Confesamos nuestra curiosidad por saber qué movía a
los salvajes que azotan y destruyen el país. Hasta ahora, todo en vano. Veíamos
pruebas al canto de que solo les faltaba capacidad de raciocinio para alcanzar
a personas. Pero nada que alguno decía lo que lo moviera a obrar peor que los hipopótamos
que trajo Pablo Escobar desde el África. ¡Hasta que se hizo la luz!
Anda por las redes el pensamiento político y
filosófico de estos truhanes. Lo propone un tipo joven, pasado de largo de los
veinte años, edad suficiente para que hubiese aprendido algo de provecho. Y
empieza por decir que no va a exponer lo que quiere, lo que juzga muy complejo,
sino que va a limitarse a exponer lo que no le gusta y debe ser corregido, por
alguien que lo escuche. Es la voz de una generación nueva que va a cambiar este
desdichado país, sin el compromiso de decir en cuál le habría gustado vivir.
Pero vamos al tema. Porque detesta este jovencito el
desempleo, y el juvenil más que ninguno. Y es tan astuto que propone, para
combatir semejante despropósito, destruir los empleos existentes. Que los
agricultores no tengan cómo trabajar la tierra; que las fábricas deban cerrar
porque no pueden sacar sus productos; que los comerciantes no puedan vender lo
que la gente necesita para vivir; que los médicos no puedan llegar a los
hospitales, donde hay tantos que luchan por la vida de todos. ¡Qué profundidad
de pensamiento!
Desde luego, ya lo advirtió al comenzar, no dirá
fórmula alguna para que el odiado Gobierno pueda crear los empleos que se
necesitan. Le basta con volver pedazos los que existen.
Al joven de nuestro cuento le parece detestable la
corrupción. Como a todos. Y quiere acabarla ejecutando los atropellos más
inicuos contra los que quieren trabajar a pesar de tantas aflicciones del país.
Porque se tienen que hacer oír. Y de esa manera, claro está.
Le parece detestable a este pensador novedoso y
profundo, que busquemos petróleo por el comprobado y comprobable método
científico del fracking. Sin explicarlo, porque ya vimos que no tiene la carga
de explicar nada, destruye la comida que va para los mercados, ataja el oxígeno
que salvará enfermos, condena al hambre millones de personas. Hay que hacerse
oír, sin duda. Y ese es el camino que le queda. Nada mejor que dejar podrir los
huevos y matar de hambre las gallinas, como método para que se oiga el nuevo
pensamiento revolucionario.
Y así se pasa este promotor del sistema de destruir lo
que existe para abrirle espacio a un mundo distinto, que por supuesto no tiene
la pesada carga de explicar.
Hasta que aparecen las orejitas del lobo. Porque a
nuestro joven le molesta la deforestación y tiene fresca la cifra de hectáreas
que volvió pedazos el hacha asesina. Y no dice quién deforesta y cómo corregir
semejante monstruosidad. Pero a renglón seguido, muestra su ira por el maldito
glifosato. Y empezamos a entender, ahora sí. Este amigo del caos lo odia todo,
menos la mano que se extiende para pagarle setenta mil pesos por día de
violencia a él y a los suyos. Y quiere destruirlo todo, menos las matas de
coca. Un buen pase no está de sobra, pensará.
El joven de nuestro cuento, que tiene el mérito de ser
único en tratar de expresar lo inexpresable, la violencia suya y de sus amigos
contra todo lo que pudo hacerse y se puede hacer en este desventurado país.
Y vaya sorpresa, nos encontramos con una generación
que odia el desempleo, la pobreza, la corrupción, la caída de los bosques, la
falta de oportunidades, el sistema hospitalario deficiente. Lo que no deja de
ser excepcional. ¡Qué profundidad de pensamiento!
Siendo tantos como aparecen en la trágica sucesión de
estas violencias, fácilmente hubieran ganado las elecciones pasadas y ganarían
las próximas. Con lo que serían dueños de la política, legisladores y
Presidente, alguno de los suyos. Pero ese camino les parece nada a propósito.
Es muy complicado y ya vimos que no es lo suyo eso tan aburrido de decir lo que
se quiere, como que es más fácil tirar bombas molotov a jóvenes policías,
levantar barricadas, cerrar caminos, bloquear puertos, matar gallinas y cerdos,
arruinar campesinos y cerrar fábricas.
El joven pensador nos quitó la venda de los ojos.
Porque nunca mejor definidos los idiotas útiles de Lenin, harto anciano para
estos revolucionarios de hoy.
Y nunca nos quedó más claro que no hay cáncer peor que
el maldito glifosato y cualquier forma para erradicar la coca. Comunista, como
idiota, narco traficante sin saberlo o sabiéndolo demasiado, aquí queda la
imagen del primer joven delincuente que ha tenido la bondad de decir por qué
comete tantas barbaridades, y por qué es tan redomadamente idiota.
Fernando Londoño Hoyos.
flondonohoyos@gmail.com
@FlondonoHoyos
Colombia
http://periodicodebate.com/index.php/opinion/columnistas-nacionales/item/30018-idiotas
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