lunes, 16 de diciembre de 2019

LINDA D'AMBROSIO: A PROPÓSITO DE LOS BARDOS

Se han vendido más de tres millones de ejemplares del “Libro tibetano de la vida y de la muerte” desde su publicación en 1992. Su autor, Sogyal Rimpoché, fue discípulo de uno de los más venerados maestros budistas de su tiempo, Jamyang, Khyentse Chökyi, a cuyo lado abandonó el Tibet cuando el país fue ocupado.

Realizó estudios universitarios en la India y en Cambridge, Inglaterra, abocándose después a la tarea de difundir el Budismo en Occidente.

Una investigación acerca del personaje me conduce a constatar cuán polémica resultó su figura, pues parece haber importantes contradicciones entre el mensaje de compasión que emana de sus textos y los abusos físicos y psicológicos que algunos aseveran que infligía el líder a sus seguidores.

Más allá de la incierta conducta de Rimpoché, lo cierto es que existen ideas en su obra que merecen ser rescatadas. Alguien me introduce al concepto de bardo, el cual desencadena en mí múltiples reflexiones.

Lejos de referirse a la acepción que habitualmente manejamos, la asociada a la poesía, Rimpoché explica que en realidad existen cuatro bardos. Describe el kármico como aquel que se prolonga desde que sobreviene la muerte “hasta el momento en que asumimos un nuevo nacimiento”. Y añade: “una de las características de los bardos es que son periodos de profunda incertidumbre”, en los que “la posibilidad de despertar está especialmente presente”. La muerte constituye un momento trascendental porque, dejado el cuerpo atrás, se presenta una excepcional oportunidad de liberación. Ello es lo que justifica que en la tradición tibetana no se celebren las fechas de nacimiento de los grandes maestros, sino las de sus decesos, su “instante de Iluminación definitiva”.

Dejar atrás una etapa

Se trata, pues, de un estado de transición en el que se elige en qué vamos a devenir. Y, más allá de la consideración metafísica de Rimpoché, pienso en las abundantes muertes que signan nuestra vida, psicoanalíticamente hablando. Cada cambio supone dejar atrás una etapa para acometer otra nueva. La oruga debe renunciar al capullo para reconocerse en la mariposa. El estudiante deviene en profesional y la joven núbil en madre. Continuamente mutamos: enterramos a nuestro yo anterior y renacemos como el Fénix, de las cenizas. Y me gustó el concepto de bardo: quizás es lo que identificamos normalmente como “crisis”. Son esas zonas espinosas por las que nos toca atravesar: la pérdida de un ser amado, la enfermedad, el fracaso… Hitos que deslindan una fase de otra de nuestra vida. Periodos, ciertamente, de gran incertidumbre, pero preñados también de grandes oportunidades, de promesas.

Abomino de todas esas teorías que pretenden negar el sufrimiento y reducen la frustración a una cuestión de “actitud”. Ciertamente, la actitud hace una diferencia en la manera en la que se pasa a través de los chaparrones, pero existe una correspondencia natural entre el estímulo y la respuesta. Si una situación es dolorosa, la padecemos, en la misma medida en que nos regocijamos con los éxitos. Sin embargo, en mitad del temporal podríamos plantearnos: ¿en qué vamos a reencarnar? O dicho de otro modo: ¿en qué clase de persona queremos transformarnos después de atravesar por ese fuego que nos acrisola?

Quizá podríamos contemplar estos períodos de sufrimiento como bardos, como transiciones hacia aquello que hayamos elegido, como oportunidad de elegir en qué vamos a convertirnos, y como pruebas de las que, sin duda, podemos salir fortalecidos.

Linda D´ambrosio
linda.dambrosiom@gmail.com
@ldambrosiom
@ElUniversal

No hay comentarios:

Publicar un comentario