En poco más de dos meses, la situación alimentaria mundial ha ido de mal en peor. Los llamamientos cayeron en saco roto, incluso si de alguna manera Ucrania gana la guerra, pasarán décadas antes de que su economía y sus exportaciones agrícolas vuelvan a sus niveles anteriores. Muchos países han entrado en pánico ante la escasez mundial. China prohibió la exportación de productos químicos agrícolas, Indonesia prohibió la exportación de aceite de palma e India prohibió la exportación de trigo. Estados Unidos ha ampliado su apuesta por el etanol a base de maíz, aumentando la cantidad obligatoria en el suministro de gasolina para reducir el costo utilizar el automóvil. Malasia parece dispuesta a levantar su mandato de mezclar aceite de palma en los suministros de combustible diésel, para enfrentar la escasez local de aceites —aceite de palma que retornaría a la cadena mundial de alimentos—.
Esta crisis es más difusa en comparación a las vividas anteriormente por el mundo, porque afecta la oferta de combustibles, condiciona la producción de fertilizantes e influye en la producción y comercialización de alimentos (especialmente trigo, maíz y aceites vegetales). Además, tomando en cuenta los últimos acontecimientos mundiales, cada día se agudiza más y pone en riesgo la tenue recuperación que han logrado las economías del mundo luego de la pandemia del coronavirus.
En este escenario, los productos agroalimentarios están experimentando un bajo nivel de inventarios, una reducción de la producción y una interrupción de las cadenas de suministro. De esta manera, es menos probable retomar los patrones de comercio que existían antes de la pandemia, y reaparecen las prácticas proteccionistas que promueven la auto subsistencia. En este sentido, aunque son muchos los problemas estructurales y políticos que desencadenaron esta crisis, resulta necesaria la coordinación entre las principales economías del mundo para avanzar en su solución. Es el momento propicio para abogar por la acción coordinada de gobiernos comprometidos con la preservación de la seguridad alimentaria y la reducción de restricciones comerciales. Es una oportunidad para que la coordinación de la política pública en pro de la seguridad alimentaria sea el motivo de la próxima cumbre del G20 en Bali, Indonesia.
Con Indonesia en la presidencia, es posible alcanzar un compromiso formal de los miembros del G20 en materia de normalización del comercio. Esto requerirá una posición común para evitar más restricciones a la exportación de productos básicos especialmente trigo, aceites vegetales, fertilizantes, medicamentos, entre otros; este acuerdo podrá alcanzarse otorgando a cada país un margen de maniobra considerable para programar sus acciones de acuerdo a las circunstancias políticas locales, pero los detalles de su aplicación y los mecanismos de implementación deben ser difundidos con transparencia.
Aunque sea comprensible que los distintos países del mundo busquen proteger a sus poblaciones locales con alimentos producidos de manera local, está altamente documentado que la práctica solo agrava la escasez mundial de alimentos y presiona el aumento de sus precios internacionales. En la actual coyuntura mundial, la vuelta a la autarquía sería desastroso para la seguridad alimentaria, ya que, las restricciones del comercio de alimentos no es la solución mientras que la cooperación consciente y trasparente si lo son.
Sadcidi Zerpa
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Venezuela
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