“Las guerras
son torneos morales que se ganan primero en los templos”. Así dice “Sun Tzu en
su obra “El arte de la guerra”. Esta idea nos remite a la superioridad moral
que se debe obtener frente al oponente como factor crucial para el desenlace
exitoso de cualquier confrontación o lucha. Durante el tiempo que Chávez estuvo
físicamente al frente de su revolución bolivariana, siempre tuvo superioridad
moral frente a sus adversarios. Sólo hubo dos excepciones, dos momentos en que
esto no fue así. El primero, a propósito de los sucesos políticos que
desencadenaron el vasto movimiento cívico del 11 de abril de 2002. El segundo,
el referéndum consultivo sobre la reelección presidencial indefinida en el año
2007. En ambos casos y por esa razón salió derrotado.
Ciertamente Chávez logró con mucha habilidad reponerse
de ambas derrotas, desde luego contando con la enorme colaboración de sus
adversarios. Pero en los dos casos, el factor clave de su traspié fue que la
población, en ese momento, lo percibió como un líder abusivo y ambicioso que
encontró al frente fuerzas políticas moralmente superiores. En 2002 lo fue la
potente energía de sociedad civil organizada. En 2007 la irreverencia y autenticidad
del movimiento estudiantil. Las razones por las cuales el “líder eterno” pudo
cambiar su suerte luego de aquellos reveses, fue porque en ambas ocasiones los
factores y los liderazgos que hicieron posible esas enormes victorias, fueron
secuestrados por poderes fácticos y sectores políticos que deformaron muy
rápidamente las motivaciones y la naturaleza de las fuerzas que originalmente
las impulsaron.
Nunca más la oposición política en Venezuela logró
alcanzar superioridad moral frente a Chávez y el chavismo. Y he allí la razón y
causa de su reiterado fracaso durante estos 20 años, salvo en los dos
episodios anteriormente señalados. Las palabras sabias de Sun Tzu ponen de
relieve la enorme fragilidad del liderazgo opositor. Y esa fragilidad sigue
persiguiendo como un fantasma a los sectores que intentaron derrotar en el
pasado a Chávez y ahora lo intentan con Nicolás Maduro.
¿Cómo resolver este problema de la superioridad moral
frente al oponente tal y como aconsejaba Sun Tzu? No es fácil, como decía “el
ciudadano”. Pero es menos difícil hacerlo hoy que como lo fue frente a Hugo
Chávez. En el caso de Maduro, su gobierno hoy dejó atrás la fortaleza obtenida
luego de la violencia de calle ocurrida en 2017 y de la convocatoria a la
Asamblea Nacional Constituyente de ese mismo año. Su régimen tiene control
sobre el país, pero como argumento sólo exhibe la fuerza que le otorga el
ejercicio del poder y el mero principio de autoridad. No existe ninguna
percepción de supremacía moral a los ojos de la mayoría y cada vez es menos en
el seno de sus propios partidarios. Los cantos y arengas revolucionarias apenas
se escuchan como ecos remotos y lo que antes fue inspiración hoy sólo es gesto.
Lo que se impone es dotar de argumentos legitimadores
a las fuerzas que se oponen al gobierno. Las bondades del socialismo del siglo
XXI están claramente desmentidas en los hechos. Tal cosa, aunque necesaria,
está lejos de ser suficiente. La tragedia de económica y social del presente no
le otorga mágicamente encanto a lo que pretende ser alternativo.
Esto llevará
cierto tiempo, pero será menos si con acierto se entiende que hay que dar
respuestas políticas al proceso de empobrecimiento que vive la población.
Articular un relato que frente a cada carencia se visualice una idea, una
solución concreta y razonable, pero que también emocione y movilice. Volver a
hacer política, aquí y ahora, no queda otra.
Pedro Elías Hernández
@pedroeliashb
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