Un reportaje del periodista chileno Felipe Cofré da cuenta de que al menos 400 venezolanos (otras cifras menos conservadoras hablan de que podrían llegar hasta 600) están acampando frente a la sede de la embajada nuestra en Santiago de Chile, a la espera de que el régimen de Nicolás Maduro autorice un vuelo humanitario que los traiga de regreso a casa. Entre la crisis chilena de hace unos meses y el coronavirus, muchos han perdido sus trabajos, sus casas y lo peor, sus esperanzas de construirse un futuro en el país del sur.
Lo cierto es que hasta ahora, el régimen de Maduro no ha ofrecido ninguna solución. Personas cercanas a la presidencia interina de Juan Guaidó han hecho diligencias, pero todas se estrellan ante la negativa de Maduro de permitir que uno o varios aviones fletados por Guaidó, puedan volar a Venezuela.
En medio de la pandemia, niños, ancianos, mujeres embarazadas, jóvenes y adultos, esperan una solución que pueda traerlos de regreso a la patria. Los hospitales de Chile están dándole prioridad a los chilenos, y el resultado es que los venezolanos están en el peor de los mundos: a cielo abierto, en otoño, bajo la lluvia, el granizo y el frío y expuestos a contraer no sólo coronavirus, sino cualquier otra enfermedad. Cuando escribo este artículo llevan ya 18 días esperando y nadie les da razón de qué pueden hacer por ellos.
Otros vuelos humanitarios han regresado a venezolanos en la misma situación. En Bogotá, un grupo encabezado por la abogada Theresly Malavé logró que los trajeran de vuelta. De Miami y República Dominicana también. ¿Qué pasa con los que están en Chile? ¿Los van a dejar morirse de mengua, de hambre, de frío?... Entiendo que un grupo menor espera por la misma decisión en Perú.
Una amiga que vive en Chile me comenta el dolor que da verlos llegar de varios puntos de la ciudad –y hasta de más lejos- con sus equipajes, listos para que alguien se apiade de ellos y los monte en un avión para que puedan regresar. No quiero pensar cómo se van a complicar las cosas cuando llegue el invierno. Al menos tienen algunas carpas y toldos que les han donado, pero no hay carpa ni toldo que resista un invierno. Y nadie, con el terror al coronavirus, va a darles alojamiento por más que quisieran ayudarlos. En Chile hay casi 44.000 contagiados y 450 fallecidos. De manera que el alojamiento en alguna casa de familia es casi imposible, a pesar de que la comunidad venezolana en Chile es la más numerosa entre las extranjeras. En 2019 alcanzaba 400.000 personas, hoy puede estar cerca del medio millón, descontando los que dejaron varados en esa tierra de nadie que es la frontera entre Perú y Chile, donde las condiciones son aún peores.
¡Alguien tiene que hacer algo! Y si Maduro alega que no hay dinero para traerlos, al menos permitan que Guaidó pueda usar parte de la ayuda humanitaria que maneja para traerlos de vuelta a casa. Es cuestión de simple humanidad... el problema es que humanidad es justamente de lo que carece el régimen.
Carolina Jaimes Branger
carolinajaimesbranger@gmail.com
@cjaimesb
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