1. Los venezolanos quieren que… (¡silencio!) ¡Un
momento! Hablar de los venezolanos en general o en su nombre no creo que sea
práctica aconsejable. Esa población es, como sabemos, diversa y no puede ser
reducida al dominio de la estadística que los convierte en porcentajes con
algunas desagregaciones por sexo, ingreso, edad y, a veces, ocupaciones. Para
los efectos de lo que aquí se plantea, los García y los Rojas que viven en la
vereda 60 de Coche, unos al lado de los otros, tienen diferencias significativas
que no pueden ser reducidas a la categoría de caraqueños y menos de
venezolanos, aun siendo ambos. Sin embargo, esos ciudadanos tan diferentes los
unos de los otros van a tener que tomar una decisión inexorable que, al final,
los convierte en… venezolanos. No son homogéneos pero la decisión los convierte
en iguales ante ella.
2. Se trata de resolver una cuestión ligada a su
existencia, a su presente, a su futuro, el de hijos y nietos, gente que está
dentro del antiguo territorio del país y gente que está afuera. ¿Aceptarán
vivir por el porvenir previsible bajo el régimen tiránico de Maduro y su banda
o se enfrentarán a éste en forma inquebrantable? La respuesta puede sonar
fácil: desde luego, combatirlos, hasta la victoria siempre. Pero, paremos un momento.
No; es posible que la respuesta sea la de aceptar la convivencia y es tema que
conviene analizar para ver hasta qué punto el cambio es posible.
3. Quien esto escribe desconfía de afirmaciones como
la de que los venezolanos tienen el gen democrático por los 40 años vividos
bajo este sistema; menos aún que tienen una compulsión por votar que proviene
de tales vivencias. No. No han sido el ejemplo del buen salvaje, sino en todo
caso de los caribes, algunos de los cuales se almorzaban a otros de la especie.
Este tipo de afirmaciones sobre “el venezolano” es descaminado: el venezolano
es su tiempo, su cultura y su memoria, no sólo su cultura; no sólo su memoria.
Es, sobre todo, lo que vive hoy.
4. Es cierto que la memoria de un país amable y mejor
está en los mayores; pero, no hay que olvidar que buena parte de esos mayores
destruyeron la democracia al abrir el camino a Chávez con su modesto votico de
1998; no hay que olvidar que la visión dominante en la opinión pública en los
80 y los 90 era que Venezuela se había convertido en un desastre. Así es que
“el venezolano” ha bebido en muchos pozos y no sólo en el idílico de la
democracia que ahora añora, probablemente porque no tiene memoria de cómo la
destruyó buena parte de los que dicen añorarla.
5. Esta divagación antropometafísica sólo tiene el
propósito de volver a la decisión aludida más arriba. No se trata de que los
viandantes que viven, nacieron, y aman ese lugar entrañable que es el país les
guste Maduro y su régimen, sino de analizar si pese a su rechazo consideran que
no hay más remedio que convivir con él o si, por el contrario, deben dedicar
esfuerzos por derrocarlo. No es una trampa argumental: escoja entre la alegría
y la tristeza; más bien es ponerse de frente a lo que ocurre: hay gente vencida
por la realidad; no le gusta, pero cree que hay que cohabitar con ella. Otra
gente, desde luego, tiene la visión contraria.
6. Allí ha residido el éxito fundamental del régimen
que es el de promover el relato de su inevitabilidad: si le gusta, tómelo con
soda; si no le gusta, cáleselo. Esa sensación de la inevitabilidad puede venir
de muchas fuentes. Una, singular, es el miedo aguijoneado por la represión que
lo sostiene; pero también hay el acomodo de otros. Ese acomodo es diferente en
cada caso porque depende de la posición económica, social y moral. Existen los
derrotados, luchadores de otras épocas, vencidos por el peso de la vida, por
ahora; existen quienes consideran que esto llegó para quedarse y hay que
adaptarse (es lo que motiva a muchos políticos que por diversas razones –no
siempre la corrupción- no resisten la resistencia); también existe una variante
de los derrotados: los exitosos.
7. Los exitosos son de dos tipos. Hay la especie que
se ha opuesto a Chávez y a Maduro en algún momento, pero que encontraron
rendijas para prosperar económicamente; progreso que se encubre con las tesis
del “realismo”: es lo que hay. También hay de los otros, los exitosos por
bandidos, los que han asaltado el tesoro público por sí o por intermedio de sus
testaferros.
8. Ese país complejo, el de adentro y el de la
diáspora, que no está lleno de santos de un lado y de demonios del otro; que
tiene en cada uno su dosis de santidad, pero cuando se le mira bien tiene el
rabo de Satanás, hospeda muchos de esos que regresan sin haber ido y que le
entran de perfil a los problemas; también millones de los que han sufrido una
inmensidad y no ven el fin del sufrimiento; los que han perdido la vida de
familiares y amigos, los torturados, los encarcelados y enjuiciados, los
exiliados, los caminantes sin destino. Esa enormidad humana tiene que
plantearse si se para, si se rinde, si se acomoda o si vuelve a la plaza de las
batallas.
9. Esas son las opciones sobre la mesa: ante lo que
promete ser un nuevo episodio de las chácharas con el régimen todo dependerá
del surgimiento de una dirección esclarecida que hoy no existe.
Carlos Blanco
carlos.blanco@comcast.net
@carlosblancog
Venezuela – Estados Unidos
carlos.blanco@comcast.net
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