La transferencia de la banda y el collar presidencial de Rómulo Betancourt a Raúl Leoni Otero, el 12 de marzo de 1964, presenta la imagen de la época civil y de una democracia en el camino de consolidación. La entrega del poder de un presidente electo mediante el sufragio universal directo y secreto a otro electo de la misma manera le permitió a Betancourt cumplir su promesa de que no estaría en el poder “ni un día más, ni un día menos” de los previstos en la Constitución. Este simbólico hecho, hasta ese momento inédito en nuestra historia constitucional, refleja una característica esencial de todo régimen democrático: la alternancia y transmisión pacífica del poder. (Esto último está actualmente afectado por el deseo revolucionario de gobernar a perpetuidad).
A esta importante característica se le debe añadir la estabilidad política y, especialmente, el control civil sobre el militar. Raúl Leoni demostró que la democracia venezolana había logrado alcanzar ambas, pues al final de su período le entregó el poder a Rafael Caldera, candidato del partido contrincante al suyo.
El presidente Raúl Leoni ejerció la política con amplitud y respeto por los valores constitucionales. La sucesión del poder de Betancourt a Leoni tiene importancia capital, además –hay que insistir– de lo mucho que significó la entrega del mando presidencial entre dos presidentes demócratas elegidos mediante el sufragio, porque gracias a la Constitución de 1961 no había sucesión presidencial inmediata, sino que se debía esperar dos períodos. Posteriormente la historia demostró que habría sido más sano permitir la sucesión por una sola vez y limitar el período presidencial a cuatro años. Betancourt, luego de su elección en 1958, gobernó durante un período y renunció a la posibilidad de optar nuevamente a la candidatura presidencial cuando la Constitución se lo permitiera. La espera de dos períodos durante los cuales el ex presidente permaneciera concentrado en un nuevo mandato, fue más bien factor de perturbación y de conflictos para sus partidos.
Aunque podría pensarse que Betancourt no apoyaba a Leoni para su sucesión, sino más bien a Luis Augusto Dubuc, los hechos apuntan en otra dirección por el respeto que le tenía Betancourt a Leoni, y por el sólido apoyo que le brindaban Luis Beltrán Prieto Figueroa y el dirigente sindical Augusto Malavé Villalba. Esto no es de extrañar, porque Leoni entendió la trascendencia del sindicalismo dentro de AD, al punto de haber sido funcionario de la Organización Internacional del Trabajo. Por otra parte, importa destacar que Betancourt se marcha a vivir a Europa para evitar a Leoni la presión que podría significar su presencia en Venezuela.
Para recordar estos hechos, el historiador Tomás Straka, con la lucidez que lo caracteriza, dictó una charla en la Fundación Rómulo Betancourt, el 5 de junio pasado, sobre Raúl Leoni. Lo hizo en presencia de Carmen Sofía y Luisana Leoni Fernández, hijas del ex presidente. Fue una oportunidad para escuchar y conversar sobre aspectos inéditos de la vida de un hombre que ejerció la política con prudencia, coraje, probidad y respeto por los valores republicanos y familiares.
Hasta su llegada al poder, Raúl Leoni había vivido a la sombra de Betancourt, pero como presidente se elevó sobre los intereses partidistas para alcanzar el talante de estadista. En efecto, en los cinco años de su gobierno, Venezuela desarrolló una política exterior de logros importantes, como la firma del Acuerdo de Ginebra entre Venezuela, el Reino Unido y la Guayana Británica (17-2-1966); hubo crecimiento económico y demográfico, y estabilidad política.
Cuando Leoni asciende al poder, la democracia venezolana no había dejado de recibir las agresiones de Fidel Castro, quien tenía una obsesión por el petróleo venezolano. Esto quedó evidenciado con “el desembarco de Machurucuto”, operación dirigida por el propio Castro y que incluía guerrilleros venezolanos y militares cubanos, y, por fortuna, derrotada por el ejército venezolano. Al presidente Leoni, apoyado sin vacilar por el poder militar, le tocó vencer definitivamente a la guerrilla y abrir las puertas de la pacificación. En esto último no pudo hacer más, debido a que las Fuerzas Armadas volcaban sus energías en la lucha contra la insurgencia comunista. No era posible tomar este tipo de decisiones sin la aprobación del sector militar, que libraba una lucha incansable contra el castrismo. Pese a estos inconvenientes, Leoni inició un proceso de pacificación que luego terminó el presidente Rafael Caldera.
Durante el mandato de Raúl Leoni destacó la presencia de su esposa, Carmen Fernández (“doña Menca”), que popularizó la expresión “primera dama” para distinguir a la cónyuge del presidente. La primera dama no se inmiscuía en los asuntos de gobierno. Esta pareja fue un homenaje al matrimonio ideal, basado en la solidaridad y en el compromiso con los elevados valores de la familia venezolana. La discreción y la sobriedad fue rasgo distintivo en esta pareja presidencial.
Leoni creía en los acuerdos políticos y en la idea de compartir el poder, lo que fue la esencia del Pacto de Puntofijo. El presidente se formó al calor del mejor sindicalismo posible, lo que le dio los instrumentos necesarios para la negociación y el compromiso, que fue lo que caracterizó a su gobierno. Además de las razones políticas, era necesario repartir la renta petrolera en búsqueda de la estabilidad institucional. Los adecos aprendieron de los errores cometidos durante el trienio (1945-1948), caracterizado por la hegemonía de AD y el sectarismo.
En vista de que Copei pasa a la oposición y AD pierde en 1964 el control de la Cámara de Diputados, bajo el impulso del ministro de Relaciones Interiores, Gonzalo Barrios, el gobierno busca una alianza, lo que cristaliza el 5 de noviembre de 1964 en lo que se llamó “Ancha Base”, con la que entran al gobierno Unión Republicana Democrática (URD) y el Frente Nacional Democrático (FND), partido surgido de los distintos grupos que apoyaron a Arturo Uslar Pietri en las elecciones de 1963. Esta alianza tuvo una vida corta en vista de que el FND, constituido por una amalgama de propuestas políticas incompatibles entre sí, decidió salir del gobierno en marzo de 1966.
Leoni concluye su gobierno con la entrega de los símbolos del poder al candidato del partido opositor: Rafael Cadera. Y ello a pesar de la escasa diferencia de votos; inferior a 30.000. Así, el cambio del mando es entre dos ex funcionarios de la OIT: otro hecho inédito en nuestra historia. Esta segunda imagen evidencia un sistema democrático ya consolidado y, al parecer, de larga proyección en el tiempo, porque respetaba el principio democrático de la alternancia en el poder y era respetado por el sector militar.
Posteriormente, y debido a los errores cometidos, como no haber prestado suficiente atención al proceso de adoctrinamiento que se estaba produciendo en las Fuerzas Armadas, salieron a flote los demonios de la democracia, para derrumbar lo que se había logrado a fuerza de intuición, esfuerzo y madurez política. El sistema de partidos inició un proceso indetenible de agotamiento hasta que saltaron los demonios del militarismo para hacer renacer nuestra eterna dolencia: el predominio del sector militar sobre el civil.
En la hora presente, conviene que la cultura política venezolana conozca y reconozca a una figura sobresaliente de la democracia, como lo fue Raúl Leoni.
Ramón Escovar León
@rescovar
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