Estamos tan urgidos por un presidente con las botas
puestas, la conciencia recta y el cerebro en orden, que ahora tenemos dos
mandatarios que tiene patas arriba a la propia constitución y en ascuas a toda
la población, la cual sólo ansía un mendrugo de real democracia.
Lo cierto es que la ceremonia de asunción al más alto
cargo del país fue de lo más grotesca. Los únicos presidentes que tuvieron la
desvergüenza de asistir fueron los mismos de siempre, que reciben las dádivas
de nuestro país y no les conviene que Maduro deje las riendas del poder.
A todos no les pareció peculiar que estuviesen los
mandatarios de Cuba, Bolivia, Nicaragua y El Salvador, sino que también
apareciesen en la escena los de unas naciones tan desconocidas hasta para sus
propios habitantes: Osetia del Sur y Abjasia, cuyos territorios son tan
confusos y remotos, que ni la misma ONU los ha reconocido y su única función en
tan pobre evento, era hacer bulto y tratar de ampliar una lista escueta.
Recordemos que una semana antes, el magistrado Zerpa
había puesto los pies en polvorosa, rumbo hacia tierras gringas y cantado más
allá de la cuenta, señalando con un dedo casi tembloroso a cuantos pasaron por
su mente y reconociendo su propia desesperación por haber sido miembro de este
sistema detestable.
Zerpa no quería formar parte del circo y verse
encarcelado en un futuro no tan lejano. Creo que los otros 32 magistrado
debieron tener la misma idea y no juramentar a quien cuenta con todos los
ribetes de la ilegalidad, pero no contaron con la misma determinación o fueron
detenidos en el intento.
Mientras, el presidente de la Asamblea Nacional, Juan
Guaidó, estaba haciendo otro tanto, efectuando eventos no tan clandestinos y
asumiendo la presidencia interina del país, sustentado por el artículo 233 de
la carta magna. Realizó un acto masivo para pedirle apoyo a los militares, a
los civiles y a la comunidad internacional.
El mismo día de la juramentación de Maduro, Guaidó
recibió llamadas de respaldo por parte del presidente de Chile, del secretario
general de la OEA, el secretario del Departamento de Estado de EEUU y hasta del
Tribunal Supremo en el exilio, por su lucha en restaurar los buenos modos de la
democracia venezolana.
Resulta tan peculiar y tan complejo sobre quién posee
en este momento la investidura como presidente, que mientras Maduro monta su
espectáculo burlesco con las instituciones a su mando -que deberían ser
independientes- y sin contar con el aliento popular, Guaidó es elevado casi en
hombros en el ámbito internacional, como figura futura para los procesos que
vendrán para restituir el Estado de derecho en nuestra nación.
Así que tenemos dos presidentes. Uno inconmovible, con
instinto brutal, farsante, escaso en ideas, indómito y culpable de saturar de
sueños amargos a un pueblo que perdió sus alegrías. El otro se muestra
aplomado, dispuesto, con pensamientos elementales, sugestivo y con el propósito
firme de ayudar a los ciudadanos a no desplomarse y a hacerles entender que la
lucha por la libertad apenas comienza.
Dos presidentes: Maduro, que sigue teniendo el dominio
ingrato de los organismos e instituciones dentro del país; y Guaidó, quien ha
recibido el espaldarazo internacional y cuenta con la coherencia del estamento
legal, para el acomodo de esta nación caída en desgracia.
Reitero la importancia de que la mayor parte del mundo
reconozca la usurpación en el cargo y la ilegalidad de quien quiere gobernar
hasta el 2025. Venezuela está molida por el absolutismo y por los cinco mil
seres humanos que parten a diario, huyendo despavoridos hacia países vecinos.
No es casual que Paraguay haya roto en estrépito sus relaciones con nuestra
nación en estos días.
Será un año duro, inquietante, fatigoso e incesante,
pero bien sabía Bolívar que la libertad no se gestó en una noche.
José Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
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