En un escenario de alta polarización política y frente a elecciones inminentes, no entiendo bien cuál sería la lógica de aquellos que dicen que votarán a un candidato en primera vuelta y a otro en segunda.
Si ya tengo definido mi voto por el candidato "X" ¿Qué cambia si es en primera o segunda vuelta? En las dos debería votar por "X" y punto. Puesto a reflexionar sobre esta cuestión, sólo se me ocurren estas posibles respuestas al interrogante así planteado:
1. Inmadurez política y/o falta de cultura cívica.
2. El votante no cree en la polarización de candidaturas.
La respuesta numero 2 suena bastante poco creíble, si es que tenemos en cuenta el agudo grado de información política que existe en la actualidad en los medios masivos de comunicación, redes sociales, etc. y -por, sobre todo- en la experiencia de épocas pasadas, y de otros países, donde la regla ha sido -poco más o poco menos- la polarización de candidaturas en dos o tres partidos como máximo.
En Argentina no puede decirse ya que exista un sistema bipartidista como sucedía en el pasado donde la alternativa, sobre todo a partir de la irrupción en escena política del peronismo, era de estos o del radicalismo, dado que la UCR -en los hechos- se ha fragmentado a un punto tal que ya no es posible decir que configure un sólo partido político. Por otra parte, hemos insistido siempre que, desde la aparición del peronismo se instaló en la Argentina una única forma de gobernar, que se puede sintetizar en la palabra populismo, porque desde Perón en adelante todos los gobiernos lo hicieron siguiendo los lineamentos del populismo (obviamente en escalas que van del 1 al 100%, pues los sistemas puros de gobierno no existen) incluidos los militares que, más allá de su forma antidemocrática de acceder al poder, una vez en el mismo han debido adaptarse a la contracultura creada por Perón (que no pudieron, no supieron o no quisieron erradicar) y que ha logrado -tristemente- perdurar hasta la actualidad.
De tal suerte que, podemos decir siguiendo los lineamientos anteriores que, en el panorama político actual tenemos populismo de grado superlativo (peronismo y su variante K) y populismo de grado medio o bajo (representado por la coalición "Cambiemos" integrada por la UCR y la CC-ARI).
Esto excluye a las disyuntivas antipopulistas (liberales) y a los populismos extremos o ultrapopulistas ("izquierdas").
En otras palabras, el próximo teatro electoral se presenta -análogamente- como uno más bipartidista o más precisamente bi-populista, por llamarlo de alguna manera.
Ya nos hemos explayado mucho sobre las razones por las cuales no creemos que la secta creada por el matrimonio Kirchner tenga diferencias sustanciales con el peronismo de donde emergieron y dentro del cual nosotros los incluimos. Históricamente, y desde el derrocamiento de Perón, su partido siempre tuvo esas veleidades, ambigüedades y travestismos. En este sentido, el de los K es uno más de ellos. Por lo cual -reiteramos- que no existen diferencias. Ambos sumados son peronismo puro y duro.
Las aparentes "divisiones" del peronismo siempre han sido exactamente nada más que eso: aparentes. Forman parte de una antigua "estrategia" política que simula "fracturarse" con fines puramente electorales, y con el sólo objetivo de restar votos al candidato opositor (u oficialista en este caso puntual) para habilitar a una segunda vuelta (ballotage) e imponer a su candidato en ella.
Esta "estrategia" (chicana política en rigor) comenzó a utilizarse en 2003 en cuyas elecciones compitieron por la presidencia de la nación cuatro candidatos peronistas bajo distintas denominaciones, llegando a la paradójica situación que dos de ellos de la misma extracción partidaria (Menem y Kirchner) quedaron en condiciones de acceder a la segunda vuelta. Quien habilitó tal evento fue el presidente de ese entonces (Duhalde) a la sazón también miembro del mismo partido peronista. En otras palabras, entre ellos mismos trasladaron una interna partidaria a nivel nacional.
En las posteriores competencias electorales el peronismo ha repetido sucesivamente el mismo artilugio. Cuando finalmente uno de ellos logra obtener el poder, automáticamente todos los que antes "disentían" se alinean detrás del/la nuevo/a jefe/a, porque la doctrina "justicialista" es precisamente verticalista, con lo que cae la máscara de aparente "quebrantamiento" interno, que sólo se utilizó como estrategia (chicana) electoral.
En las próximas elecciones el peronismo estará repitiendo el mismo esquema brevemente descripto antes, si bien con otros candidatos. Esto así, porque la "lógica" de la doctrina peronista -desde su fundación y su líder máximo en adelante- ha sido y sigue siendo la del poder por el poder mismo, y en su consecución adhiere al método de que "El fin justifica los medios".
El problema real es que el espectro político actual, tanto peronista como no-peronista, en lo que coinciden ya sean los candidatos como los electores, concuerda en la aplicación de diferentes dosis de populismo (total, mayores o menores) a la acción de gobierno.
Y en una atmósfera semejante las opciones antipopulistas no tienen ninguna chance real siquiera de estar en condiciones de acceder a una segunda vuelta. No parece sensato ante similar cuadro de situación "rifar" el voto a presidente entre candidatos que sólo por medio de un milagro o acto de magia sobrenatural podrían llegar a arañar los números necesarios como para ingresar en un segundo lugar que los habiliten para competir en un eventual ballotage.
En cuanto a las funciones para presidente se refiere, entiendo que la opción más razonable es votar al que menos populismo nos ofrece y no al que declama implementarlo en forma absoluta y total, dado que estas son las dos únicas posibilidades que al momento se nos presentan con más perspectivas.
Distinta es la cuestión en materia legislativa. Aquí cambio el enfoque. Este es el lugar para votar todas las propuestas antipopulistas existentes. Y la misma solución, por supuesto, para los cargos provinciales y municipales. La coyuntura no admite otra vía.
Y tampoco luce razonable votar pensando en rectificar el voto en una segunda vuelta. Esto no consiste de ninguna manera una "estrategia" electoral, a mi modo de ver. Frente al contexto actual, se debe votar la candidatura a presidente (al menos) con la mira a un triunfo definitivo en la primera vuelta. No hacerlo así aseguraría prácticamente el lamentable retorno del populismo absoluto con todas las desastrosas consecuencias conocidas ampliamente por todos.
Gabriel S. Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
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