El sistema de confrontación extrema, de aniquilación del contrario, no nos sirve a los venezolanos. Buscamos salir de abajo, no exterminar a quienes piensan o actúan distinto de nosotros.
Una de las causas de la incesante conflictividad política y de la destrucción de la economía ha sido el esquema de lucha de clases adaptado a la idiosincrasia partidista criolla, el creer que persiguiendo y acabando con quienes tomaron o se beneficiaron de decisiones equivocadas resuelve el problema.
Ese procedimiento, aplicado desde el poder los últimos veinte años, ha hecho del país un infierno. Pero curiosamente hay quienes se empeñan en repetir la dosis desde la oposición.
Señalar culpables y perseguirlos sin descanso, con saña, puede ayudar a crear la imagen del vengador implacable que castigará al mal y a los malhechores, reales o inventados. Además, aparta del camino a competidores marcándolos para siempre. Así creen vengar a la sociedad y suponen despejado el camino para su objetivo político. Vieja treta. Nada nuevo bajo el Sol.
La cultura de la confrontación ha tenido grandes aliados en el mundo publicitario. El mercadeo de imágenes, la venta de popularidad y la búsqueda de atajos para la fabricación de “grandes líderes” ha dejado un reguero de odios y enfrentamientos. Es sumamente tentador convertirse en el justiciero y hacerlo ya.
Hasta hace semanas esos activistas plantearon y reclamaron una invasión militar extranjera que pusiera fin a lo que ellos no han podido disminuir ni vencer con las guarimbas, con la agitación permanente ni con la abstención. Por lo contrario, llamando a no votar garantizaron el continuismo de lo que tanto dicen combatir.
Esa ocupación militar extranjera, bajo el eufemismo de “todas las opciones están sobre la mesa”, nos presentó los vergonzosos espectáculos de políticos venezolanos pidiendo audiencias a militares extranjeros y arrodillándose ante países que cargan en su negro expediente haber despojado a Venezuela de territorios mediante tortuosos procederes.
Se aliaron con políticos que en sus países promueven el diálogo y que de la boca para afuera son defensores de la solución pacífica de las controversias, pero para el caso venezolano les venía como anillo al dedo el odio y la violencia promovido por ese tipo de opositores. Así era más rápido para sus intereses.
Para lucir más resueltos y satisfacer cuanto antes la urgente necesidad de cambio que los venezolanos tenemos, reclamaron más sanciones contra el país. Hicieron punto de honor que se impidiera la venta de nuestro petróleo, que se le dificultara a Venezuela el manejo de esa industria y para ello llegaron al colmo de servir en bandeja de plata falsos pretextos para que Citgo saliera del control nacional.
La violencia militar solicitada y la violencia económica practicada han puesto al país en zozobra y a la defensiva. Intentos de rectificación de las malas políticas del gobierno son inviables en ese contexto. Las sanciones no han sido la causa de la destrucción del aparato productivo, pero todo lo empeoran.
Criminal esa estrategia de un sector poderoso de la oposición de ir contra Venezuela con tal de desgastar y disminuir al gobierno que se quiere desplazar.
Enrarecieron el ambiente político, amellaron y oxidaron sus partidos en el entreguismo. Pisotearon sus viejas proclamas anti-imperialistas. Pero los resultados no llegaron. Todo fue mentira.
Queda atrás la ficción de la unidad total de la oposición. Ese concepto debe ser replanteado. La unidad ha de ser alrededor de la recuperación de Venezuela. Gran esfuerzo de autocrítica y de contrición deben llevar adelante quienes en su ceguera pidieron que ejércitos extranjeros mancharan nuestro suelo y reclamaron que otros países asfixiaran nuestra ya debilitada economía.
Satanizaron el diálogo, aunque fueron los responsables de sus primeros fracasos. Hoy, después de estas amargas experiencias y nuevas frustraciones, el país conviene en que la negociación es la única salida.
Con confrontación extrema no hay nada. Ni inversiones para recuperar la economía, ni transición ni cambio.
El único resultado inmediato que podemos alcanzar pacíficamente en beneficio del país es aunar voluntades para crear un entramado de distensión política. La crisis económica; la represión y los presos políticos; el golpismo y los llamados a intervenciones militares extranjeras; la inseguridad jurídica y el abuso de poder; la recuperación del funcionamiento de la Asamblea Nacional; la conclusión del trabajo de la Asamblea Nacional Constituyente; recuperar la confianza en el Consejo Nacional Electoral. Esos son, entre otros, los temas que se convierten en material de trabajo para construir un país en el que la política sea para tomar decisiones provechosas y no para seguir cavando un oscuro hoyo que conduce a la nada.
La transición comienza con la distensión política. Sin distensión no hay cambio. Comencemos ya.
Claudio E. Fermín
@claudioefermin
claudioefm@gmail.com
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