El silencio de un cobarde pero astuto Raúl Castro que
sabe que su régimen es un reloj anacrónico al que se le acabó la cuerda.
Este 2019 comenzó con la trascendental noticia de que
el gobierno de los Estados Unidos se había cansado de tolerar dictaduras en su
patio trasero. Después de 60 años de inercia, mentiras y traiciones por previos
presidentes, el actual ocupante de la Casa Blanca expresó públicamente su apoyo
total a grupos opositores enfrascados en el derrocamiento de un dictador
latinoamericano. Por razones que sólo saben los promotores de esta política,
los venezolanos se sacaron la lotería auspiciada por un Donald Trump que,
inexplicablemente, muchos de ellos rechazan.
Como de costumbre, los cubanos quedamos relegados a la
categoría de sujetos de segunda clase. Pero, como decían los campesinos de mi
tierra, "esta no es el momento de mirarle el colmillo a caballo
regalado". El premio de consolación para cubanos y nicaragüenses es que
nos han incluido en la lista que los voceros de la Casa Blanca llaman la
"trilogía diabólica". El plan parece destinado a empezar por Nicolás
Maduro y seguir más tarde con Raúl Castro y Daniel Ortega.
Pero voy a poner el parche antes de que salga el
tumor. A aquellos que me acusen de ser indiferente ante la libertad de un
pueblo hermano les digo que están absolutamente equivocados. Amé a una
venezolana, amo a Venezuela, conozco su historia, admiro a sus próceres y he
dejado testimonio de esos sentimientos en mi prosa y en mi poesía. Pero, de ahí
a anteponer el amor a Venezuela a mi amor por Cuba, hay un tramo más largo que
entre La Habana y Caracas. Cuba es el dolor que he llevado a cuestas por más de
medio siglo y cuya libertad es mi primer pensamiento de cada mañana. Y ya es
muy tarde en mi vida para cambiar de amores y mucho menos traicionar lealtades.
Nuestro azaroso camino hacia la libertad ha sido el
más largo en el Continente Americano y probablemente en el mundo entero. Cuando
el pueblo de Israel dejó la esclavitud en Egipto emprendió un camino que debió
haber tomado aproximadamente 11 días desde el Sinaí pero que terminó
prolongándose por casi cuatro décadas. ¿Estoy comparando a los cubanos con los
judíos? De ninguna manera. No permita Dios que yo cometa tamaño sacrilegio. Los
judíos han sido el pueblo que más ha sufrido y el que más ha contribuido a la
trayectoria del hombre sobre la Tierra. Ahora bien, los cubanos no tendremos
sus atributos pero tenemos el derecho a proclamar nuestro dolor y el deber de
luchar contra quienes nos hagan injusticias.
Y quizás la mayor de todas esas injusticias sea que
quienes se supone que fueran nuestros aliados naturales nos hayan relegado al
basurero de la historia. Para el mundo entero, hace largo rato que Cuba ha sido
declarada un caso perdido. En este mismo instante, Donald Trump y sus voceros
utilizan el fracaso del socialismo venezolano como argumento contra el
socialismo de sus adversarios en la izquierda demócrata. Y eso es correcto.
Pero lo que no es correcto es que raramente se mencione a Cuba como la prueba
más fehaciente del fracaso del socialismo en América. Y, peor aún, como la
madre de la subversión, el odio y la sangre en todo el continente.
Desde sus primeros momentos, los tiranos cubanos
entrenaron y armaron a los guerrilleros que llevaron la muerte y el horror a
Republica Dominicana, Nicaragua, el Salvador, Bolivia, Colombia y Venezuela,
solo para mencionar los pocos países que me vienen a la mente en este momento.
El mundo entero permaneció indiferente cuando Fidel Castro profirió la amenaza
de convertir a la Cordillera de los Andes en la Sierra Maestra del Continente
Americano. Y el maligno lo hizo contando incluso con el consentimiento tácito
de los Estados Unidos.
Pero, como he dicho muchas veces, jamás debemos
dejarnos vencer por la desesperanza. En estos momentos, el péndulo de la
historia se mueve a favor de la libertad en América. Ahí están las victorias
electorales de Jair Bolsonaro en Brasil, Iván Duque en Colombia y Sebastián
Piñera en Chile. Y el milagro de todos los milagros, la inesperada victoria de
Donald Trump en los Estados Unidos.
Por primera vez en varias décadas, los tiranos se
encuentran a la defensiva. Los de mi patria cubana han aprendido que el
"silencio es oro" y constatado su inmenso valor como moneda para
aferrarse a su precaria permanencia en el poder. Mientras apandillados de menor
cuantía como Diaz-Canel y Rodriguez Parrilla lanzan diatribas en Twitter, el
verdadero jefe se mantiene en silencio.
El silencio sepulcral que precede a la muerte cercana
de una horrible pesadilla y de un fracasado experimento. El silencio de un
cobarde pero astuto Raúl Castro que sabe que su régimen es un reloj anacrónico
al que se le acabó la cuerda. Por eso nombró como su sucesor a Diaz-Canel y no
a su hijo Alejandro en un cargo que sabía duraría por muy poco tiempo.
Para aquellos cubanos de mi generación, que desde el
principio optamos por la rebeldía antes que por la sumisión, este es un momento
de alegría colectiva pero no de euforia personal. Nos alegramos de la libertad
del pueblo de Cuba pero lamentamos que esa libertad haya llegado tarde para
tantos miles de patriotas que no serán testigos del inminente amanecer de
libertad. En este largo camino hemos dejado la inocencia política y aprendido
la amarga lección del predominio de los intereses materiales sobre proclamados
ideales de justicia y de libertad. Esta experiencia debe sernos de gran
utilidad en la reconstrucción de nuestra patria y en la realización de que
nadie más que nosotros mismos tenemos el derecho y el deber de determinar los
destinos de Cuba.
Alfredo Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
@AlfredoCepero
No hay comentarios:
Publicar un comentario