domingo, 21 de febrero de 2016

GABRIEL S. BORAGINA, NUESTRA ECONOMÍA MERCANTILISTA

Que el sistema económico actual a nivel mundial es el capitalismo de libre mercado, es algo que resulta habitual escuchar y leer en casi todas partes, y -en verdad- existen muy pero muy pocas personas que dudan de ello. Y esto, no sólo considerando la gente común y corriente, sino importantes profesionales, de prácticamente todos los campos de las ciencias, incluyendo a varios premios nobel también de todas las ramas del saber, involucrando, por supuesto, la economía.

Correlativamente con esta idea, también existe la convicción (entre el mismo grupo de personas) que el librecomercio es la regla actual en el mundo económico internacional, atribuyéndose a aquel capitalismo y a este libre comercio exterior la causa de la pobreza.

"Esta visión peculiar del comercio exterior procede en gran medida de la versión mercantilista, especialmente aquel razonamiento que se conoce con el nombre de “el Dogma Montaigne” el cual sostiene que la pobreza de los pobres es consecuencia de la riqueza de los ricos. Montaigne analizaba el lado monetario de las transacciones. 

De este modo se imaginaba que si alguien vende una silla y obtiene cien pesos, el vendedor ha aumentado su patrimonio por esa suma mientras que el comprador lo ha reducido por el mismo monto. Desde luego que con este razonamiento se pierde el lado no monetario de la transacción y también se pierde de vista que en toda transacción libre y voluntaria ambas partes ganan. Si el comprador de la silla realizó la transacción es porque para él los cien pesos tienen un valor menor que la silla que obtuvo a cambio y lo mismo ocurre en la dirección opuesta con el vendedor. Pero del Dogma Montaigne surge el deseo morboso de acumular divisas como si la situación de caja y bancos y la correspondiente liquidez reflejara solidez patrimonial. Cualquiera que haya estudiado introducción a la contabilidad sabe que las riquezas y pobrezas relativas se miden en base a los patrimonios netos y no a la disponibilidad de efectivo."[1]

En la enorme popularidad del dogma en cuestión (que en su hora no fue cuestionado, y que por tal motivo se lo bautizó como dogma precisamente) encontramos el origen remoto de la justificación teórica que diera -mucho mas tarde- pie al socialismo y al intervencionismo económico más generalizado a horizonte planetario. No existe mejor prueba del éxito del dogma en cuestión que observar lo extendido que está en las naciones la tendencia de los gobiernos a interferir en los asuntos económicos y a restringir las transacciones, ya no solamente internacionales sino también en el ámbito interno.

"Vale la pena detenerse en una cita de Robert Lekachman en la que describe el significado del mercantilismo:  Colbert, el más grande de los mercantilistas franceses del siglo XVII, dio forma a numerosos controles, profusamente detallados sobre los productos manufacturados. Colbert buscaba la uniformidad nacional de los artículos elaborados [...] sus reglamentaciones eran meticulosas y minuciosas. Los decretos para el período 1666-1730 ocuparon cuatro volúmenes, totalizando 2.100 páginas. Le dieron aun mayor vigor tres suplementos aparecidos posteriormente, casi tan substanciales como los anteriores. La observancia de estas leyes era una constante preocupación. 

El intendente, el representante del Rey en cada distrito, era el responsable de la obediencia de los fabricantes y comerciantes. Por lo tanto, sus funcionarios realizaban periódicas es imprevistas inspecciones. Cuando encontraban que un género, en cualquiera de sus etapas de elaboración, no estaba encuadrado dentro de las especificaciones, estaban facultados a aplicar el castigo correspondiente que, por lo general, era una cantidad establecida de azotes [...][2]

El paralelismo -a la luz de la cita anterior- con nuestra época es asombroso. Parece al respecto que nada hubiera cambiado. Incluso a los argentinos evoca la memoria del ex secretario de comercio interior, el peronista Guillermo Moreno, funcionario del FpV de los Kirchner, cuyas pretensiones y acciones –salvando las diferencias de épocas- eran usualmente análogas a las de Colbert. Pero es de justicia decir que no sólo Colbert y Moreno procedieron de manera similar, sino que habitualmente la mayoría de los funcionarios que se hacen cargo de las carteras de economía en el plano nacional siguen políticas similares, lo que permite ver la vigencia del dogma Montaigne en el tiempo desde aquel lejano siglo XVI hasta nuestros días, constituyendo una nueva prueba de cómo extendidos errores perduran a lo largo de los siglos y resisten al tiempo. 

Claro que, ya no se estila aplicar azotes a quienes tratan de vivir honestamente del fruto de su trabajo, aun cuando funcionarios como el mentado Moreno hubieran compartido de muy buen agrado esa pena u otras peores. Hoy en día, los que "osan" querer comerciar sin trabas burocráticas son sancionados con impuestos, multas, confiscaciones y, en no pocos casos, condenas de prisión.

"En el siglo XVII, la primera reacción sistemática contra el prevalente mercantilismo fue la fisiocracia. Como es sabido, el mercantilismo consiste en la insidiosa intromisión gubernamental en los negocios privados. Constituye el aspecto medular de esta corriente de pensamiento el establecimiento de precios máximos, monopolios estatales, permisos para comerciar, la imposición de carnets para agremiarse y la manía de controlar el comercio exterior suponiendo que es bueno exportar y malo importar. Los comerciantes pedían que se deje hacer (laissez-faire) a las actividades lícitas. 

Era un grito de libertad y un pedido angustioso a las autoridades para que no se entrometan en el comercio libre. Cada vez que los gobernantes arremeten contra la capacidad creativa y la producción de bienes y servicios se repite el pedido de laissez-faire, aunque no se recurra textualmente a esa expresión francesa."[3]

 No cabe duda -a la luz de esta cita- que el sistema económico actual -no sólo en Argentina sino a nivel global- es de este tipo, es decir, mercantilista. Como tampoco existe ningún margen de error cuando afirmamos que el mercantilismo no tiene puntos de contacto con el liberalismo ni con el capitalismo.

[1] Alberto Benegas Lynch (h) "Comercio exterior e integración regional". Pág. 5
[2] Alberto Benegas Lynch (h) "Comercio... ". Idem pag. 5
[3] Alberto Benegas Lynch (h). El juicio crítico como progreso. Editorial Sudamericana. Pág. 306.

Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
Acción Humana

Argentina

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