sábado, 26 de enero de 2019

DULCE MARÍA TOSTA, LEGÍTIMO


Desde hace varias horas se percibe una campaña internacional, auspiciada y ejecutada por poderosos medios de comunicación, dirigida a presentar a Juan Guaidó como un usurpador de la Presidencia de la República, una suerte de Carmona II, con la evidente intención de repetir los dolorosos acontecimientos del día 13 de abril de 2002, que terminaron con la reposición en el poder de Hugo Chávez.

Esta campaña, en países donde la opinión tiene peso suficiente como para determinar la acción de sus gobiernos, debe ser desmontada antes de que logre sus inconfesables propósitos; debe ser combatida con la verdad, con una explicación sencilla, clara, digerible y de difusión masiva que exponga la realidad constitucional en que se encontraba Venezuela el 10 de enero de 2019, y la obligación ineludible del Presidente de la Asamblea Nacional (sea cual fuese su nombre), de cubrir el vacío de poder provocado por la inexistencia de un Presidente electo, derivado de un acto electoral ilegítimo, tanto por su convocatoria como por su ejecución.

Por una de esas jugarretas que el destino suele hacerles a los pueblos y a los hombres, un joven político, ayuno de la experiencia necesaria, se encontró un día con la inmensa obligación constitucional de conducir a su pueblo de regreso a la libertad. El artículo 233 de la Constitución Nacional vigente, en su segundo párrafo, le impuso la obligación de encargarse de la Primera Magistratura de su País; es evidente que la inmensidad de los deberes a cumplir lo hizo dudar, al punto que en vez de juramentarse el día 10 para evitar la vacancia presidencial, prefirió hacerlo trece días después, una vez comprobado el inmenso apoyo popular a su mandato.

Lo sucedido el 23 de enero de 2019, deberá ser estudiado con detalle por sociólogos, políticos e historiadores. En el humilde criterio de quien esto escribe, lo más importante de esa fecha histórica fue la demostración de valor, intrepidez y madurez política del pueblo venezolano. El hombre común, esos que llamamos venezolanos de a pie, percibió la importancia y cumplió con su deber de grano en el granero de la libertad; captó que estaba solo, engañado muchas veces por políticos despreciables; lo movió el hambre y la mengua, pero también la necesidad de rescatar su autoestima, de ratificar con hechos concretos que no había perdido la fe ni el orgullo de haber nacido en tierra de libertadores.

Nunca en la historia de este País o de otro de América, un hombre juró cumplir los deberes que le imponen la Constitución y la Ley, con la legitimidad con que lo hizo  nuestro recién estrenado Presidente. Lo percibo así, porque desde hace más de un siglo se acostumbra que los presidentes de la República asuman sus funciones ante la Asamblea de representantes del pueblo; esta vez no sucedió así. Haciéndonos recordar los albores de la democracia, de ese sistema político que prevaleció en Atenas durante el siglo V y que resumió Pericles en su inmortal Oración Fúnebre, Guaidó juró ante la gente misma reunida en inmensa Asamblea. No exagero cuando digo que fueron mares de gente en Caracas, Maracaibo, Barquisimeto, Valencia y demás ciudades y pueblos de nuestra geografía.

Además, hay un hecho humano que vale la pena resaltar: concluido el juramento, miles estallaron en llanto. Esas lágrimas que corrían por las mejillas de mujeres de diversa edad y de hombres recios, fue una explosión de sentimientos encontrados: la fusión de las tristezas pasadas con la ilusión de un futuro mejor; el recuerdo de los emigrantes y de los que no volverán jamás porque entregaron sus vidas a la noble causa de la libertad; la vívida angustia que producen la mentira, el engaño, la traición, que renovaron la vigencia del criterio de El Libertador de que “se nos ha dominado más por el engaño que por la fuerza”.

Hoy, 24 de enero de 2019, Venezuela tiene un Presidente provisional dotado de la más completa legitimidad, no solamente porque lo hace con apego a los artículos 233 y 236 de la Constitución Nacional, sino porque juró cumplir sus deberes, por exigencia expresa de un pueblo que ve en él un instrumento de la libertad.

Dulce María Tosta R.
@DulceMTostaR
turmero_2009@hotmail.com

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