Llueven los argumentos a favor y en contra de la negociación- o el diálogo si prefieren- que se inició a instancia de Noruega en Oslo entre el régimen madurista y el gobierno de Juan Guaidó en torno al fin de la usurpación.
Aunque aún no sepamos si es definitiva o no la suspensión de esa iniciativa, no es equivocado arrojar algunas luces sobre las posiciones asumidas en torno a un evento que, si no sirve para más nada, ha permitido airear ante el mundo la inutilidad de mantener tratativas con quien no tiene otra intención que sostenerse a cualquier precio ejerciendo el poder aunque el país se siga hundiendo en la más abyecta pobreza y descalabro económico legal y social.
Este se ha vuelto uno de los más polémicos episodios desde el advenimiento del nuevo liderazgo que ha concitado un entusiasmo y apego popular potente y generalizado. La diatriba entre acudir a conversar con los usurpadores o negarse por completo a interactuar con el régimen, está siendo utilizada tanto por los afectos a la continuación del desastre revolucionario - los chavistas-, como por aquella rama de la oposición que tiene por hobby ponerle peros a cualquier esfuerzo que no sea la intervención extranjera para solucionar los entuertos venezolanos.
Los primeros, pérfidamente apoyan un acercamiento verbal – la reedición de los diálogos del pasado- con el fin de seguir jugando el miásmo jueguito de procurarse tiempo contando con que ello jugaría a favor del desprestigio de Guaidó. Los otros, los partidarios de una inmediata salida de Maduro, abrazan cualquier tesis con tal de que sea a través de la fuerza militar extranjera que logremos salir de la dictadura.
De todas las razones aducidas por quienes ignoran que para poder negociar cualquier cosa en la vida y en la política es preciso que los adversarios conversen, dialoguen o se relacionen verbalmente, el más original y más estúpido ha sido el de descalificar a quien se ha presentado como un facilitador de la tarea: el gobierno de Noruega. Al argumento para hacerlo ha sido el hacer un parangón entre el papel de Noruega en las tratativas de paz colombianas en las que sin duda salió favorecida la guerrilla de las FARC y el caso venezolano. Y allí es donde quienes sostienen la tesis de la responsabilidad noriega en el desacierto colombiano están equivocados de palmo.
En La Habana las dos partes - gobierno e insurgencia- salieron por igual a negociar la regularización de la guerrilla y su retorno a la vida pública colombiana como una fórmula mágica para instaurar la paz, con un mismo norte en la cabeza. Tanto Raúl Castro como Juan Manuel Santos perseguían el mismo fin y no se encontraban en aceras opuestas. Lo que era necesario era hacerle digerir al país una fórmula con apariencia de bondad. Por si lo anterior fuera poco, el mandatario colombiano estaba obsesionado con la obtención del Premio Nobel de la Paz, lo que lo hacía proclive a hacer cuanta concesión fuera necesaria para que las conversaciones concluyeran en esa suerte de componenda y adefesio político y jurídico que al final fue aprobada por el gobierno y rechazada por el electorado colombiano. La mejor muestra de ello es el régimen transicional que se diseñó para hacer el proceso fácil, lo que puede calificarse de total aberración legal, moral y humana.
Así pues quienes señalan ahora a Noruega como artífices de tan monumental desaguisado se equivocan de palmo.
En el caso nuestro, a diferencia del neogranadino, Noruega tendría que hacer gala de una capacidad componedora única, como lo ha hecho en la ocasión de otras negociaciones difíciles, para terminar acercando no posiciones que caminan paralelas sino a dos tesis radicalmente opuestas de manejo de la coyuntura y del futuro del país. A noruega no le faltan competencias para manejar con buen tino las irreductibilidades del equipo de Guaidó y de Maduro. Nos hace falta más conocimiento de la Historia y de sus protagonistas para usar argumentos tan simplistas y banales como la incapacidad del mediador.
Si este proceso está muerto, debemos pensarlo mejor para la próxima. No solo para negociar es preciso conversar y de allí la necesidad, no de una claudicación sino de encuentros políticos adultos y equilibrados. ¿Son los maduristas capaces de tal actitud teniendo como tiene el agua al cuello? Si no hubiéramos sido presas de tanta pasión en temas en los que ella no tiene cabida, habríamos dejado a los noruegos hacer su trabajo en paz.
Beatriz de Majo
@beatrizdemajo1
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