In memoriam
Fernando Arellano, sj
Este año
2021 es el octingentésimo aniversario del nacimiento de Alfonso X, el Sabio,
(Toledo, 23 de noviembre de 1221-Sevilla, 4 de abril de 1284), quien
institucionalizó el uso del castellano e impulsó la creación de un conjunto de
textos como nunca se conoció en su tiempo. El reinado del rey sabio es un
período histórico durante el cual se fija la sintaxis castellana; esta varía
muy poco a lo largo de varios siglos.
Cuando uno
se plantea realizar un estudio sobre el lenguaje, surgen miles de preguntas que,
quizás, no encuentren respuestas satisfactorias. Ahora bien, lo que realmente
importa es ese “porqué” orientador de la indagación. Por supuesto, el tema
desborda con creces a un artículo de Opinión, pero, hay algunos aspectos que
bien valen el esfuerzo de comentarlos.
Ante todo,
recordemos que Alfonso X, el Sabio, fue el hijo primogénito de Fernando III, el
Santo, y de Beatriz de Suabia. Hombre de inmensa erudición, educado por su
abuela paterna, la sagaz Doña Berenguela, reina de Castilla en 1217 y reina
consorte de León entre 1197 y 1204 por su matrimonio con el rey Alfonso IX;
conocida por su gran amor por las letras. Alfonso X pasó su infancia y primera
juventud en Galicia. Se supone que este período fue durante el cual obtuvo su
asombrosa educación humanista, orientada fundamentalmente hacia el conocimiento
de las artes liberales; esta enseñanza, sin lugar a duda, estuvo pensada por
sus tutores e instructores desde su niñez.
Al leer las
numerosas biografías de Alfonso X, -muchas de ellas se pueden encontrar en las
redes-, se logra vislumbrar la titánica labor que realizó. Emprendió la tarea
de trasladar a Toledo las Academias ubicadas en Córdoba, obra de los Hebreos de
Occidente. No solo ejecutó este trabajo, sino que se las ingenió para difundir las
enseñanzas de los tradicionales institutos cristianos, instauró en Sevilla las
famosas escuelas generales de enseñanza del latín y del arábigo. Al hablar de
la época de Alfonso X, debemos enfatizar que fue el período caracterizado por
el surgimiento de las universidades. Basta con recordar que la universidad de
Salamanca, cuyo origen se puede datar en el siglo XII, fue registrada como
Studium Generale en 1218, por Alfonso IX de León, y, en 1252, le fue conferido
el título de “Universidad” por Alfonso X, el Sabio.
Si pudiese
hablar de las obras promovidas o redactadas por el rey sabio, no dudaría en
escoger, en primer lugar, a las Cantigas de Santa María; ellas constituyen un
cancionero en galaicoportugués que agrupa alabanzas líricas a la Virgen María.
Son 430. y están creadas en metros muy diversos, siempre con estribillos, para
poder ser cantadas; dice J. M. Valverde “en efecto, van acompañadas de
notaciones musicales, cuya interpretación apasiona hoy día a los musicólogos”.
Ahora bien,
desde mis años de estudiante de Letras, manifesté una profunda inclinación por
el estudio del castellano. Y, dirigida por quien fue mi tutor en la tesina de
esa licenciatura, y, quien, luego, sería jurado de la de Filosofía, Fernando
Arellano, sj, hice un análisis sobre la lengua alfonsí.
Aunque
sepamos que el romance se había comenzado a usar antes del reinado de Alfonso
X, por ejemplo, en las Glosas Emilianenses, en las Glosas Silenses, en las
jarchas andaluzas, ¡en el Cantar de Mio Cid!, también es cierto que el latín era
la lengua usada oficialmente; el romance se calificaba como una jerga
“bárbara”; en una frase, solo era usada por gente iletrada. El romance no era
considerado para escribir obras literarias, filosóficas, historia. A su llegada
al reino, Alfonso X le da un giro a esta concepción de la lengua.
