El riesgo que pende actualmente sobre Venezuela es llegar a ser un país sin solución. A medida que pasan los meses esa conclusión agranda la angustia dentro del túnel.
Durante 22 años de oscilaciones entre espejismos y frustraciones, hemos normalizando el hecho autoritario y perdido utilidad para proveer propuestas eficaces ante la ofensiva autocrática. Los ciudadanos nos resignamos a las respuestas adaptativas porque no hay otras con potencial para ser exitosas.
Una vez que el gobierno resolvió a su favor el empate catastrófico, el país sigue en pendiente. En la oposición, no aparecen aún los dirigentes partidistas para encabezar, con determinación, una estrategia basada en el entendimiento, la unión y la oferta de una transición posible.
La derrota opositora cierra un ciclo que congeló la política dentro de una polarización determinada por una pugna de poder por el poder mismo. La política se aisló en una burbuja fuera de la realidad y los intereses, necesidades y aspiraciones de la mayoría excluida.
En la reducción del enfrentamiento a una lucha sin otros fines que amarrar los caballos en Miraflores, desapareció el papel de orientación de los partidos y perdieron sus justificaciones programáticas, éticas y sociales. El escenario quedó sin discursos inspiradores por déficit de polites, concepto aristotélico que alude a quien se ocupa de los asuntos de Estado.
El desempate también es catastrófico porque el gobierno no tiene como dar soluciones reales a las demandas de recuperación de institucionalidad, desarrollo económico y mínimos de bienestar. Retorna instintivamente a una actitud contradictoria: blindar sus privilegios e intentar reconquistar respaldo de una base chavista que aun aguarda por el cumplimiento de promesas diferidas. ¿Quién puede estar contento con la condena que significa un salario?
En la oposición el panorama es muy problemático. Aún sus partidos menos débiles están sobrepasados por un descontento que no pueden convertir en una visión alternativa de país. Pierden representatividad y se aferran a una legitimidad residual que les es concedida por factores internacionales y no por su desempeño interno. La línea límite de este desfase ya está trazada: o se pone los guantes para reproducir el 9 de enero barinés o naufragan definitivamente en la rodada del 21 de noviembre.
Quizá dos impactos inesperados de la reunión entre los representantes del gobierno de los EEUU y el de Venezuela reanime a una oposición que atisbó el inicio del desenganche de la Casa Blanca con el gobierno interino, condición que el DRAE define como «lo que sirve por algún tiempo». El segundo balde de agua fría produjo el cortocircuito en los cables mentales de los relatos extremistas listos para reponer, ante la invasión de Rusia a Ucrania, el ahora si de una invasión de marines.
La debilidad de los partidos los obliga a cuidar sus intereses particulares atendiendo sus responsabilidades con el país. Necesitan reaccionar creativa y fecundamente para superar sus crisis, abriéndose a la gente.
Quienes estamos fuera de los partidos tenemos la oportunidad de hacer política cívica, desde lo ciudadano y construyendo experiencias unitarias por pequeñas que parezcan. Es nuestro recurso para convertir la espera en esperanza.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
@DiarioTalCual
Venezuela
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