Mientras las condiciones políticas permanezcan constantes, y no pienso que haya que ser un mago para afirmar que vayan a variar en lo sustantivo y en el corto plazo, las ya deterioradas relaciones bilaterales entre Colombia y Venezuela, incluyendo por supuesto el tema fronterizo, no saldrán del entuerto problemático en el que se encuentran.
Es bueno recordar que desde 1830, año en el que Venezuela se separa de la gran Colombia, hasta 1999, con la llegada de Hugo Chávez al poder, nuestras relaciones fueron tensas y dispersas, sí, cíclicas y frágiles, también, pero siempre intentaron ser, hasta donde los personalismos lo hicieron posible, relaciones de estado, entre estados, y administradas por sus instituciones. Permanentemente se alentó la cooperación, de ser posible la integración y resolviendo conflictos que no fueron pocos ni de poca envergadura. Jamás, ni en el peor de los casos, tan agresivas y sostenidamente beligerantes, como las de ahora.
Pero miremos ese presente desde sus orígenes más cercanos: desde el 2002, con Chávez y su otro yo complementario, el presidente Álvaro Uribe Vélez, nuestras relaciones pasaron a ser turbias, tumultuosas, de conflicto ideológico creciente, áridas y peligrosas como nunca antes, extremadamente personalistas y con diplomacia de micrófonos, y lo que es peor, con pérdida de soberanía política, territorial, económica, de seguridad y defensa, de libertad y capacidad para desarrollar planes de progreso y bienestar para la gente de ambas naciones y ni se diga para los habitantes de la frontera común.
Luego se complementó esta relación binacional de deterioro en el año 2010 con la llegada de Juan Manuel Santos al poder, iniciando ambos gobiernos una tempestuosa luna de miel que se alumbró en la frase que le dio bautismo y con la que escribieron su mutuo epitafio: ¡He encontrado a mi nuevo mejor amigo!
Desde ese momento se selló un negociado esquema de chantaje bilateral, de intercambio de apoyo de Chávez al proceso de paz a cambio de silencio cómplice, vista gorda, connivencia, con todo lo que pasaba en Venezuela en relación al irrespeto a los principios democráticos, a las libertades públicas que ellos entrañan, y en consecuencia al flagrante irrespeto por los derechos humanos. El resto es historia, cruel historia, que explica en buena parte, polvo de estos barros, el tema del éxodo de los venezolanos a través de sus fronteras más hermanas.
Ni siquiera ahora con la tan cacareada reapertura del paso peatonal, al menos en el estado Táchira, y el esfuerzo irregular del Senado colombiano, golpe de estado institucional lo califican en Colombia, por restablecer contactos con la asamblea de Venezuela que su gobierno no reconoce como legítima así como tampoco a Nicolás Maduro en la presidencia de Venezuela, se podrá esperar que las cosas cambien a pesar de los trapos rojos y la alharaca en tiempos pre electorales, aquí y allá, y con los casos de Álex Saab, la ex tesorera Claudia Patricia Díaz y Alejandro “el tuerto” Andrade, en manos de la justicia norteamericana y Hugo “El Pollo” Carvajal en vías de estarlo. Agréguele usted a “Otoniel”, cabeza del clan del golfo, recién capturado en Colombia.
A la vista de lo anterior, no creo entonces factible que por lo menos antes del 7 de agosto del año próximo, fecha conmemorativa de la batalla de Boyacá en 1819 y día tradicional de la
toma de posesión del nuevo presidente de la hermana República de Colombia, nuestras relaciones dejen de seguir estancadas y la frontera colombo venezolana huérfana de progreso y de libertad.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
Venezuela
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