Escribe las
Siete Partidas en romance; igualmente la Primera Crónica General y la General
Estoria se desligan de la usanza y abandonan el empleo del latín. Precisamente
mi estudio juvenil se centró en el lenguaje de la Crónica General y sus
vacilaciones del lingüísticas, así como en la variación de la ortografía.
Veamos un
pequeño ejemplo de unas palabras que aparecen en la Crónica y cómo es su
derivación a la lengua actual. No puedo detenerme in extenso por lo complicado
del uso de las vocales latinas, pero quiero mostrar algunas curiosidades: Dice
la Crónica en sus inicios. “Aquí se comiença la Estoria que fizo el muy noble
Rey Don Alfonso”. Escojo solo dos palabras: “Aquí” y “comiença”.
En el texto
aparece “Aqui”, en latín se decía “Eccum +hīc”. ¿Cómo llega a “Aqui”? En
“Eccum” se pierda la “-m” final y la “h” inicial. Da como primer resultado
“Eccuīc”. Desaparecerá la “-c” final y se produce una asimilación de las dos
vocales oclusivas sordas quedando una solo “c”. así ya tenemos “Ecī”. La “-ī”
final siempre dará “I” en el romance y para mantener el carácter de sonido
sordo de la “c”, origina la “qu”. La “a”, probablemente, provenga de la
preposición “ac” antepuesta a “ad”. De manera que así se tiene el “Aqui”. El
asunto referido a la tilde actual es de otro tenor.
En cuanto a
“comiença”, tenemos la siguiente derivación: en latín se dice “cŭminitiat”. Es
la tercera persona del presente del indicativo. La “ŭ” breve se vuelve “o” en
el romance. Se pierde la vocal postónica y se pierde también la “-t” final:
“comin’tia”. Menéndez Pidal, en su fabuloso estudio Manual de Gramática
Histórica Española, explica que en el grupo de consonante “+ty” se produce el
sonido sordo “ç”, faltando igualmente toda inflexión de la vocal tónica. La
diptongación en “-ie” se debe a la abundancia con doble forma diptongada y no
diptongada, que atrajo hacía sí a otros verbos que no tenían en su tema ni “ĕ”
breve, ni “ŏ” breve, En la Edad Media se usaban, alternativamente, “sembra”,
“sēmĭnant”, “pēnsa”, “pĕnsat”. De ahí, la forma diptongada de las formas
fuertes de comenzar. La Crónica General ofrece formas vacilantes. Se encuentra,
por ejemplo, “como”, pero aparece de igual manera la forma “cuomo” y “cuemo”.
Se puede
continuar en esa interesante labor filológica, pero, en realidad, mi interés en
este breve artículo es resaltar que el español va adquiriendo su forma a lo
largo de siglos. Por ello, desvirtuar la lengua con los disparates que oímos y
leemos a diario es atentar contra la propia identidad. No hablo de los
anglicismos que, por el uso de la tecnología, han irrumpido en la lengua
cotidiana; algunos de ellos han sido incorporarlos respetando las normas del
español; otros, tienen su equivalente en la lengua cervantina. Me refiero a los
usos impropios, a los barbarismos que se han impuesto de manera invasiva y que,
ciertamente, caracterizan a quienes los usan como personas que imitan con farsa
los modales y opiniones de aquellos a quienes califica como distinguidos
(definición de esnob).
Agrego que
un monarca medieval, Alfonso X, echó a andar un increíble plan cultural desde
el inicio de su reinado, asentado en la astronomía, astrología, magia; así como
en el derecho, la historia y la poesía. La lengua cardinal de todos esos textos
y su propagación entre los súbditos de su reino fue, nada más y nada menos, que
el romance castellano; de esta manera construyó el cimiento lingüístico e
intelectual de la cultura en nuestro idioma. Ejemplo que deberían seguir quienes,
creyéndose reyes sin corona, lejos de construir cultura, nación, valores, los
destrozan, tal como han hecho con nuestras universidades.
Corina Yoris-Villasana
cyoris@gmail.com
@yorisvillasana
@ElNacionalWeb
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