El régimen tiene clara su prioridad: hacer elecciones e impedir que las gane la oposición. Lo obsesiona sacarse el clavo ardiente del 2015. Cinco años después viene por la revancha y es útil partir de que intentará imponerle a la oposición, las condiciones desventajosas que pueda.
Los dirigentes opositores, que no quisieron pagar durante el 2019 ningún costo para hacer factible una ruta de cambio, están en el brete de pagarlos ahora o extender las verrugas de la estrategia cuyo fracaso se niegan a reconocer.
Ese retraso los conduce paradójicamente a coincidir, por otros motivos, con la prioridad electoral del gobierno o decidirse a luchar fuertemente en medio de desigualdades que el régimen va a sostener y endurecer con un recetario de provocaciones preparadas para que haya opositores que “libremente” decidan encerrarse en una cuarentena electoral.
Ahora nos toca, entre todos los que mantengan el interés de salir del hoyo, aferrar el imperativo moral de actuar para que el 6 de diciembre no se produzca un avance en la hegemonía autoritaria y no se arrase con la única institución que nos conecta con la democracia, con el mundo y con el futuro. Obligación, además de eficacia para persistir en salvar al país.
La abstención en sí misma no siempre es condenable. Es una posición que busca convertir la inhibición ciudadana en detonante de cambio. Pero la que se está formando es peculiar: los que piensan quedarse en casa no lo hacen atendiendo a los partidos, sino por un doble rechazo. A un gobierno que consideran inderrotable y a una oposición que les produce cansancio y des-ilusión. Esa abstención deslegitima a los dos factores minoritarios que han convertido la política en una lucha de poder vacía de contenido social y sentido de país.
Los numerólogos advierten que a mayor abstención, sobre todo de capas medias, mayor chance tendrá el oficialismo de ganar. Así que cada 1 % de ciudadanos que pase de “decidido a votar” a “muy decidido a votar” es una palada que entierra al régimen en una derrota que mostrará al mundo su falta de apoyo popular, aumentará la presión para acordar elecciones presidenciales y hará evidente que para salir de la crisis hace falta algo más que las dos minorías que están encerradas en burbujas paralelas de poder, cada una tratando de eliminar a la otra.
La acción inmediata puede tener cuatro vertientes. Una urgente, volver a los acuerdos parciales para enfrentar el hambre, el pico de la pandemia y la crisis de servicios. Otra, acompañar las pequeñas protesta de la gente y en paralelo prepararse para reunir condiciones de participación electoral. Finalmente afirmar la imagen del país que queremos.
Participar en el proceso electoral exige construir condiciones en la oposición y no sólo mejorar las que dicta el CNE. Organizar, adaptado a la pandemia, el gran rechazo de la sociedad al gobierno. Un rechazo virtuoso que evidencie una victoria de los ciudadanos, preserve una Asamblea Nacional como motor de la transición y restablezca el voto como herramienta de lucha.
Es hora de ponerle fin a la incertidumbre de los demócratas. Dar los pasos inevitables para construir una contra estrategia al plan de Maduro de perpetuarse en el poder por abstención y poder pasar a una fase semi totalitaria de dominación.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
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