"De nada vale una
urna si el que mete el voto en ella es analfabeto, y que con muchas mulas de varas, ovejas pasivas
o cerdos satisfechos en lugar de ciudadanos, no hay quien saque un
país adelante". Arturo Pérez-Reverte
Estamos en un brete
terminal y sólo nosotros tenemos la capacidad de elegir entre algún futuro
razonable o si, por el contrario, convertiremos a Tato Bores, en su recordado
rol de arqueólogo, en un preclaro profeta; vestido de safari, contaba
"Dicen que aquí hubo un país que se llamaba Argentina", señalando un
mapa de América del Sur en el cual, simplemente, nuestro país faltaba,
reemplazado por el océano. ¿Queremos ir a competir en la feria global o nos
resignamos a desaparecer, como ha sucedido con tantas civilizaciones y naciones
en el pasado?
Hace casi ochenta años
que nos deslizamos rápida o lentamente por una pendiente que ha hecho que
nuestro país resulte absolutamente irrelevante en el planeta, que nadie nos
tenga en cuenta en el concierto mundial (salvo para expoliarnos, como China),
ni siquiera en América Latina. Contemporáneamente hemos logrado que cuatro
(seis, si hablamos de los chicos) de cada diez habitantes sean pobres y muchos
tengan hambre.
Hasta aquí nos han
traído la extendida corrupción pública y privada y los populismos de todos los
colores y, peor aún, la idea de que sólo tenemos derechos y no obligaciones ha
permeado en todas las clases sociales. Una inmensa mayoría de nuestros
ciudadanos cree que no tiene por qué pagar los servicios (energía, transporte,
comunicaciones, salud, educación, seguridad y defensa). Pretenden que se nos
"regalen" la electricidad y el gas que usamos, los colectivos y
trenes con los que viajamos, y hasta el fútbol que vemos, mientras exigimos
excelentes prestaciones; a la vez, no nos indigna la bajísima la remuneración
de nuestros médicos y enfermeros, profesores y maestros, policías y soldados, y
jubilados y pensionados.
Hubo pruebas recientes
de ese disparate generalizado. Con la energía subsidiada durante los anteriores
gobiernos kirchneristas, muchos miembros de las clases más acomodadas
calentaban el agua de sus piscinas y, cuando el gobierno de Macri intentó
ajustar las tarifas, el 48% de la sociedad eligió a los Fernández², encandilada
por sus cantos de sirena. Hoy, si la oposición explicara que se acabó la fiesta
y hay que pagar la cuenta, que somos una nación pobre sobre un territorio
ubérrimo, que es imperioso hacer drásticas reformas y reducir el gasto público
porque ya no tenemos a quien pedir prestado, seguramente volvería a perder las
elecciones, aún en medio de la sideral catástrofe moral, económica, sanitaria,
social y educativa que la actual gestión ha producido.
Algunos miembros de la
oposición no encuentran el camino; continúan actuando caballerescamente pese a
que están jugando con tramposos y tahúres inescrupulosos. Deben convencerse de
que con el kirchnerismo y con su jefa es imposible negociar nada, y la única
actitud valedera es enfrentarlo en todos los terrenos y plantar cara a los
avances que, diariamente, realiza sobre la poca institucionalidad que nos
queda. Hubieran debido entender que las elecciones de este año serán esenciales
y peligrosas, pero han permitido que el Gobierno importe votantes pobres y que
fuertes espadas del Instituto Patria se encaramaran en la Justicia electoral,
ocupando el crucial Juzgado Federal N° 1 de La Plata -Alejo Ramos Padilla- y un
cargo en la Cámara Nacional Electoral (Raúl Bejas, ex apoderado del PJ de
Tucumán).
Entonces, ¿cómo
solucionar ese trágico intríngulis? En el mundo entero, la democracia está
siendo cuestionada y, tampoco en este tema, somos los argentinos una excepción.
Especialmente porque, como está a la vista, nuestros actuales mandatarios no
sólo descreen de ella sino que, para cumplir sus objetivos de impunidad y
trascendencia dinástica, quieren terminar con la Constitución, con el Poder
Judicial y con la Procuración; a estos propósitos se endereza toda su proceder,
incrementando la canallesca pobreza
-para garantizar la dependencia del auxilio estatal- e impidiendo la educación,
sumergiendo en el barro sindical más inmundo a todo el genial proyecto de
Domingo F. Sarmiento, que nos transformó en un faro mundial.
Las imperiosas
reparaciones -fiscales, laborales y previsionales, educacionales, políticas,
económicas, financieras y monetarias, sociales, de relaciones exteriores,
seguridad y defensa- que tenemos que hacer en esta nave que llamamos Argentina
enfrentan todo tipo de obstáculos, partiendo del más grave que es,
precisamente, esa convicción generalizada de feliz dependencia del Estado para
sobrevivir que he descripto más arriba; pero a ella debemos sumarles las que
provienen de la misma corporación política (refractaria a ceder privilegios),
del excesivamente protegido empresariado (siempre dispuesto a pescar en la
bañadera y cazar en el zoológico) y de los extorsionadores sindicatos que,
salvo honrosas excepciones, traban la educación y cualquier posibilidad de
reforma laboral, a pesar de la pérdida de empleos que conlleva el anacrónico
sistema actual.
Pero la historia
reciente nos confirma que, sin amplias mayorías en las cámaras legislativas, de
las que ninguna fuerza política dispone ya, y sin audacia y férrea voluntad del
Ejecutivo, nada resultará posible. Entonces, ¿cómo lograrlo? Debemos encontrar,
olvidando la corrección política, algún formato de gobierno que nos permita
enfrentar al gran enemigo, el socialismo del siglo XXI, y realizar los
indispensables cambios que nuestro país necesita imperiosamente sólo para
continuar existiendo como tal.
Enrique Guillermo
Avogadro
ega1@avogadro.com.ar
@egavogadro
Argentina
Con delincuentes en el poder, es imposible la viabilidad democrática, ejemplos: Argentina y Venezuela
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