Pero no todos creemos que ese objetivo se logra de la misma manera. En 1998 activistas políticos, dueños de medios de comunicación social, empresarios, periodistas y dirigentes deportivos, dirigentes comunitarios y estudiantiles, plantearon que el cambio se lograría llevando a Hugo Chávez al poder. Su violento intento de golpe de Estado del 4 de febrero los había seducido.
Ese asomo arbitrario, resuelto, enviaba un mensaje de determinación. La desesperación llevó a la gente por los caminos de la inmediatez y allí estaban Chávez y los golpistas, ofreciéndolo todo y ofreciéndolo ya.
Construyeron una matriz de opinión según la cual aquellos cuarenta años de democracia eran una vergüenza. Lograron importantes apoyos financieros y editoriales. Presentaron a partidos políticos, sindicatos y gremios empresariales, como guaridas detrás de las cuales operaban oscuros intereses. Ofrecieron una cura total que excluiría para siempre a aquellos que habían, según ellos, hundido a Venezuela en el fracaso.
Más que futuro ofrecían exclusión. Garantizaban una lucha sin tregua contra todos los factores que habían estado involucrados en los cuarenta años de gobiernos civiles. Desde el primer día de gobierno no desmayaron en ese propósito. Partidos políticos, sindicatos, asociaciones de productores e industriales, gremios empresariales y profesionales, agricultores, iglesias y medios de comunicación, todos, han sido el centro de los ataques del gobierno. Llevamos veinte años en eso, en el guión de la venganza.
Los resultados de esa larga confrontación están a la vista. La economía desmantelada; millones que huyen en estampida hacia otras latitudes; instituciones destruidas; personalismo reinante; pobreza creciente; frustración y desesperanza. Así está Venezuela. Así vivimos aquí.
Y ahora, veinte años después, hasta en los más apartados rincones se ha tomado conciencia de la amarga experiencia. Se vive una inmensa decepción con quienes han tenido todo el poder, todo el dinero, todo el tiempo y por años casi todo el apoyo popular.
El año 2015 los venezolanos salimos a votar masivamente para ganar para el cambio el Poder Legislativo. Lo logramos. Pero poco duró el apego al voto, la única herramienta real de la que los ciudadanos disponemos para hacer valer nuestros criterios. La inmediatez se apoderó de una élite política que ofrecía salir del gobierno en meses, que despreciaba y satanizaba el voto que la había encumbrado. Y así, por los atajos de la improvisación y la mala conducción, plantearon la violencia como única salida.
Se ha ilusionado a la gente con golpes de estado, con intervenciones militares extranjeras, con bloqueos económicos que hundan al gobierno. Como si esas fueran buenas noticias. Se apuesta al poder por el poder. Dirigentes políticos que viven en el exterior y otros que han tenido que huir del país reclaman desde Europa y Estados Unidos intervención militar. Ven su futuro colgando de portaviones y bombarderos extranjeros. Les parece natural el saldo de miles de muertos, mutilados, impedidos y familias de luto producto de una guerra. Los odios que por generaciones quedarían poco importan.
Han apostado a agravar la crisis, no a resolverla. Buscan que el gobierno pierda capacidad de respuesta, para que así carezca de soporte y, en consecuencia, se hunda y quede desplazado. Reclaman sanciones económicas contra el país. Promueven la expulsión de Venezuela de los mercados financieros. Reclaman al mundo que nadie compre petróleo u otros bienes venezolanos. El aislamiento es su meta inmediata para acabar con el gobierno de Maduro. Creen que ese es el camino y están logrando lo contrario de lo que sus financistas auspician: están tirando a Venezuela en los brazos de China, Rusia, Irán y Turquía. No la están aislando, la están comprometiendo.
Plantean el “no diálogo” como si la intransigencia fuera algo novedoso. Olvidan que esa conducta ha redundado en una política de exclusión estos últimos veinte años. Se dicen demócratas, pero les avergüenza el diálogo, el voto, la tolerancia y la amplitud. Critican el militarismo, pero apelan a sus métodos. Señalan con espanto al terrorismo, pero lo practican a diario chantajeando, calumniando e injuriando a todos quienes no piensen como ellos.
No tienen la fuerza, pero quieren resolver el cambio político a la brava, por la violencia. Tendrían todos los votos, pero son prisioneros de un discurso abstencionista que no tienen valor ni humildad para dejar atrás. Superar esas taras abrirá el camino al cambio en Venezuela.
Pongamos los pies sobre la tierra. Juntemos el descontento para negociar con fuerza cambios económicos y una pronta salida democrática. Así el cambio será real y pronto. Vamos a hacerlo. No más venganza. No más violencia.
Cladio Fermín
claudioefm@gmail.com
@claudioefermin
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