ACTO
I.
Cuando
todo estaba perdido y los militares se disponían a entrar al Palacio de la
Moneda; cuando quienes resistieron unas horas comenzaban a rendirse, Patricio
de la Guardia ordenó a sus subalternos: “vamos a evacuar, según el plan
trazado, espérenme que voy a acompañar al presidente". Los hombres se
reunieron en el lugar convenido para iniciar el escape de aquella batalla
desigual y al cabo de un rato regresó De la Guardia: “El presidente está
muerto, luchó como un valiente, vámonos …"
Este
es el relato que dieron a sus colegas, los guardaespaldas cubanos del
“Compañero Presidente" Salvador Allende, destacados allí por Fidel Castro
y aceptados gustosamente por el presidente chileno. Todo veraz, aunque no
incluía la escena correspondiente al encuentro entre Patricio de la Guardia y
un desesperado Allende, quien según testigos se comportó muy valiente pero al
ver todo perdido clamaba a esa hora por una tregua de cinco minutos, según
algunos “para negociar la rendición”.
De
la escena INT. DESPACHO PRESIDENCIAL – DIA dieron cuenta años después dos
agentes cubanos que desertaron en Europa: Dariel Alarcón Ramírez (a)
“Benigno" y Juan Vives, quienes se lo contaron al periodista francés Alain
Ammar para el libro Cuba Nostra, Los Secretos de Estado de Fidel Castro. El
propio De la Guardia se los habría narrado a ellos, a su regreso a La Habana
luego de su bien planeado escape del Palacio Presidencial de Santiago de Chile.
Estos
serían los hechos: Patricio De la Guardia entró al despacho de Allende, quien
muy angustiado ordenaba solicitar la tregua para negociar la rendición,
entonces él lo tomó por los hombros, lo hizo sentar en un sofá y le espetó:
“Los presidentes revolucionarios no se rinden" y seguidamente le arrojó
una ráfaga de su ametralladora. Luego colocó en manos del cadáver el fusil
personal que le había obsequiado Fidel Castro, el mismo con el que aparece
Allende en otras fotos del mismo día.
Las
instrucciones del alevoso magnicidio le fueron dadas telefónicamente al militar
por el propio Castro, en términos tales como: “Patricio, no podemos permitir
que Allende se rinda o asile en una embajada, el presidente tiene que morir
como un héroe… la revolución chilena necesita un final heroico”. En la lógica
tanática de Fidel Castro, y en su arrogancia triunfalista que no admite fisuras
en la infalibilidad comunista, un proceso político a cuya polarización él
apostó tanto no debería tener el infeliz desenlace de una rendición.
Recordemos
cómo el dictador cubano –a través de sus secuaces chilenos, de sus propios
agentes infiltrados y de su presencia agitadora personal durante 23 días,
insólita duración para una visita de Estado-trabajó activamente para
profundizar el conflicto chileno y hacer imposible todo curso pacífico como el
propuesto inicialmente por Allende y la mayoría de los partidos que lo
apoyaban.
Castro
no podía permitir que el proyecto socialista chileno naufragara en su propio
fracaso. Una premisa de todos los totalitarismos –Hitler y Mussolini incluidos-
es la negación a toda salida pacífica, y mucho menos electoral, de su poder.
Porque una salida de ese tipo evidencia que la supuesta “revolución popular”,
encabezada por el proletariado y apoyada por las “mayorías depauperadas”, ha
sufrido el abandono por parte del pueblo debido a su imposibilidad esencial
para cumplir con las promesas de redención que las llevaron al poder. En tal
sentido, la revolución no fracasa, ella sólo finaliza como producto de la
acción demoníaca del opresor imperialista y sus lacayos.
ACTO
II.
Cuando
en julio de 2011 comienzan a aparecer los primeros síntomas de una dolencia
física en el cuerpo del presidente Hugo Chávez, era automático que el primero
en saberlo sería Fidel Castro, tal era el grado de control que ya había
instalado ese maligno político sobre todos los aspectos del poder en Venezuela.
Los médicos, guardaespaldas, asesores de mayor confianza y hasta ciertas
amantes del líder respondían directamente al régimen cubano. Chávez fue
examinado en Cuba a fines de ese verano y Castro conoció el diagnóstico primero
que él: su gravedad, posibilidades de recuperación, posibles tratamientos, etc.
