No es la primera vez que los talibanes ejercen el poder público en Afganistán. Ya lo hicieron a finales de la década de los noventa cuando, entre otras cosas, implementaron medidas contrarias a los derechos de las mujeres y niñas afganas, imponiéndoles la obligación de llevar burka, bloqueando su acceso a la educación y negándoles el derecho al trabajo independiente.
Como mujeres de nuestro tiempo, y con total independencia de su confesión religiosa o pertenencia a grupos sociales determinados, las mujeres afganas tienen derecho a un trato igualitario, a no ser víctimas de violencia de género, a no ser agredidas sexualmente, a vestirse conforme a sus gustos y preferencias, a formarse en el estudio, a no ser segregadas en su trabajo y a resolver sobre su sexualidad sin miedos ni presiones de nadie. Por lo demás, tienen igualmente el derecho a expresarse conforme su leal saber y entender, a exigir el debido respeto de sus derechos sin temor a sufrir represalias.
Todos estos derechos se desprenden del Artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de 1948): “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Es absolutamente inaceptable que una confesión religiosa interpretada con extremismos patriarcales pretenda derogar esa norma universal y de obligatoria observancia por todos y cada uno de los seres humanos.
Recientemente el portavoz del liderazgo de los talibanes, Zabihullah Mujahid, declaró públicamente en una conferencia de prensa que su grupo político-religioso no tiene intención de restringir los derechos de las mujeres y que ellas solo deberán honorar las normas establecidas dentro del marco de la ley islámica. Pero ¿qué significa ese permiso otorgado dentro del marco de la ley islámica?
La realidad es que el tratamiento hacia las mujeres varía dependiendo de la comunidad musulmana, que a su vez puede ser más o menos agresiva dentro de los propios países de confesión islámica. En Afganistán los talibanes se hicieron famosos por su misoginia y violencia contra las mujeres, causando sufrimiento incomparable, al violar, de manera flagrante, reiterada e impune los derechos humanos. Los talibanes limitaban el movimiento de las mujeres, las obligaban a taparse todo el cuerpo y les prohibieron la posibilidad de trabajar. En definitiva, los talibanes actuaron de manera retrógrada y contraria a los derechos legítimos de todo ser humano, consagrados como sabemos universalmente, sin distinción de raza o creencias.
Por lo tanto, el mundo observa sin esperanza lo que parece ser un futuro inevitable para las mujeres en Afganistán. ¿Quién puede creer en la intención de los talibanes de honrar los derechos de las mujeres? Es muy poco probable que las mujeres en Afganistán puedan mantener el estilo de vida que venían llevando desde la invasión norteamericana poco después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Dicho esto, esperemos que el hecho de que las mujeres afganas hayan podido saborear un cierto nivel de progreso y de libertad durante los últimos 20 años haga que muchas de ellas estén dispuestas a luchar por mantener algunos de estos derechos y libertades.
La realidad es que los norteamericanos han abandonado a las mujeres afganas, quienes han quedado expuestas a la opresión de los extremistas islámicos. Pero el abandono norteamericano no puede significar el abandono del resto del mundo. Debemos apoyar a las mujeres y niñas afganas que, con suerte, pasarán a ser las protagonistas de una lucha por sus derechos más básicos y fundamentales. Es indispensable que se cree una red de protección para las mujeres afganas, algunas de las cuales ya llevan años arriesgando su vida para educar y proteger a sus hijas. Antes de la invasión norteamericana estas mujeres arriesgaban sus vidas para proteger a las menores de violencia doméstica y matrimonios forzosos. Es indispensable que las apoyemos en esta nueva fase, ya que su lucha por sus derechos pasará a ser, previsiblemente, más peligrosa que nunca.
Por los momentos, existen dos formas a través de las cuales la comunidad internacional podría apoyar a las mujeres en Afganistán. La primera de ellas, y probablemente la más urgente, consiste en ofrecer protección a toda mujer afgana que lo solicite, otorgando asilo o refugio en países donde sus derechos sean debidamente garantizados y protegidos. En segundo lugar, debemos dar a conocer sus historias y, en la medida de lo posible, brindar apoyo económico para que puedan continuar la lucha por sus derechos. La retransmisión de sus historias con suerte ayudará a crear suficiente conciencia a nivel internacional para adoptar medidas que permitan presionar a los nuevos líderes afganos, y garantizar un mínimo respeto de los derechos de la mujer en un país gobernado por los talibanes.
Amalia Carrillo-Batalla Mattar
carrillo@araozyrueda.com
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España
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