En otras ocasiones me he detenido a subrayar lo que a
juicio de muchos intelectuales es el uso desaprensivo de la expresión “clase
social” puesto deriva de la idea que hay personas de una clase o naturaleza
distinta. Esta noción deriva del marxismo en cuyo contexto se sostiene que el
burgués y el proletario son de una clase o naturaleza distinta ya que poseen
una estructura lógica diferente. En este sentido son consistentes con su
premisa, aunque ésta esté errada ya que ningún marxista explicó en que estriba
concretamente la diferencia, en que reside el manejo distinto de los silogismos
y, por otra parte, que le ocurre al hijo de un proletario y una burguesa o que
le sucede específicamente a la estructura lógica del proletario que se gana la
lotería y así sucesivamente.
Como también hemos apuntado en su oportunidad, los sicarios
nazis luego de galimatías varios en sus absurdas clasificaciones de lo que
denominan arios y semitas llegaron a la conclusión que el tema era mental
adoptando la concepción marxista al comprobar que solo diferenciaban a las
víctimas de los victimarios rapando y tatuando a los primeros pues no había
posibilidad alguna de clasificar en base a rasgos físicos.
Como queda dicho, si bien los marxistas son
consistentes con sus premisas erradas, los que recurren inocentemente a la
expresión “clase social” son del todo incoherentes con sus premisas porque no
quieren decir que las personas de distinta clase sean de naturaleza distinta,
lo que quieren decir es que obtienen ingresos distintos. En ese caso es mejor
decir eso mismo: ingresos medios, ingresos altos e ingresos bajos. Por otro
lado, el concluir que los de ingresos altos en general pueden acceder a una
educación formal de mejor calidad que los de ingresos bajos es una grosera
perogrullada pero en una sociedad abierta en donde la movilidad social es máxima
no significa que la gente muta su naturaleza o cambia de clase de persona al
elevar o reducir sus ingresos.
Más aún, aludir a la clase baja constituye una torpeza
repugnante, referirse a la clase alta es de una frivolidad digna de la mayor tilinguería
y hacerlo respecto a la clase media es llamativamente anodino.
Una vez aclarado lo anterior, vamos a lo que Milovan
Djilas bautizó como “la nueva clase” en un best-seller que lleva ese título y
que se tradujo a once idiomas. Un ex cómplice y partícipe directo del
totalitarismo que conoció desde adentro todas las artimañas del poder como
fueron los también resonantes casos de Eudocio Ravines y Whittaker Chambers
sobre los que he escrito en otras ocasiones. Los tres consideraron en una
primera instancia que los desbarranques se debían a malas gestiones del
sistema, tardaron en percatarse que el asunto no radica en las personas que
administran un sistema autoritario sino en el sistema mismo: en el manejo
arbitrario de las vidas ajenas, en el abuso del poder político, en la soberbia
de los mandamases, en otros términos, en la falta de libertad y el consiguiente
atropello a los derechos de las personas y la aniquilación de las autonomías
individuales.
Se trata en este caso efectivamente de una casta por
el momento de intocables, una clase que agrupa a personas que apuntan a la
extender el poder a todos los vericuetos de lo que hasta el momento era vida
privada y a mantener y ampliar los privilegios de ese conglomerado de políticos
irresponsables. Es una agrupación de sujetos que tienen como denominador común
un deseo irrefrenable de dominación y una marcada inclinación a la acumulación
de privilegios y dádivas de procederes turbios. Una clase por cierto
aborrecible cuyo eje central apunta al daño sistemático e institucionalizado a
seres inocentes. Una mezcla diabólica entre lo estipulado por Orwell y Huxley
respectivamente.
La elaboración de Djilas es extrapolable no solo a
todos los regímenes dictatoriales sino a estructuras políticas a veces consideradas
democráticas pero que en verdad son cleptocracias en las que los sueños de
vida, las libertades y las propiedades están en manos de desvaríos monumentales
de los gobernantes de turno.
