Considerando que los ingresos petroleros se pulverizaron en esa mezcla explosiva de desinversión, corrupción, sanciones y Covid19, la ayuda humanitaria extranjera se convierte en la única fuente potencial de recursos frescos que queda para abordar los problemas acumulados en el país, que abarcan desde la atención al Coronavirus hasta la prestación de servicios básicos.
Pero para obtener esos recursos de apoyo internacional, se necesitan acuerdos puntuales entre el Ejecutivo en control territorial y la oposición institucional, representada en la Asamblea Nacional, algo que, en medio de la extrema polarización actual y con una estrategia de radicalización de sanciones, promovida por el aliado principal del cambio, luce muy complejo y poco probable de ejecutar.
La propuesta de profundización de sanciones y abandono de cualquier posibilidad de acuerdo parcial con el gobierno Maduro, incluso para resolver problemas específicos de la población en Pandemia, tiene un basamento claro: “No negociar con quien consideran un usurpador criminal y a quien se trata de sacar del poder, intentando asfixiarlo con sanciones económicas, financieras, petroleras y personales que dividan a las élites de poder y fracturen al mismo sector militar, pieza fundamental para cualquier posibilidad de cambio futuro”.
Es una posición que luce coherente con la idea básica de que rodear, aislar y amenazar al secuestrador lo doblegará y le hará imposible sostener el soporte de sus aliados, presionando la entrega de los rehenes sanos y salvos.
Sin entrar a analizar el fondo del asunto ni su probabilidad de éxito, es obvio que esta estrategia plantea una apuesta binaria: 1) Si la hipótesis en la que se basa es cierta y las sanciones son exitosas para sacar a Maduro en el corto plazo, los líderes y el movimiento opositor en su conjunto serán héroes nacionales y darán la vuelta al ruedo en hombros o 2) si la estrategia de sanciones no logra provocar la salida del gobierno en un tiempo corto, que ya de entrada no lo ha sido y algo que ha ocurrido en la mayoría de los casos conocidos, como Cuba, Siria, Irán, Zimbabue y Korea del Norte, el deterioro de la calidad de vida de la población, a la que se pretende ayudar, será monumental y la destrucción económica y de infraestructura del país mucho peor que la actual, por lo que el país quedaría en el peor de los escenarios: con Maduro en poder y la población aún más empobrecida, frustrada ante una oferta política opositora de nuevo fracasada, pulverizada su esperanza de cambio y, lo más peligroso, pensando que su deterioro se debe a las sanciones aplicadas o respaldadas por la propia oposición, quien no podría salir ilesa de su corresponsabilidad en lo que podría ser la crisis humanitaria más importante de la historia de América Latina, aunque nos quede a nosotros claro que la raíz del problema es la “revolución”.
Hemos visto la posición prepotente de quienes piensan que el adversario está acabado y solo falta “soplar” para salir de él, algo que parecía muy popular también en febrero del 2019. Ahora viene la etapa donde muchos entienden que sin buscar soluciones específicas, que incluyan sacrificios y acuerdos con el enemigo, quienes se pueden pulverizar son quienes no aprenden de sus propios errores, sin importar cuantos insultos inútiles por segundo sean capaces de producir con sus robots en redes sociales.
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