martes, 24 de diciembre de 2019

JURATE ROSALES: LOS CEROS A LA DERECHA

Hace un año, la Navidad 2018 ha sido sin duda una de las más tristes jamás vividas en Venezuela. Las para entonces ya mal llamadas “fiestas” fueron días en que la mayoría de los venezolanos ni siquiera probaron una hallaca, menos el pan de jamón o el pernil. Fue la época en que la separación de las familias cortaba como un cuchillo cualquier intento de revivir el tradicional ambiente navideño.

Ahora, con apenas un año de distancia, muchas cosas han cambiado – temo que nos acercamos a lo que será decisivo. La Navidad del año 2019 se ve como el momento de la mayor diferencia jamás vivida en Venezuela entre ricos y pobres, algo que el año pasado no hubiéramos podido imaginar. Es que en apenas un año lo que parecía que no puede empeorar todavía más, ha tomado un giro que uno ni sabe cómo calificarlo.

Primera diferencia: las colas que eran rutina en todos estos últimos años cuando aparecía el azúcar, la harina o las pastas – ya no existen. Absolutamente todos los alimentos llenan los anaqueles exhibiendo sus marcas norteamericanas, si bien las vemos provenientes de los más diversos los países del mundo … para todo cliente que tenga dólares. Razón por la que la mercancía apareció como por arte de magia y también por la que sólo los privilegiados que tengan como pagar los precios exigidos, o que tengan dólares, pueden adquirirla.

Los alimentos que en los años anteriores venían en paquetes a domicilio enviados desde EE.UU. a la familia en Venezuela –son cosas del pasado. Ahora basta encontrar en el exterior al agente de cambio que hará llegar a la familia en Venezuela la suma que el hijo, o la hermana, o el primo envían a sus parientes cotizando la remesa a la tasa diaria en dólares, la que en esta semana de diciembre ronda los 47.400 Bs. por 1 dólar. También sirve recibir los dólares en efectivo, porque el billete verde es ahora en Venezuela moneda de uso corriente, hasta para compras en la calle a un buhonero.

Toda reparación –fuese del vehículo, de la lavadora o simplemente de cualquier artefacto de uso diario – se cotiza  en dólares. Saquen la cuenta en bolívares de cada compra y traten de no desmayarse por la cantidad de números a la derecha que deben cifrar. De todos modos, los precios de cualquier servicio, reparación, compra o renovación, se cotizan en dólares. (Sorpresivamente, no parece haber arraigado el cálculo en euros – aquí, definitivamente, estamos en el reino del tío Sam).

En un país que en menos de un año saltó de la más absoluta indigencia a una economía dolarizada, surgen múltiples preguntas. ¿Será posible que todo ese movimiento, donde de pronto todo se cotiza en dólares, esté abastecido únicamente con las divisas de las remesas familiares? En todos los países bajo sistema comunista, esas remesas son la salvación de las familias que tienen parientes en el exterior –así era en los países de Europa oriental bajo el comunismo, así es en Cuba y ahora en Venezuela. Sin embargo, es difícil imaginar que todo ese caudal que de pronto pasa de manos en manos en Venezuela, tenga como única fuente a las remesas familiares.

Otra pregunta. Lo grueso de la diáspora venezolana es muy reciente. Son cerca de 5 millones de personas que emigraron en estos dos últimos años, muchos de ellos sin otro medio de transporte que el de sus piernas para caminar durante cientos de kilómetros al borde de las carreteras.  Las remesas son de los que emigraron antes, se fueron con la visa, el pasaje en avión y un proyecto para subsistir. Son los que envían ahora las ayudas en dólares. En cambio hay millones de desarraigados que apenas comienzan su vida de refugiados y lo hacen en condiciones de enorme precariedad.

El problema de fondo, el más cruel e irónico, es que el resultado del chavismo que prometía la felicidad a los más humildes, ha creado tras 20 años de incompetencia y destrucción, la mayor desigualdad jamás vista en Venezuela, que ahora no es entre ricos y pobres, sino entre quienes cobran en dólares y quienes deben vivir con un sueldo en bolívares. Mayor desigualdad imposible, cuando el sueldo mensual en bolívares es igual a dos dólares mensuales… en un país donde todos los precios se han dolarizado. Esta es la verdadera razón de quienes huyen para no morir de hambre. Razón de mucho peso: si no recibo dólares, todo el sueldo mensual no sirve ni para comer un día. Mucho menos para alimentar a una familia.

Otra consecuencia de esta situación son los miles de viviendas cerradas y vacías –desde ranchos hasta apartamentos, desde lo más humilde hasta lo más lujoso. El anuncio oficial de un censo de la población debe preocupar a muchos que se han ido y poseen su vivienda permanente en Venezuela. Todos ellos partieron con la esperanza de volver pronto “cuando se acabe esa pesadilla”. Una vivienda cerrada y vacía empieza a oler a ocupación legalizada. Ojalá, en eso me equivoque. Sin embargo, lo vi ocurrir en los años del comunismo en Europa oriental, también en Cuba, y no veo cómo se podría evitar en la Venezuela de Maduro.

Finalmente, de todos los dramas vividos por  cada familia -porque en Venezuela ya no queda ninguna familia que de una u otra manera no haya sido afectada por el desastre general- están los niños. Muchos padres emigraron dejando a los hijos pequeños a los abuelos, con la intención de mandarles la alimentación y tan pronto como les sea posible volver a reunir a la familia –sea regresando, o estableciéndose en el país huésped.

De hecho, en el actual momento, casi no hay familia venezolana que haya podido sostener un ritmo de vida familiar sin ausencias de alguno de sus miembros, sin traumas dejados por la situación económica y sin añorar los tiempos “cuando éramos felices y no lo sabíamos”.

En esta Navidad, la penuria general que afectó a toda la población en los años anteriores recibió un vuelco cada vez más trágico, porque nunca antes –en toda la historia de Venezuela– se había vivido con la ausencia casi total de producción de cualquier tipo, con la desaparición absoluta del maná petrolero y por ende, con graves problemas de transporte. Mientras Caracas es casi una burbuja mantenida artificialmente al precio de sacrificar al resto del país, la provincia, –repito, todo lo demás de Venezuela entera- está sometido a largos cortes de luz eléctrica, escasez de gasolina para transporte y desmembramiento de familias.

Lo que se vislumbra para el año venidero es la rebatiña entre chinos, rusos y americanos, a ver quién agarra más de un país que hace dos décadas estaba soberano y podía decidir su propio destino. Este es el legado que Chávez prometió a los venezolanos llamándolo “el mar de la felicidad” calcado en Cuba.

Esperemos entonces que Juan Guaidó tenga éxito en este año venidero, para iniciar una recuperación que será el principio de la reconstrucción sobre el montón de deshechos dejados por el chavismo.

Jurate Rosales
Diario de Jurate 
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Directora de la Revista Zeta, columnista en El Nuevo País con la sección Ventana al Mundo. Miembro del Grupo Editorial Poleo.

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