martes, 26 de enero de 2016

MARIO GENSOLLEN, LIBERALISMO Y CONSERVADURISMO, EL PESO DE LAS RAZONES, DESDE MEXICO

Siempre he tenido un temperamento liberal en asuntos públicos, aunque en privado suelo ser más bien conservador. Dos de mis ensayos favoritos plasman esta dualidad: On Being Conservative de Michael Oakeshott y On Liberty de John Stuart Mill.

La mayoría de nuestras sociedades occidentales parten de los supuestos de que los individuos deben ser máximamente libres, compartir el mismo esquema de libertades y de que la libertad es deseable por sí misma. Resulta muy complejo especificar cuáles son los rasgos básicos del liberalismo, en tanto existen diferencias profundas entre diversos pensadores liberales y modos de liberalismo.

Más allá de que se acepte que la tradición liberal debe mucho al concepto de “tolerancia religiosa” y a la teoría de la propiedad de Locke, al lenguaje de la igualdad y los derechos humanos fruto de las revoluciones francesa y norteamericana, y a los planteamientos individualistas en ética (i.e., aquellos que afirman que lo moralmente importante lo es sólo en tanto afecta a los individuos), los pensadores liberales siguen discutiendo el significado de la libertad, la dignidad, la igualdad, la individualidad y la tolerancia. Así, más que un cuerpo doctrinal, podemos considerar al liberalismo como un conjunto de debates. Los liberales discuten estas cuestiones porque comparten una serie de intereses y unos cuantos supuestos (también, quizá, cierto temperamento). Algunos de estos supuestos son que el individuo es el único agente moral; la sociedad es el resultado de la acción concertada de los individuos; el individuo es el fin de la sociedad política (i.e., la sociedad es un medio para la realización de la persona, por tanto no debemos sobreponer los fines colectivos a la libertad del individuo); el espacio público ofrece un ámbito para la actuación de las libertades individuales; y las relaciones entre los individuos deben darse en el marco de la tolerancia y el respeto a los derechos básicos, lo que permite la cooperación en beneficio mutuo.

Esta caracterización mínima nos proporciona un núcleo de compromisos básicos a los que suelen adherirse los liberales, y a los que yo mismo me adhiero. Lamento, sin embargo, el tufillo peyorativo con que suele hablarse de los conceptos de “individualismo” y de “liberalismo”. A uno lo asocian -erróneamente- al egoísmo moral; al otro, al capitalismo desenfrenado. De entrada, me parece cuestionable que el liberalismo político se reduzca a una expresión del liberalismo económico. A los liberales suele interesarles compaginar nuestros anhelos de libertad e igualdad, aunque sea muchas veces complicado realizar la tarea en la práctica. Por otro lado, el individualismo ético no implica egoísmo moral: de hecho, los liberales piensan que una de nuestras metas más importantes en la vida pública consiste en expresar plenamente nuestra individualidad en proyectos profundamente compartidos.

Cierto conservadurismo, por su parte, no es necesariamente incompatible con el liberalismo. A algunos conservadores no les inquieta que otros seres humanos elijan un plan de vida que ellos no elegirían. Piensan que la libertad debe ser máxima en todos y cada uno, siempre y cuando las acciones de uno no afecten a otros (aunque esto es interpretable y discutible ad casum). Los conservadores -como Oakeshott y yo- pensamos más bien que el conservadurismo es una actitud, y una que afecta principalmente nuestra vida privada. Pensamos que es una actitud de simpleza ante la vida, de gozo y disfrute con lo que hay, de exceso de presente frente al exceso de futuro, de paz vital frente a la angustia y ansiedad existencial. Pensamos que ser conservadores no es una actitud política, sino vital: ser propenso a pensar y comportarse de determinada manera, a preferir determinados tipos de conducta y elegir determinadas opciones. El propio Oakeshott así lo resume: “Ser conservador consiste, por tanto, en preferir lo familiar a lo desconocido, lo contrastado a lo no probado, los hechos al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo conveniente a lo perfecto, la felicidad presente a la dicha utópica. Las relaciones y lealtades familiares serán preferidas a la fascinación de vínculos potencialmente más provechosos. El adquirir y aumentar será menos importante que el mantener, cuidar y disfrutar. El pesar que provoca la pérdida será más agudo que la excitación que suscita la novedad o la promesa. Se trata de estar a la altura de la propia suerte, de vivir conforme a los propios medios, contentarse con perfeccionarse en función de las circunstancias que nos rodean”.


Mario Gensollen
mgenso@gmail.com
@MarioGensollen
Mexico

http://www.lja.mx/2016/01/liberalismo-y-conservadurismo-el-peso-de-las-razones/

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