José Carlos Mariátegui, el filósofo marxista peruano que formuló las tesis sobre el indigenismo latinoamericano como sujeto revolucionario y de la contrahegemonía cultural, decía algo muy cierto: “en condiciones de normalidad la política sólo es administración y parlamento, pero en condiciones de revolución, es el centro de la vida” Pues bien, la política tiene siendo el centro de la vida de los venezolanos casi de forma continua en estos últimos 20 años, lo cual es un desastre y nos ha conducido a un desastre.
Si la política se convierte en la prioridad de las personas, ya sea para adherirse y movilizarse por una causa o para adversarla, se consumen muchas energías, recursos, tiempo y activos económicos en ese proceso, descuidando la producción de riqueza, el emprendimiento y la innovación. La política en términos modernos es la lucha por el poder, lo cual le imprime una dinámica muy competitiva, ruda, descarnada y hasta cruel. Si ella se transforma en el centro de la vida de los ciudadanos, éstos quedan exhaustos, agotados, lo que genera una inmensa fatiga mental e existencial. Ese es, a mi juicio, el verdadero problema de Venezuela en el presente.
El país demanda una inmensa dosis de normalidad, de estabilidad, de certidumbre. La estabilidad no es todo, pero sin estabilidad no hay nada. La lucha entre las facciones del gobierno y de la oposición por la hegemonía nos ha llevado a un disparadero. Dos minorías agresivas tienen atenazado el país. La revolución socialista bolivariana ha agitado a la nación y la ha sometido a una inmensa turbulencia de la que da cuenta la destrucción de buena parte de su músculo económico. Los sectores que la adversan han ido a su terreno del conflicto, una y otra vez, y una y otra vez han salido maltrechos.
La estrategia opositora que arrancó el 5 de enero de este año está muerta, lo único que faltan son sus enterradores. El apoyo de EE.UU y el hecho de que importantes propiedades estatales venezolanas en el exterior, como Citgo, estén en manos del gobierno encargado de Juan Guiadó, es lo que la mantiene sobregirada. A las posiciones que han estado en poder de las fuerzas democráticas y que se han consumido inútilmente en el holocausto de activos políticos ocurrido durante estos 20 años, hay que agregarle la Asamblea Nacional que está a punto de perderse.
Sin otra oposición no habrá otro gobierno. Ya por lo menos sabemos que el problema del liderazgo opositor no es de relevo generacional, sino de visión estratégica de mediano y largo plazo. Mientras más temprano se admita este asunto mejor. Hay que rectificar pero sobre bases nuevas. No hay que recoger los tizones del incendio que pasó, sino prepararnos para las batallas democráticas que vendrán, encarando sobre todo la nueva demografía venezolana debido a los factores de expulsión que han producido la diáspora de compatriotas que están sobreviviendo en el extranjero.
Hay que trabajar con el material que va quedando. Trazarse metas, las cuales deben alcanzarse a través de medios pacíficos, democráticos y electorales, mediante la negociación, el diálogo y el entendimiento, si tal cosa todavía es posible y no estamos a merced del juego de tronos y geopolítico de las potencias. Apostar, por ejemplo, a que procesos como los iniciados con la intermediación de Noruega, lleguen a buen término.
A la izquierda marxista en la década de los 60 del siglo pasado le costó 15 años recuperarse del error garrafal de la lucha armada. Y la rectificación empezó reconociendo el error. Lo cual no fue un ejercicio de autoflagelación sino de intenso debate. Petkoff, Maneiro, Américo, Pompeyo y otros, a través de toneladas de papel con libros, artículos y densas entrevistas construyeron la rica historiografía sobre el período. Se sacaron lecciones, muchas de ellas evitaron que una parte importante de esa izquierda respaldara el golpe militar del 4 F de 1992. Luego, es verdad, el cálculo oportunista hizo que muchos de ellos apoyaran electoralmente a Chávez.
Lo cierto es que hay que admitir que la oposición venezolana ha fracasado, ha sido derrotada política y militarmente. Son dos décadas de hacer siempre lo mismo esperando resultados diferentes. Tanto los que intentaron la absurda vía aventurera, como los que opinamos distinto respecto a estas estrategias pero que no fuimos capaces de evitar que se ejecutaran, nos corresponde responsabilidad por el fracaso.
El régimen revolucionario ganó, por ahora, y tiene posibilidades de estabilizarse si acomete la mutación económica que tímidamente adelanta y por la cual presionan los chinos. Es verdad que el tema eléctrico y del combustible, lo tiene contra la pared, pero no hay indicios todavía de que tal cosa sea terminal. A lo mejor decir todo esto constituye una sobredosis de realismo pero es lo que procede.
En el largo plazo, no es verdad que todos estamos muertos como decía Keynes, sino que la batalla cultural contra el atraso y la barbarie está ganada. Las nuevas generaciones no han comprado el relato socialista revolucionario pregonado desde el poder, sino que más bien los incentivos de corte capitalista y de mercado son los que están presentes en las mentes y los corazones de los jóvenes venezolanos, tanto de los que se fueron como de los que permanecen en el país. La hora más oscura de la noche es la que precede la aurora, como suele decirse. Pues bien, a riesgo de ser iluso, lo digo.
Pedro Elías Hernández
@pedroeliashb
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