Muchas personas han encontrado y siguen encontrando
conflictos entre sus principios morales y religiosos -por un lado- y la
posesión de bienes materiales -por el otro-. Y en no pocas oportunidades la
Iglesia católica se ha pronunciado también en dicho sentido, como -por ejemplo-
con el actual pontificado de Francisco I. Pero, no sólo los católicos, sino
otros cristianos también son unánimes en su condena a la riqueza como algo
inmoral por sí mismo. Por eso, en tiempos donde todavía quedan quienes dicen
que Nuestro Señor Jesucristo fue un ferviente enemigo de los ricos, será
oportuno volver sobre este tema.
La prédica cristiana contra la riqueza debe -nos
parece- ser entendida en su contexto temporal, para lo cual es importante
conocer cuáles eran las circunstancias económicas que imperaban en tiempos de
Cristo. En su vista, resulta necesario remontarse más atrás aún. Veamos
entonces que dice la historia sobre aquellos tiempos:
"[…] la casa de Omri, mundana y exitosa como
Salomón, también suscitó agrio resentimiento social y moral. Las grandes
fortunas y las propiedades se acumularon. Se incrementó la distancia entre
ricos y pobres. Los campesinos se endeudaron, y cuando no podían pagar, se los
expropiaba. Esta medida contrariaba el espíritu de la ley mosaica, aunque no
contradecía taxativamente su letra, pues a decir verdad insiste sólo en que uno
no debe desplazar los mojones de un vecino."[1]
No hay noticias que estas lamentables circunstancias
se hubieran modificado en tiempos de Cristo. A la inversa, parece que se
habrían agravado. De allí, la insistencia del Señor frente a los ricos que
amaban a sus riquezas. Esos ricos no lo eran por derecho propio, sino por
explotación al pobre. Si encima amaban el producto del botín, tanto peor. Hay
que entender que, desde los comienzos de la civilización hasta el siglo XVIII
de nuestra era la economía mundial era una economía de suma cero (lo que ganaba
uno era porque lo perdía otro u otros, y viceversa). En dicho contexto, toda
riqueza era injusta. Y era riqueza todo lo que superara la mera supervivencia o
poco más.
Si bien había monedas circulando por Palestina, tanto
romanas como judías, ello no implicaba que todos tuvieran acceso a ellas. El
grueso de las transacciones se celebraba a través de trueques, sobre todo entre
la población más pobre.
Había, pues, dos pecados a condenar por Cristo: por el
primero, ganar a costa de otro y, por el segundo, amar el botín más que al
prójimo, e incluso, más que a uno mismo. Extrapolar aquellas condiciones
económicas a nuestros tiempos actuales se mantiene vigente en cuanto a la
segunda censura (amor a la riqueza, lo que presentemente se conoce como
avaricia o codicia). En cuanto a la primera (economía de suma cero) sigue
sucediendo en aquellos lugares (que son muchos por desgracia) donde no se
aplica (o se lo hace escasamente) el sistema capitalista de producción. Y, en
general, es la forma en que los gobiernos habitualmente operan, apropiándose de
la riqueza producida por los particulares, a través de los impuestos y otros
artilugios legales. Tomarlo en otro sentido -como, por ejemplo, una censura a
cualquier tipo de riqueza- no sólo descontextualiza el texto bíblico, sino que
desfigura la enseñanza cristiana.
"Los reyes se opusieron a la opresión de los
pobres por la élite, porque necesitaban de los hombres pobres para sus
ejércitos y sus cuadrillas de trabajo; sin embargo, las medidas que adoptaron
fueron débiles. Los sacerdotes de Siquem, Betel y otros santuarios eran
asalariados, que se identificaban estrechamente con la casa real, se
preocupaban por las ceremonias y los sacrificios y no demostraban interés
—según afirmaban sus críticos— por la angustia del pobre."[2]
Evidentemente la descripción del autor peca de poca
claridad. Hemos de entender -empero- que esta angustia era económica y no de
otro tipo, ya que la angustia económica lleva a la física. Pero, aparentemente,
la elite oprimía físicamente a los pobres, probablemente reduciéndolos a la
esclavitud, es decir, sin paga. En tanto, ha de suponerse que los reyes
retribuían -de alguna manera- los servicios de los pobres en el ejército o en
esas cuadrillas de trabajo. Si lo relacionamos con el párrafo anterior, hemos
de concluir que esos pobres eran los ex-campesinos expropiados, o no. Sabemos
que las deudas se pagaban con la cárcel. Incluso en la Biblia hay constancias
de que así era. Es factible que, en otros casos, el deudor fuera reducido a la
esclavitud, ya sea como siervo de su acreedor o vendido por este a terceros.
"En estas circunstancias, los profetas
reaparecieron para expresar la conciencia social. […] Durante el gobierno de la
casa de Omri, la tradición profética se fortaleció súbitamente en el norte
gracias a la sorprendente figura de Elías. […] Como casi todos los héroes
judíos, era de origen pobre y hablaba por ellos. […]Hacía milagros en beneficio
de los pobres y se mostró sumamente activo en periodos de sequía y hambre,
cuando las masas sufrían".[3]
Si bien el historiador describe aquí tiempos muy
anteriores a la aparición de Cristo en el mundo, cabe destacar que las
circunstancias socioeconómicas de su época no eran muy diferentes e, incluso,
lejos de experimentar progreso denotaron franco retroceso. Los profetas se
encargaron de denunciar la explotación a los pobres. La economía era agrícola
mayormente y ganadera en menor escala. Se comprende entonces que las sequias
provocaran hambrunas recurrentes. Resulta lógico que Cristo se hubiera rebelado
contra aquellas conductas y cosas, y enfocara su discurso adverso a los efectos
malsanos de las condiciones sociales deplorables de su tiempo.
Examinando los Evangelios resulta notable, por
ejemplo, el énfasis que se le dan a las comidas. Lo que en nuestro día es algo
casi común y corriente para la mayoría de la gente (las típicas tres comidas
diarias o cuatro si se cuenta la merienda) eran una rareza en tiempos bíblicos.
No se comía varias veces al día y en ocasiones tampoco se comía todos los días.
Sólo los ricos podían darse ese lujo. La parábola del mendigo Lázaro y el rico
grafican -de algún modo- ese contexto. De allí que, en los Evangelios las
comidas se presentan como ocasiones de grandes acontecimientos o eventos de
suma importancia. Y a ellas concurrían muchas gentes.
[1] Paul Johnson, La historia de los judíos. Ediciones
B, S. A., 2010 para el sello Zeta Bolsillo. Pág. 104-105
[2] Johnson, P. La historia…ibidem.
[3] Johnson, P. La historia…ibidem.
Gabriel S. Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
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