana, el gurrufío y el trompo.
Los últimos movimientos relacionados con el diálogo, la Asamblea Nacional, la funesta sentencia del TSJ tratando de decapitar la Autonomía, la Libertad Académica y la enseñanza superior de óptima calidad pero para todos, permiten vislumbrar el cambio del poder.
Observo, sin embargo, dos importantes novedades: el cambio de la cúpula que manda en Miraflores y Fuerte Tiuna no puede repetir las clásicas conjuras entre grupos militares, porque no hay manera de que esa fórmula pueda sobrevivir si no pone en timón en manos de la Asamblea Nacional.
La otra novedad es que la casi inmediata apertura hacia la democracia supone que no se reimpongan las fallas y dolencias que acompañaron tal sistema en el pasado. Por eso no hablo de “volver” a la democracia, sino de diseñar una nueva democracia libre de malformaciones.
Aunque con típico humor inglés, proclamó Churchill que “la democracia es el peor de los sistemas, excluidos todos los demás”. En fin, es una forma de estado inmensamente superior y más compatible con la libertad que cualquier otra.
Norberto Bobbio, uno de los socialdemócratas italianos más densos –hoy lamentablemente fallecido- observaba varias paradojas que perjudicaban el desempeño de la democracia. Las formuló con el ánimo de subsanar, nunca de negar. Por razones de espacio me limitaré a exponer tres:
“Pedimos más democracia en condiciones cada vez más desfavorables” En las Asambleas, el público ratifica la voluntad del Ejecutivo porque es más sencillo confiar en el “carisma” que en las razones.
La democracia multiplica funciones y tamaño de la Administración. La mayor burocracia desinfla la participación democrática. Por ende mientras más democracia=más burocracia; y a más burocracia=menos democracia.
La democracia aumenta soluciones técnicas y personal capacitado. “Tecnocracia” es gobierno de minorías competentes, “Democracia” lo es de mayorías interesadas en políticas públicas. La mayor democracia fortalece la tecnocracia, cuya expansión minimiza la democracia
El antídoto sería éste: el triunfo democrático eleva la participación y alza excesivas expectativas propensas al desengaño. Pero también educa a la sociedad y desata fuerzas de progreso que sabrán ajustar las paradojas a dimensiones manejables.
Américo Martín
@AmericoMartin
No hay comentarios:
Publicar un comentario