lunes, 30 de diciembre de 2019

RICARDO GIL OTAIZA: INGENTE TAREA

Termina un año calamitoso para los venezolanos, un año en el que se puso a prueba nuestra templanza; por cierto, palabra casi extinguida en estos lados del mundo, por haberse perdido hace ya mucho tiempo las coordenadas y la lógica social. Un año que marcó a la familia con el desarraigo, lo que trajo, en medio de tanto estupor, un mayor sufrimiento social. El país se transformó en un espectro habitado por zombis, cuyo trasiego parece más al de una mediocre novela gótica, que al de un contexto de pleno siglo XXI.

En cuanto al liderazgo político, tanto del oficialismo como de la oposición, se demostró que cuando se pierde el norte, se pierde en todo. Han sido meses en los que hemos echado de menos la presencia de estadistas, que busquen, más que posiciones, curules y figuración personal o tribal (el poder por el poder mismo), amalgamar las variables presentes, para hacer de ellas senderos que permitan sacar a la nación del atolladero en el que se encuentra hundida, y enrumbarla hacia nuevos horizontes de progreso.

Requerimos líderes sin pies de barro, formados intelectualmente y fogueados en la lucha política; líderes honestos, transparentes, con coraje y determinación. Líderes verdaderos (que no mesías), que hagan de las metas caminos a transitar y no simples eslóganes; que no desgasten las palabras en repeticiones inútiles y tontas que devalúan el discurso, sino que las utilicen para transmitir auténticos mensajes que activen procesos políticos y sociales.

Líderes que no antepongan sus propios intereses a los del colectivo. Líderes sin máscaras, sin subterfugios tras los cuales se esconden las bajas pasiones. Líderes que echen mano de su capital político (trabajado sin descanso en el día a día) para acometer los necesarios cambios y los ansiados giros que todos anhelamos. Líderes de carne y hueso y no de opereta, que se erijan en activadores de procesos que vayan a las raíces de las problemáticas existentes. Líderes que suden en caseríos, pueblos y ciudades sus propuestas, y no sólo rostros frescos y maquillados para las redes sociales y los medios. Líderes que digan la verdad y no seres atrapados en marañas de complicidad, prebendas, amiguismo, caciquismo y compadrazgo.

Líderes del siglo XXI, y no fantasmas del ayer. Líderes inteligentes, que sean capaces de convertir sus palabras en realizaciones. Líderes que no estén petrificados en el pasado y que trabajen para transformar el presente y no un hipotético futuro. Líderes proactivos, empáticos, articuladores de oportunidades, que vivan en la realidad y no encerrados en sus herméticas burbujas ni en sus campanas de cristal. Líderes que convenzan con el ejemplo y cuyas vidas sean libros abiertos para todos. Líderes que aprendan a decir que no cuando las circunstancias lo ameriten, y no sean unos bribones que busquen la aquiescencia de todos a través de la mentira, el engaño y la frivolidad. 

Definitivamente, la tarea que tenemos por delante es ciclópea: para poder reconstruirse a la nación y levantarse de las ruinas (ingente trabajo, sin duda) tiene que ocurrir el cambio político (no menos complejo tampoco), que no se dará si no se acomete ya la necesaria reconstrucción de lo profundo (ideas, pensamientos, creencias, miedos, atavismos, etcétera). Toda una recursividad como se puede observar. Para esto, se tienen que conjuntar disímiles circunstancias, que no bajan precisamente del cielo, sino que tienen que ser trabajadas por todos en el ahora.

¡Feliz 2020!

Ricardo Gil Otaiza 
rigilo99@hotmail.com
@GilOtaiza
@ElUniversal

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