Así
que Castro tuvo la oportunidad de evaluar opciones y escenarios, antes que el
propio dueño del cuerpo en peligro. Pronto concluyó que estaba ante un dilema:
o salvar la vida de Chávez o salvar el proceso revolucionario venezolano, que
desde hacía 12 años fungía de única tabla de salvación para una isla hundida en
la peor de las miserias por obra del siempre ruinoso socialismo más la
corrupción e incompetencia de él y su corte. El dilema estaba fundado en la
proximidad de las elecciones presidenciales de Venezuela, previstas para
diciembre de 2012; de modo que, para someter
a Chávez a los tratamientos requeridos que efectivamente curasen, o al
menos detuviesen por unos cuantos años el cáncer que crecía dentro de él,
tendría que retirarse de la presidencia y de la política activa por al menos 18
meses. Y esos plazos no cuadraban con la participación de Chávez como candidato
presidencial ante una oposición que se veía crecer unificada, mientras que en
el campo chavista no existía una figura de reemplazo que, en tan poco tiempo,
pudiera garantizar una victoria electoral.
Con
la capacidad de seducción y manipulación que lo hizo famoso, Castro entró en
acción. Y con el apoyo del cuerpo médico cubano, y hasta de santeros y paleros
en los que Chávez tanto confiaba, logró convencerlo de que su mal no tenía
remedio, que a él le correspondía librar su última batalla, perder la vida y
ganar la eternidad, como el líder revolucionario que dio su vida por la
felicidad de su pueblo. Sólo habría que adelantar las elecciones un par de
meses, para garantizar que él llegara con fuerza hasta ese momento.
Chávez
aceptó su destino y su misión; y vaya que la cumplió con creces, hay que
reconocerlo. Baste no más recordar el acto de cierre de campaña, en octubre de
2012, cuando habló un buen rato con su energía habitual y bajo un aguacero,
hasta caer desmayado en el vehículo donde prácticamente lo arrojaron luego de
recorrer un buen tramo de la multitud. La historia siguiente la conocemos:
Chávez ganó la elección de 2012 –la ganó, dejémonos de pendejadas- y le salvó
la mesada a Fidel Castro por seis años más.
ACTO
III.
Los
acontecimientos recientes permiten ahorrarnos el recuento y caer en el neto
presente, sin mayores descripciones: la dictadura de Maduro se encuentra en una
posición insostenible, todo el mundo sabe que el régimen no podrá librarse de
este nuevo desafío y que es cuestión de días, a lo más semanas, para que sea
echado del poder por el pueblo venezolano, su dirección política y una poderosa
coalición internacional a la que estaremos históricamente agradecidos. Ante una
situación que no admite dudas, las voces más sensatas del mundo le piden a
Maduro que negocie ya su salida; existen diferencias sobre el tono, la forma y
las condiciones de esa salida, pero no queda nadie que le pida mantenerse.
Salvo
Cuba y su decreciente corte de gobiernos satélites y un puñado de mohicanos
individuales. Para ellos resulta indispensable que la salida de Maduro y su
pandilla ocurra por una vía violenta, lo más parecida que se pueda a una
invasión imperialista con víctimas civiles, mejor si se presentan algunos
bombardeos y toda la escenografía victimizada para la ocasión. Si eso
ocurriese, no importan las condiciones en que sea provocado, quedaría salvado
el tesoro más preciado de esta gentuza: El Relato, la posibilidad de mantener
viva la salvaje mentira de que “el socialismo es la mejor vía para la felicidad
de los pueblos”. Un sueño milenario que, cuando está a punto de fructificar es
truncado por los malvados burgueses e imperialistas.
Hasta
ahora la premisa de resistir como Numancia les ha funcionado. Aunque todo el
mundo sensato sabe que el ensayo de un “socialismo electoral y pacífico” en
Chile fracasó miserablemente, un sector del mundo -minoritario pero muy eficaz
y ruidoso para la propaganda- mantiene la tesis del pueblo marchando unido
hacia su felicidad, arrebatada por la diabólica "derecha",
representada por "la burguesía aliada con el Imperio".
EPÍLOGO.
Lo
dicho, sumado a todo lo que hemos visto desde 1999 y particularmente en estos
días, me lleva a pensar que Maduro y su corte más íntima resistirán hasta lo
indecible, incluso poniendo su vida en ello. No tengo dudas de que Raúl Castro
le ha pedido eso a Maduro y que ha ordenado las medidas para que un final como
ese se produzca, aun cuando Maduro se eche para atrás a última hora.
Corresponde
a nuestro pueblo, a su dirección política y a los gobiernos de la coalición
aliada, hacer los mayores esfuerzos para que el designio del comunismo
internacional no se produzca de nuevo en Venezuela. No regalarles fácilmente el
relato. Tales esfuerzos se han hecho y se siguen haciendo, hay que reconocerlo.
Por
supuesto, tampoco podemos regalarles por ello un tiempo más en el poder. Si el
afán castro-chavista de que esto termine de un modo violento se hace muy
difícil de sortear, y si por ello resulta muy costoso sacarlos por medios
pacíficos, no dudo en aprobar que los complazcamos en su obsesión.
Que
salgan entonces con las patas por delante.
Thaelman
Ürgelles
@TUrgelles
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