En este contexto la nueva clase paradójicamente se
instala argumentando que deben eliminarse las clase mientras filtran el abuso
de poder envuelto en un dogmatismo y una intolerancia inaceptables para todo lo
que se le opone, lo cual indefectiblemente gangrena al cuerpo social. Esta
casta de políticos y funcionarios no son todos los burócratas ni todos los
políticos, son los que tienen una sed ilimitada de chupar la sangre del
prójimo. Son los arrogantes que consideran que son los iluminados del momento y
que deben contar con un cheque en blanco para imponer sus veleidades sobre las
vidas y haciendas ajenas. En esta instancia del proceso de evolución cultural
hay y ha habido políticos –los menos– que estrictamente limitan sus funciones a
la preservación de derechos que son anteriores y superiores a la existencia de
todo gobierno.
En cambio, la nueva clase está formada por ideólogos
en el sentido más difundido del término, a saber, los que pretenden imponer
sistemas cerrados, terminados e inexpugnables, es decir, a contracorriente del
espíritu liberal por naturaleza abierto a procesos evolutivos que toman el
conocimiento con la característica de la provisionalidad abierta a posibles
refutaciones en el contexto del respeto recíproco a proyectos de vida distintos
a los que caprichosamente se esmeran por encajar los megalómanos
Todo comienza con los primeros pasos. En nuestro caso,
se trata de avances del aparato estatal en faenas que los principios
republicanos no permiten pero que un poco de estatismo posibilita ganar
elecciones. La célebre demagogia. En el caso de progreso material hay quienes
sienten envidia por los que obtienen ingresos más suculentos que los suyos y
pretenden el manotazo. Como no queda bien robar a mano armada, les piden a los
gobernantes que hagan la tarea por ellos a través de muy distintos procedimientos
fiscales vociferando que la riqueza es el resultado de la suma cero en lugar de
atender la realidad en cuanto a que es un proceso dinámico y cambiante en una
sociedad abierta según la capacidad de cada cual para atender las necesidades
de los demás.
Pero al instalar una venda sobre los ojos para que no
pueda espiarse la realidad, se consolidan en el poder los políticos
inescrupulosos y quedan atrás los que no se atreven a adoptar medidas
groseramente intervencionistas y estatistas. De este modo entonces se convierte
el asunto en una carrera por promesas cada cual más “progresista”, este
aditamento absurdo que en verdad alude a su antónimo puesto que permite
enganchar a los incautos para arrastrarlos con la furia del fanático al
retroceso moral y crematístico.
Más abajo veremos algunas sugerencias para revertir
esta tendencia que promete acabar con la democracia tal como fue concebida para
vivir en libertad en oposición al autoritarismo, pero ahora mencionamos algunas
de las recetas iniciales que causan el problema de marras.
Veamos muy telegráficamente siete pilares sobre los
que se basa la nueva clase de donde derivan otras medidas autoritarias que en
escalada tarde o temprano terminan en una fatídica tendencia a amordazar la
prensa independiente y a enclaustrar mentes a través de sistemas educativos
vigilados y reglamentados por estructuras políticas a contracorriente de
sistemas abiertos en competencia.
En primer lugar, la manía del igualitarismo de
resultados que en contraposición a la igualdad ante la ley la pretenden
prostituir sustituyendo de contrabando el ante por el mediante la ley y así en
mayor o menor medida se aplica la guillotina horizontal que inexorablemente
difiere de lo estipulado por la gente con sus compras y abstenciones de comprar
en los supermercados y afines. Esta mal asignación de los siempre escasos
recursos necesariamente se traduce en derroche, lo cual, a su vez, hace que
bajen los salarios e ingresos en términos reales.
En segundo término, la idea desformada del derecho
confundiéndola con pseudoderechos. Derecho es la facultad de usar y disponer de
lo adquirido legítimamente pero de ningún modo el echar mano por la fuerza al
fruto del trabajo ajeno. En un medio oral acaba de declarar un conocido
político argentino que “frente a cada necesidad nace un derecho”, en realidad
una barrabasada superlativa que pone al descubierto el desconocimiento más
palmario no solo del “dar a cada uno lo suyo” según la definición clásica de la
Justicia sino que bajo tierra apunta a arrancar recursos de los bolsillos de
otros recurriendo a la violencia.
Tercero, la nueva clase usa un lenguaje hipócrita al
alardear de una defensa de los pobres cuando los expolia a través de medidas
antieconómicas, al tiempo que suele acumular riquezas malhabidas y siempre
engrosa sus propias filas con privilegios de muy diverso calibre.
