Dos nuevas masacres se añaden en los Estados Unidos de Norteamérica a la larga lista de tiroteos con múltiples víctimas provocados por un desconocido con armas automáticas o semiautomáticas que dispara a mansalva contra gente normal que se encuentra haciendo cosas normales como estudiar, rezar, festejar o simplemente ir de compras a un supermercado. La primera de ellas ocurrió en una conocida tienda por departamentos de bajo costo de la ciudad de El Paso, Texas, abarrotada de gente, dejando hasta ahora un lamentable saldo de veinte víctimas fatales y numerosos heridos. La segunda, con apenas trece horas de diferencia, se produjo en la vía pública en una zona de bares de la ciudad de Dayton, en Ohio, con números igualmente fatídicos de al menos nueve muertes confirmadas y más de una docena de heridos.
Las autoridades suelen explican estas tragedias como la consecuencia de la acción causada por un hombre generalmente taciturno, huraño y solitario, que ha tenido o tiene trastornos de conducta, pasión por las armas, supremacía étnica o algún tipo de fijación por la muerte que le lleva un día a perpetrar una matanza de ese tipo o simplemente imitar a alguien que ya lo hizo anteriormente Un argumento del cual se ha agarrado el presidente Trump para disculpar de alguna manera, la masacre, por ejemplo, de Parkland, Florida, el año pasado, donde también murieron unas veinte personas, al indicar que el problema no radica en la libre venta de armas, sino en la salud mental de sus portadores, pues en los Estados Unidos hay gente loca como en cualquier otro sitio; algo que ya había dicho cuando ocurrió el atentado de Sutherland Springs, Texas, en noviembre del 2017. Lo que no dijo el señor Trump es que, si bien en todos los países puede haber locos e inadaptados, no en todos ocurre precisamente lo que en el suyo donde salen a la calle a dispararle al resto de las personas, con armas largas de repetición, propias de una película de guerra.
En un país, que en lo que va de este año 2019 lleva ya unos doscientos cincuenta ataques de este tipo contra gente inocente, donde en casi todos, al menos una persona ha fallecido, el asunto presenta características de epidemia social, pero con la diferencia de que en las epidemias de verdad hay cura, mientras que en esta otra las altas autoridades sobre quienes recae la búsqueda de soluciones no quieren ponerle el cascabel al gato, como se dice comúnmente.
En este caso un gato del tamaño de un tigre, pero mucho más poderoso y peligroso, como lo es la Asociación Nacional del Rifle la cual, con más de cinco millones de afiliados y su certificación como máximo “lobbysta” de los poderes públicos norteamericanos, pues aporta ingentes cantidades a las campañas presidenciales como ocurrió con la del candidato Trump antes de llegar a la Casa Blanca, resume y simboliza todo el poderío de los fabricantes y comercializadores de armas en los Estados Unidos, que ven como aumenta su negocio cada vez que se produce una mortandad como la de El Paso, pues las ventas de armas de todo tipo se disparan
Además de que no están solos, los apoya la Corte Suprema de Justicia con su interpretación tan particular, de la vetusta Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana, según la cual lo ciudadanos de ese país gozan de un derecho a poseer y a portar armas casi absoluto que los estados no pueden restringir. Y decimos tan particular debido a que la Enmienda no establece eso de esa manera, ni tampoco justifica como se le puede vender por igual una pistola que un arma de guerra, como si fuera un juguete, a un joven de dieciocho años que en algunos estados tiene prohibido comprar una cerveza.
Desde que a Trump se le ocurrió la disparatada idea de que los maestros deberían estar armados en su trabajo, es decir, dentro del aula de clase donde se imparte educación a niños y jóvenes, para evitar supuestamente ataques como los ocurridos a comienzos del 2018 en las secundarias de ciudades ubicadas en Kentucky, Florida y Texas, que sumaron cerca de una treintena de muertos, muchos norteamericanos que lo siguen y lo votan, se preguntan dónde están los ciudadanos buenos que poseen armas para que los defiendan. Una franca e ingenua confesión de lo distorsionada que se encuentra buena parte de la sociedad estadounidense que al parecer ha olvidado algunos principios básicos de la vida en común como, por ejemplo, que corresponde a las autoridades la defensa de la población civil y que el porte de armas debe ser, en todo caso, un derecho excepcional como ocurre en cualquier país civilizado.
Cuando es obvio que los centenares de vidas sacrificadas al año, la mayoría jóvenes, son menos importantes para el gobierno norteamericano que los pingües beneficios del negocio de las armas, la única alternativa que le queda a la población estadounidense, al ciudadano común y corriente, es rezar. Rezar para que no les alcance esa loca ruleta rusa que se juega en la calle cada vez con más frecuencia y no les ocurra nada a ellos o a sus hijos.
Jose Luis Mendez
Xlmlf1@gmail.com
@Xlmlf
Miranda - Venezuela
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