Maravillosa noticia que hubo aproximaciones entre gobierno y oposición, auspiciadas por Noruega, y ojalá fructifiquen. No tan buena que se hace en trastienda, luego de años de someter a la gente a un largo lavado de cerebro con chorros de radicalismo e irracionalidad antidiálogo. Naturalmente que las transacciones de los procesos de negociación deben ser secretas, pero no el hecho mismo de estar negociando y mucho menos que lo sean para el resto de la oposición. Malo que ninguno de los factores asuma con claridad que lo que hace es correcto, decente y necesario, sino en medio de mentiras, disimulos y saboteos.
Crean torvos escándalos para distraer la atención. La noticia asombrosa es cómo varios que llevan mucho tiempo denigrando de colaboracionistas y dialogantes, se cambiaron rápidamente de canal sin siquiera ver por el retrovisor. El gobierno anuncia unas ociosas elecciones parlamentarias para provocar al interlocutor. Del otro lado utilizan cagatintas, perros muertos que caminan, para montar trapisondas periodísticas que distraigan la opinión pública de su sorpresa por el cambiazo. Aun así tenemos esperanza de que el diálogo nos rescate de un destino incierto, mucho peor de lo que vivimos en la actualidad, porque otras opciones resultan tenebrosas.
A quienes se han batido por el retorno a la política civilizada, el diálogo, nos han arrojado montañas de tales perros muertos, como diría Isaac Deutscher. Con la irrupción de las redes sociales, calumniar lo hacía la guerrilla comunicacional revolucionaria, que luego se fastidió del trabajo y lo heredaron ciertos grupos supuestamente de la oposición, varios de ellos desde fuera del país, incluido su sargento. La táctica es nacionalsocialista: no discutir planteamientos sino degradar al emisor, pero eso solo funciona cuando el ataque se basa en cosas ciertas y en lugares donde éste no puede defenderse.
¿Publicidad negativa?
Pero si hay algo de pluralismo y posibilidad de responder, se cumple la tesis de Vance Packard, que cita Di Caprio en El lobo de Wall Street: “no existe nada parecido a publicidad negativa. Solo hay publicidad”. De demostrarlo se encargaron Chávez, Trump y Bolsonaro, entre otros. Es de suponer que el o los encuentros de Oslo sean producto de la presión de la comunidad internacional que ya debe estar harta de la incompetencia de los venezolanos para manejar sus problemas, demostrada ampliamente en estas tres décadas del país tomado por camadas consecutivas de destructores.
Para no ir a la historia referimos algo actual: hay financiamientos disponibles del gobierno alemán y la CAF para reparar el sistema eléctrico y solo se requieren las firmas del Ejecutivo y del Parlamento. Nadie lo hace. Los problemas de la gente no parecen importarle a quienes viven inmersos en un debate intestino en el más estricto sentido. Una primera materialización del diálogo, la negociación, el acuerdo o cualquier eufemismo que se use, debería ser esa. De la importante etapa durante la cual la oposición democrática se autoimpuso no hablar de política sino de tales problemas, y triunfó, se ha involucionado hasta la antítesis.
Desde hace tiempo el gobierno tiene 80% de la ciudadanía en contra, con lo que se demuestra que se puede ser una mayoría impotente. En otras palabras, para que una mayoría social sea efectiva, debe convertirse en mayoría política y eso solo es posible con la participación en procesos electorales que convierten los ciudadanos en votantes y los votos en escaños. Fuerzas que no participan de los procesos políticos reales, elecciones, gobernaciones, alcaldías, consejos legislativos y municipales, simplemente están fuera y solo les quedan las manifestaciones callejeras y depositar su esperanza en la machtpolitik, en la prepolítica.
Concentraciones y votos
De muy poco sirven las concentraciones si no terminan en comicios. Francis Fukuyama hace años llegó a esas conclusiones en un ensayo sobre el tema como consecuencia de la experiencia venezolana. La política es un debate en estado práctico entre posiciones diferentes de factores que divergen o coinciden. Unos ganan y otros pierden las batallas por errores y aciertos respectivos. El condotiero, el príncipe moderno, decía Gramsci, es un ente colectivo, aunque la capacidad individual del líder es esencial.
Es el partido político, porque en él se discuten largamente los peligros y las posibilidades desde diferentes ángulos antes de tomar decisiones. Las teorías de historiadores, sociólogos, politólogos, explican el origen, desarrollo y conclusión de los fenómenos, como obra de esas acciones humanas acertadas y desacertadas. Ningún gerente, líder, conductor que merezca este nombre y que dirija grandes empresas, resuelve asuntos importantes sin pasarlos por el filtro de las direcciones, las directivas, los expertos y los consultores.
Y se formula la pregunta esencial. Esta es: ¿cuáles serán las consecuencias de la acción que emprenderé? Si a posteriori no se balancean las resoluciones y se pretende guardar silencio frente al error, no aprendemos. Y uno puede callar los errores, pero no tendrá éxito si pretende que todos lo hagan. Con el advenimiento de la antipolítica y los partidos débiles, en los que los líderes pasaron a ser más bien patrones, el debate se convirtió en crimen y se pide fe en vez de confianza.
Carlos Raúl Hernández
@CarlosRaulHer
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