Cuarto, se basa como apoyo logístico en legislaciones
sindicales que operan con recursos descontados coactivamente de los
trabajadores y con representaciones compulsivas.
Quinto, la nueva clase descansa en alianzas con
empresarios prebendarios que como un intercambio de favores les entregan
mercados cautivos en el contexto de una economía cerrada a la competencia
nacional e internacional.
Sexto, estatizan actividades comerciales al efecto de
incrementar su poder aunque arrojen déficits crónicos y los servicios
disminuyan de calidad a ojos vista.
Y séptimo, recurren a subterfugios monetarios y
bancarios alegando un tragicómico fine tuning para que la nueva clase pueda
hacerse indebidamente del fruto del trabajo de los gobernados a quienes
esquilman sin piedad aparentando luchas contra la inflación.
Si nos damos cuenta de estas exacciones por las que
aumenta el gasto público, los impuestos y la deuda estatal, es menester
producir cambios para deshacernos de la nueva clase. No tiene sentido limitarse
a la queja y pretender cambios aceptando un sistema que incentiva y entroniza
la nueva clase.
Antes me he referido a posibles modificaciones al efecto
de introducir vallas a la extralimitación del poder, pero es del caso
repasarlos brevemente, no necesariamente para que se adopten tal cual sino como
una invitación a usar las neuronas para pensar en otros procedimientos que
dejen sin efecto los atropellos de la nueva clase o casta consubstanciada con
un Leviatán desbocado.
Para estos propósitos antes hemos propuesto meditar
acerca de posibles cambios de carácter sustancial en los tres poderes para
reafirmar la democracia al estilo de los Giovanni Sartori de nuestra época
alejándola de los peligros de los Hugo Chávez de nuestro tiempo.
En esta línea argumental, sugerimos que los
integrantes del Poder Legislativo sean ad honorem como algunos de los cargos en
las repúblicas de Venecia y Florencia de antaño, dejando de lado legislaciones
incompatibles con el Estado de Derecho que abren las puertas a conflictos de
intereses inaceptables e incompatibles con el sentido jurídico de la Ley.
Proponemos también aplicar al Ejecutivo la
recomendación de Montesquieu que se encuentra “en la índole de la democracia”
en el sentido de proceder a elecciones por sorteo al efecto se subrayar lo
dicho por Karl Popper en cuanto a la imperiosa necesidad de trabajar en el
fortalecimiento de las instituciones y no sobre los hombres para que “el
gobierno haga en menor daño posible”, a lo cual puede agregarse la idea del
Triunvirato tal como fue argumentado originalmente en la Asamblea Constituyente
estadounidense según relata en sus memorias James Madison.
Por último, introducir y generalizar el sistema de
arbitrajes privados en el Poder Judicial sin ninguna limitación, incluso sin la
necesidad que quienes actúen sean abogados, en el contexto de una carrera
judicial rigurosa y estricta bien alejada del positivismo legal que ha hecho
estragos al derecho.
La inercia y las telarañas mentales no permiten salir
del pantano del statu quo y del espíritu conservador en el peor sentido de la
expresión. No puede resolverse un problema insistiendo en adoptar las causas
que lo provocan. La nueva clase se está riendo a carcajadas homéricas de todos
nosotros. Observan con deleite obsceno los preparativos de los procesos
electorales y el acto comicial mismo con las fauces abiertas de par en par para
engullirse el próximo botín.
Si las propuestas que recogemos para liberarnos de la
nueva clase no satisfacen por algún motivo, piénsese en otras salidas pero no
podemos quedar con los brazos cruzados frente a este espectáculo dantesco y al
mismo tiempo bochornoso por el que quedan francos los tenebrosos pasillos hacia
nuevos socialismos, al tiempo que se derrumba la democracia y el
constitucionalismo que desde la Carta Magna de 1215 fueron ideados para limitar
el poder y no para introducir una canilla libre de dislates que perjudican a
todos pero muy especialmente a los más necesitados.
Se encienden las alarmas cuando representantes de la
nueva clase declaran que quieren resolver los problemas de la gente, en lugar
de dejarla en paz. Hay que combatir los residuos atávicos de la tribu, de ese
modo los intocables de hoy no lo serán en el futuro.
Alberto Benegas Lynch (h)
@abenegaslynch_h
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