Tengo
vínculos políticos y personales con Venezuela desde hace más de cuatro décadas.
Conocí y disfruté de la amistad de Rómulo Betancourt, fundador de la democracia
venezolana; de la relación con Carlos Andrés Pérez, quien gobernó al país en
dos periodos, y con todos los presidentes de la Venezuela democrática.
Tanta y tan
intensa ha sido mi relación con Venezuela que, tras el golpe de Estado fallido
contra el presidente Hugo Chávez, a finales de 2002, el entonces secretario
general de la Organización de las Naciones Unidas, Kofi Annan, me pidió que
fuera su representante personal para el país. Le dije que no quería, pero que
tampoco podía negarme. Añadí que Chávez no lo aceptaría por mi amistad con
Pérez, quien era su bestia negra, y porque él creía que España había tenido
algo que ver con ese golpe. Aclaré que era verdad mi amistad con Pérez (incluso
cuando discrepamos), pero que yo no estaba a favor de ningún golpe de Estado,
ni en ese momento ni cuando lo intentó el propio Chávez, en 1992, entonces un
teniente coronel que intentó derrocar a Pérez. Como esperaba, Chávez rechazó la
propuesta.
Siempre
entendí que la relación entre España y Venezuela era fundamental. Venezuela fue
un actor importante en América Central y el Caribe, además del refugio político
de muchos exiliados de las dictaduras latinoamericanas y, con los años, de
cientos de miles de españoles. Esa tierra siempre los acogió como una hermana.
Así que,
desde el gobierno o como mero ciudadano comprometido con los valores de la
democracia y el progreso, he dedicado tiempo y esfuerzo a ayudar a los
venezolanos a recuperar sus libertades. Lo he hecho desde una posición que ha
sido tan incómoda como incomprendida por los que proclaman unos valores y se
dedican a ejercer los contrarios, pero no me importa: la defensa de la
democracia no tiene color político ni puede tener “padrinos” por razones
ideológicas.
No exagero
cuando digo que Nicolás Maduro ha convertido a Venezuela en un Estado fallido.
Por eso no podemos fallarles a los venezolanos y debemos ayudarles a recuperar
su democracia.
El gobierno
de Maduro ha destruido el aparato productivo de un país rico en recursos, en
donde aproximadamente el 90 por ciento de la población vive en la pobreza. Ha
generado una atroz escasez de alimentos de primera necesidad y medicamentos
básicos y ha provocado una hiperinflación sin precedentes. Ha forzado el mayor
éxodo de la historia de América Latina, vaciado las instituciones e instaurado
una tiranía arbitraria donde los opositores carecen de los más mínimos
derechos, incluyendo el derecho a la vida.
La mayoría
de las democracias occidentales han dictaminado que las elecciones del 20 mayo
de 2018 fueron ilegales y fraudulentas. La Asamblea Nacional, que es la única
institución elegida democráticamente que queda en el país, ha obrado
correctamente al designar a Juan Guaidó como presidente encargado. Dudar de su
legitimidad es dudar de la democracia. La paradoja más increíble es que la
oposición sea la que le exija a Maduro el respeto a la constitución
bolivariana, creada durante el mandato de Hugo Chávez, y sea él quien la
incumpla.
Aunque
llegue mucho más tarde de lo que me habría gustado, estamos ante una
oportunidad única para devolver la democracia a Venezuela. No será una tarea
fácil. Maduro tiene la fuerza que le dan las armas mientras que la Asamblea
Nacional, que tiene toda la legitimidad, carece de poder fáctico. ¿Cómo cambiar
este fatal equilibrio?
En primer
lugar, debemos apostar por una unidad sin titubeos ni fisuras. Las naciones
democráticas que reconocen a Guaidó deben reforzar su legitimidad política y su
autoridad sobre los activos económicos del país, dentro y fuera de él. Ello
privará a Maduro de los recursos para seguir oprimiendo a los venezolanos y
mandará una señal muy clara a sus seguidores, particularmente a los militares, de
que carecen de futuro a su lado.
Pero también
es esencial devolver al conflicto a su esfera original, que es América Latina.
Venezuela no debe convertirse en un escenario más de la pequeña guerra fría que
Estados Unidos y Rusia vienen librando en frentes como Siria y Ucrania. Estados
Unidos, Rusia y China deben evitar ver a Venezuela como una pieza más en su
lucha de poder geopolítico. Absteniéndose de interferir, pueden evitar un
impasse que podría darle a Maduro tiempo y recursos para aferrarse al poder.
La gestión
de la crisis venezolana debe ser devuelta a los actores de la región. La Unión
Europea, con el apoyo de Canadá, debe abrir los espacios para que pueda actuar
el Grupo de Lima, que conforman catorce países latinoamericanos. También, debe
sumar al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, a la causa de la
democracia en Venezuela y hacer ver al régimen cubano que no puede mantener más
tiempo su injerencia en Venezuela ni seguir parasitando sus recursos.
El retorno
de la democracia a Venezuela exige que los pirómanos se hagan a un lado. Las
amenazas y bravatas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sobre una
invasión militar deben cesar inmediatamente. Sería irónico, si no fuera trágico
y preocupante, que el gobierno de Trump —aislacionista por vocación y con una
nula preocupación por la promoción de la democracia en el mundo— convirtiera a
Venezuela en un objetivo central de su política exterior. Estados Unidos hace
tiempo que agotó el cupo de intervenciones militares en América Latina. Ese
escenario debería quedar como un mal recuerdo del siglo XX. Por eso pido a los
líderes demócratas y republicanos en el congreso estadounidense que trabajen
juntos con sus socios y vecinos latinoamericanos y europeos para devolver la
democracia a Venezuela de forma legal, legítima y pacífica.
El
presidente encargado, Juan Guaidó, tiene delante de sí una tarea colosal. Debe
tomar el control del país, poner las fuerzas armadas al servicio de las
instituciones democráticas, desarmar a las milicias bolivarianas, hacer frente
a la catástrofe humanitaria y migratoria y estabilizar la economía.
El gobierno
de transición que lidere Guaidó deberá convocar unas elecciones presidenciales,
pero ese objetivo requerirá tiempo, pues antes es necesario reconstruir el
Consejo Nacional Electoral, liberar a los presos políticos y elaborar un censo
electoral válido. La reconstrucción institucional es, como todo lo que vale la
pena, costosa en tiempo y en esfuerzos. Sería una miopía política, con riesgos
de conflicto permanente, apurar a Guaidó por el mero hecho que la transición se
haga incómoda para algunos socios internacionales.
Restaurar la
democracia en Venezuela es posible, pero el proceso es tan frágil y precario
como la salud de los venezolanos, que han perdido en promedio 11 de kilos de
peso. Maduro, por el contrario, sigue bien alimentado y sus adeptos continúan
robando los recursos del país a escala masiva. El presidente encargado, Juan
Guaidó; la Asamblea Nacional, portadora de la legitimidad democrática, y el
pueblo de Venezuela necesitan el aliento y apoyo de una comunidad de naciones
democráticas que sea unida y esté determinada a ayudarles a recuperar la
libertad que su país merece.
Felipe
González
@Felipe_GM__
Fuente:
https://www.nytimes.com/es/2019/02/14/felipe-gonzalez-venezuela-guaido/?..
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