miércoles, 28 de octubre de 2015

JUAN JOSE MONSANT ARISTIMUÑO, MILITARES Y MILITARES

    Vía tuiter, me llegó un bien estructurado informe escrito por Gloria Bastidas sobre el comportamiento del general Matthei el día 05 de octubre de 1988, cuando el Alto Mando Militar reconoció el triunfo de la oposición, en el plebiscito convocado por el general Pinochet luego de 13 años de férrea dictadura.

     La idea fue contrastar el comportamiento de los militares en un momento decisivo en la historia de Chile: ¿Reconocerían el triunfo de la oposición, entregaban el gobierno, se someterían al mando civil, con el que pudieran asumir los militares venezolanos el próximo 06 de diciembre, ante una situación similar?. Se parte que ante una crisis tan profunda las fuerzas armadas podrían obligar a maduro, a sus aliados en el gobierno y fuera de él, a reconocer el resultado electoral que le otorgare a la oposición la mayoría parlamentaria, capaz incluso, de convocar  una  constituyente.
     Observo en el escrito un inevitable deseo de fe, la necesidad agónica en lo humano de expresar su esencia: el disfrute de la libertad, el triunfo de la razón sobre la fuerza, la evolución indetenible de la humanidad frente a las atávicas manifestaciones del instinto de  sobrevivencia, cuando aún el homínido compartía el espacio con los tiranosaurios. Por eso nos aferramos a cualquier posibilidad que signifique vida, existencia digna, aun si ésta fuere una ilusión.
   Yo también me uno a la necesidad de creer. Sin embargo, se impone una delimitación de realidades, para lo cual extraeré la síntesis de los ensayos realizados por el exparlamentario, y luego exembajador de Venezuela en Chile, Julio César Moreno León, quien en ellos ha detallado las causas y efectos de los acontecimientos ocurridos en aquél momento de la historia chilena.
    En primer lugar, nos recuerda que aún en medio de una dictadura, la tradición del respeto a lo jurídico subsistía en Chile; seguido por la necesidad cultural de otorgarle legalidad a las acciones que forzaron la intervención militar para detener los desmanes de un gobierno enloquecido, que pretendió imponerle al país un modelo ideológico por encima del orden legal, dirigido a la inevitable guerra civil, la anarquía, y la disolución del país; lo que culminó en la cruenta dictadura militar  (pero no más cruenta que cualquier dictadura marxista, de las que han existido, agregaría yo).
     Ese es el elemento diferenciador de aquellas fuerzas armadas chilenas y las de venezuela. Las nuestras son el brazo armado del sistema. En realidad la fuerza armada venezolana es el sistema mismo, embrocado con los delincuentes civiles que ostentan el poder público, hasta convertirse en Estado Forajido.
     Los militares chilenos, de férrea formación académica, jamás negociaron sus fronteras para sostenerse en el poder, preservaron la integridad territorial, le dieron continuidad a la nación y fortaleza estructural a su economía; no desbancaron el erario nacional, y salvo  muy identificables casos de corrupción, no se dedicaron a la frivolidad de la ostentación del dinero mal habido, y menos en utilizar las instituciones del estado para favorecer al terrorismo internacional, el narcotráfico y la desestabilizar las instituciones de países amigos.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com

@jjmonsant

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