miércoles, 13 de abril de 2016

ANDRÉS HOYOS, PARADIGMAS AMBIENTALES (I), DESDE COLOMBIA

El ambientalismo es una disciplina joven de la que cabe esperar evoluciones raudas.

Nació, o por lo menos dio un gran salto adelante, a comienzos de los años 60 cuando Rachel Carson publicó Silent Spring (Primavera silenciosa), primero en tres ediciones consecutivas de The New Yorker y luego en forma de libro. Al primer ambientalismo lo movía la indignación por el maltrato del medioambiente, lo que desembocó en políticas puntuales como la prohibición del DDT en la agricultura. La segunda bestia negra que enardecía a los ecologistas era la energía nuclear, a la que asociaban con la bomba atómica. Venía el Armagedón. Nos habíamos entregado al dios del progreso y este pérfido personaje nos llevaba vendados al abismo. La disciplina nació, pues, indignada y con una vocación micro.

Por una rara coincidencia, el accidente de Chernóbil, que volvió inhabitable un área de 60 kilómetros a la redonda, mató a 31 personas y causó daño a miles más, ocurrió en simultánea con el descubrimiento del calentamiento global, un problema ambiental que afecta a la totalidad del planeta. Nadie tenía en ese momento la menor idea de la escala del problema, de modo que fue necesario pasar al análisis macro. Las primeras proyecciones, hechas a regañadientes, fueron apocalípticas y demostraron estar descachadas. Para dar un solo ejemplo, Al Gore predijo en 2007 que para 2014 habría desaparecido casi todo el hielo polar, el cual sigue ahí. Por un tiempo, los errores de bulto desacreditaron al movimiento, pero ahora los análisis se han vuelto más rigurosos y ya no cabe ninguna duda que la salud del planeta está en verdadero peligro.

El ambientalismo tradicional decantó una serie de paradigmas que rigen sus reacciones. Según ellos, se supone que: 1) El consumo de recursos no renovables va a un ritmo insostenible. Casi todos se agotarán pronto. 2) El crecimiento económico es perjudicial para el planeta y, por ende, debe restringirse o detenerse. 3) Las ciudades son el cáncer del medioambiente. Hay que limitar su crecimiento y, en lo posible, regresar al campo. 4) Es preferible la agricultura artesanal y orgánica, cercana a los centros de consumo, en vez hacer peligrosos experimentos agroindustriales con OGM. 5) El uso de la naturaleza debe ser sostenible. Los biocombustibles, en particular, son benéficos. 6) Es conveniente imitar los usos de las sociedades primitivas, considerados preferibles a los modernos.

Esta suma de paradigmas que parecía tan pulcra —aunque aterradora— a nivel micro empezó, sin embargo, a mostrar dramáticas limitaciones a nivel macro. Para seguir con el orden: 1) El consumo de muchos recursos no renovables ha disminuido su ritmo de crecimiento. Tan solo la demanda de energía mantiene el suyo. 2) Sin crecimiento económico, un país pobre no tiene cómo salir de la pobreza. 3) En las ciudades bajan el crecimiento demográfico y el consumo de energía per cápita, dos variables claves. 4) Alimentar a la creciente población del planeta con una agricultura artesanal y orgánica acabaría con la mayoría de los bosques primarios que aún existen. 5) Producir una cantidad apreciable de la energía global con biocombustibles también arrasaría con cientos de millones de hectáreas de bosques. 6) Un estudio más detallado muestra que muchas sociedades primitivas eran ambientalmente destructivas.

Por todo lo anterior, están surgiendo nuevos paradigmas ambientales, tema para la siguiente columna.

Andrés Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com,
@andrewholes
Colombia

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