lunes, 21 de marzo de 2022

MERCEDES MALAVE: ¡POR LA VIRTUD!

En la medida en que las nuevas formas de expresión y comunicación avanzan, con sus sistemas de algoritmos y segmentación, el aislamiento social aumenta.

Las redes sociales exacerban los juicios morales en tercera persona. Ellos -los malos y los buenos- son objeto de las peores sentencias o de las más elevadas condecoraciones morales. “Sustituyen los razonamientos por chorros de emoción, moralina o sentimentalismo” diría Carlos Raul Hernandez en un razonamiento que podría ser la clave del moralismo contemporáneo: esa exclusión deliberada del yo-consciente-racional del juicio moral, pues no se trata de interesarse por los hábitos de conducta personal, sino de participar en temas de discusión ajenos a la propia vida y exigencia moral.

Por eso, no deja de resultar paradójico que en un mundo de sociedades líquidas que resalta la autonomía del individuo, la fluidez de las relaciones humanas e institucionales, la falta de compromiso con valores y principios universales, etc., se produzcan posiciones morales tan categóricas y universalistas, con cientos de seguidores, como las que vemos a diario. En la medida en que las nuevas formas de expresión y comunicación avanzan, con sus sistemas de algoritmos y segmentación, el aislamiento social aumenta. Se erosionan los mecanismos de comunicación interpersonal y se debilita el compromiso individual con la consiguiente disminución de responsabilidades frente a las propias posiciones. El objeto de la moral, la conducta personal, se desvanece siendo poco a poco sustituida por proclamas morales exhibicionistas, showseras, que van fluyendo con el algoritmo de turno: hoy es el tepuy, mañana es la guerra, pasado mañana es tomar parte en una pelea de farándula.


Plantear alternativas éticas consistentes a los hombres y mujeres de hoy no resulta nada fácil, aunque todos sabemos que escribir un tuit o publicar un post con frases morales, no nos hace ni mejores ni peores personas. La ética no va de eso sino, como diría Allen, de una búsqueda de toda la vida, para responder personalmente a los otros con la mejor voluntad de renunciar a todo interés egoísta.

Alteridad y egoísmo son las dos opciones fundamentales que enfrenta el razonamiento ético. Aristóteles constató que el fin de la ética es la felicidad, y que ésta no consiste en llegar al estado de bienestar del animal sano, sino en vivir según la razón. Para Kant, la vida racional se enfrentaba a un terrible dilema, que consistía en la experiencia de que mientras más se empeñaba la razón en la búsqueda de su propia felicidad y disfrute, más infeliz se era; hasta el punto de llegar a la misología (odio a la razón) por ser la responsable de cargarnos con más trabajos que felicidades, hasta terminar envidiando a quienes viven del mero instinto natural, sin conceder a la razón ningún influjo sobre la conducta; argumento que contradice a Aristóteles pues nos retrotrae al objeto de felicidad del animal sano.

De ahí que el principio de la alteridad constate que el bien por excelencia de la persona humana consiste “en el encuentro generoso, gratuito y de reconocimiento mutuo con el otro”, y es aquí donde las virtudes son las protagonistas de un planteamiento moral en primera persona, pues ellas, además de ser hábitos de conducta que perfeccionan la propia existencia de cada individuo, también facilitan la convivencia humana. Construyen el ethos virtuoso forjador del bien común.

La virtud constituye la base de la relacionalidad plenamente humana. Su ejercicio es posible gracias a la libertad que actúa guiada por la razón y movida por la voluntad. A la virtud de la prudencia los griego la denominaron “auriga virtutum” por ser el primer hábito racional y libre que dispone a la persona a querer obrar bien aquí y ahora. Hablaban también de otras virtudes cardinales como la fortaleza, la justicia y la templanza que regulan las relaciones con las personas y demás bienes placenteros.

Del ejercicio de las virtudes depende el saber orientar la política hacia el bienestar de los ciudadanos, actuar con magnanimidad, sin la “estrechez nacional y la miopía que antes abundó”, y sabiendo “curar pronto los males que se reconocen con antelación” (Mibelis Acevedo).

En definitiva, la tarea sería recuperar la única reflexión ética posible y real, la de la primera persona, guiada por el principio de alteridad, como el mejor antídoto contra toda forma de egocentrismo, personalismo, prepotencia y exterminio de la pluralidad. La opción fundamental que planteara hace siglos el mismo San Agustín: el amor al prójimo hasta el desprecio de sí, o el amor a sí mismo hasta el desprecio del prójimo.

Mercedes Malavé
mmmalave@gmail.com
@mercedesmalave
@mercedesmalave
Directiva de Unión y Progreso
Venezuela

No hay comentarios:

Publicar un comentario