jueves, 17 de diciembre de 2015

DANIEL SANCHEZ, LOS RECOLECTORES DE HUESOS

Cuando comencé mi carrera, por los tempranos años 80’, estaba muy emocionado porque había cristalizado mis sueños, el de ser estudiante de medicina. Llegando a la facultad en la Universidad Central de Venezuela, una de las primeras cátedras que me toco cursar fue la de Anatomía. Si, Anatomía, la cátedra de Vargas, la base de la medicina. Ya me sentía médico, me paseaba por los pasillos del instituto anatómico, con mi bata que olía a formol luego de estar varias horas disecando cadáveres.

Sin embargo, los exámenes eran todos orales y exigentes. Si, muy exigentes. Debíamos conocer a la perfección las partes, las piezas anatómicas, los bordes, escotaduras, agujeros de inserción de algún musculo o agujero nutricio de la arteria. Así pasábamos largas horas estudiando la anatomía humana frente a un cadáver que había sido donado voluntariamente para el conocimiento de los jóvenes aprendices
A veces era difícil conseguir piezas anatómicas para estudiar o llevarse a casa, sobre todo en épocas de exámenes. Entonces algunos de nosotros acudimos a una práctica que aunque nos parecía innovadora, ya tenía varios siglos de ejecución. Ir al cementerio, la historia nos dice que Leonardo Da Vinci pagaba a algunos empleados para que desenterraran cadáveres. El mismo Andrés Vesalio, padre de la anatomía moderna, robo cadáveres para poder describir sus formas y realizar los grandes descubrimientos que abrieron el paso a un nuevo despertar de la medicina en el mundo. 
No, no robamos cadáveres. No era para tanto, pero si acudimos al cementerio y hablábamos con algún enterrador que por una buena propina se dirigía a un sitio especial “La Peste”, este lugar es donde se encuentran enterradas aquellas víctimas de la peste de 1918 que azoto al mundo. La mal llamada “Gripe española de 1918” y que cobro la vida de muchos venezolanos. En sus fosas comunes se encuentran muchos seres que sucumbieron a este mal. Era tal la cantidad de muertos diarios por aquella época, que fueron enterrados solo envueltos en sábanas sin ataúd. Por supuesto con el pasar de los años tan solo quedaban los huesos como testimonios de una vida.
Era entonces en ese lugar donde se encontraba la cantera de muchos estudiantes de medicina para poder adquirir alguna pieza de estudio. Se le decía al enterrador “tráeme una paleta” (Escapula), o un hueso de la pierna (fémur), o el hueso de la espinilla (Tibia), o una calavera (Cráneo). Luego nos marchábamos con nuestro nuevo tesoro de estudio y tratábamos de sacarle el mayor provecho posible. En algunas de nuestras casas nuestros padres se asombraban al ver huesos humanos y muchos hasta nos decían que no querían ese muerto en casa.
Fue una época muy hermosa, llena de tanta magia e ilusión. Creíamos que conquistaríamos el  mundo y lo dominaríamos a favor de la ciencia. Jamás le hicimos mal a nadie, simplemente como estudiantes universitarios vivíamos las aventuras de nuestra juventud entre el estudio y la diversión. Y aunque en esta época a nadie se le ocurriría recolectar huesos de esa forma, siempre vivirán en nuestro recuerdos esos momentos maravillosos.

Daniel Sanchez
danielsanchez24@gmail.com
@SanchezDany24

Miranda - Venezuela

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