jueves, 18 de julio de 2019

ALFREDO M. CEPERO: LA EROSIÓN DE LA NACIONALIDAD AMERICANA.(DESDE ESTADOS UNIDOS)

La nación es un concepto que ni se mide ni se toca pero es un ideal que identifica y reúne a numerosos seres humanos en la búsqueda del bienestar y de la felicidad colectivos.

Si en algo coinciden los multimillonarios globalistas y las multitudes renuentes a ganarse la vida con el sudor de su frente en los Estados Unidos es en su odio al concepto de nación americana. La nación es un concepto que ni se mide ni se toca pero es un ideal que identifica y reúne a numerosos seres humanos en la búsqueda del bienestar y de la felicidad colectivos. Por ese ideal los hombres renuncian a sus egoísmos y llegan al sacrificio supremo de ofrendar la vida. A través de la historia, esos hombres han sido la piedra angular sobre la que se han edificado grandes naciones y avanzadas civilizaciones.

Por otra parte, el concepto de nación es un obstáculo para quienes tienen como único objetivo la promoción de sus intereses económicos, el incremento de su poder partidista o la satisfacción de sus necesidades personales. Los multimillonarios globalistas han sustituido el amor a la patria por la veneración de su cuenta bancaria. Los holgazanes están dispuestos a sacrificar su libertad personal a cambio de la falsa seguridad que les proporciona un estado prepotente y supuestamente benefactor.
Para ambos la nacionalidad es una mala palabra y la ciudadanía es un concepto obsoleto. Algunos forman parte del Partido Republicano pero la mayoría milita en el Partido Demócrata.

Esa es la razón principal para la oposición masiva e irracional a los deseos de Donald Trump de incluir una pregunta sobre ciudadanía en el próximo censo pautado para el 2020. Dicho sea de paso, diez censos anteriores habían formulado esa pregunta, incluyendo el censo del año 2000 bajo la presidencia de Bill Clinton. Nadie en aquel momento dijo que la pregunta sobre ciudadanía era inconstitucional porque no lo es y porque la constitución no ha cambiado desde entonces.

De hecho, si quienes se oponen a la pregunta se tomaran el trabajo de leer el Artículo 1, Sección 2 de la constitución verían que la misma ordena que se realice un censo cada diez años. Es más, el primer censo posterior a la Revolución Americana fue hecho en 1790, cuando Thomas Jefferson era Secretario de Estado. Y a partir de ese momento, se han efectuado 22 censos en los Estados Unidos.
Ahora bien, aunque la constitución no ha cambiado, lo que sí ha cambiado es el Partido Demócrata. Nos dicen de pronto que es ilegal por parte del gobierno preguntarnos si somos o no ciudadanos de los Estados Unidos. ¿Por qué? Por la misma razón por la cual se oponen a toda iniciativa del Presidente Trump. Porque nos dicen que la pregunta es racista. La realidad es que la pregunta sobre ciudadanía no lo es. No puede ser racista una pregunta que se aplica a todo el mundo por igual ya sea el individuo hondureño, noruego, congolés o coreano. Es una pregunta que no tiene color, pero los demócratas no están  interesados en esa nimiedades.

En lo que sí están interesados los demócratas es en adquirir y acumular poder. Un poder comprado otorgando beneficios a inmigrantes ilegales con fondos proporcionados por los impuestos sobre los ciudadanos norteamericanos.  Por eso se oponen a una pregunta que restaría el número de residentes con los cuales son justificados millones de dólares en fondos federales para sus potenciales votantes.
De ahí la importancia de incluir en el censo una pregunta que determinaría la cantidad exacta de inmigrantes ilegales que viven en los Estados Unidos. Sólo hay especulaciones porque nadie tiene una respuesta específica. Los estimados podrían ir desde los 11 millones que todos repiten como cotorras hasta los 50 millones. Una vergüenza que un país supuestamente avanzado no tenga unas estadísticas exactas sobre las personas que viven dentro de sus fronteras.

Honestamente, nadie tiene la menor idea. Durante los últimos dos años el gobierno de Trump ha estado tratando de obtener una respuesta con la inclusión de una simple pregunta en el censo de 2020. Pero los demócratas detestan la idea. Si los norteamericanos supieran la cantidad exacta de inmigrantes ilegales que reciben beneficios gubernamentales en los Estados Unidos se desataría una rebelión ciudadana.

Lamentablemente, el ataque a la nacionalidad americana no se limita a las objeciones sobre la inclusión de la pregunta sobre ciudadanía en el censo. Los ocho años de Obama en la Casa Blanca sirvieron de estímulo a muchos activistas que odian las instituciones económicas, jurídicas y políticas que han hecho grande a esta nación. Profesionales en la prensa, los medios sociales, los deportes y las artes la emprendieron contra el himno, la bandera y las figuras de la historia norteamericana. Estos apátridas saben que, despojadas de esos símbolos, las naciones desaparecen.

Uno de ellos fue un mariscal (quaterback) fracasado en el deporte de futbol americano llamado Colin Kaepernick. Frustrado por la inminencia de la  pérdida de su trabajo, este individuo decidió mantener notoriedad con su negativa a escuchar en atención el himno de los Estados Unidos. Cuando escuchó el himno se plantó de rodillas. Muy pronto otros jugadores de la raza negra y hasta algunos blancos imitaron su ejemplo argumentando que esta era una sociedad racista. Los dueños de los equipos se dejaron intimidar y no tuvieron el coraje necesario para despedirlos.

La rebelión contra los valores nacionales ha llegado incluso a las escuelas de primera enseñanza. Algunos maestros han suprimido el acto de lealtad a los Estados Unidos (Pledge of Allegiance) al inicio de las clases. Unas palabras edificantes que no pueden resultar ofensivas a ningún residente de este país. "Yo juro lealtad a la bandera de los Estados Unidos de América y a la república que la misma representa, una nación bajo la protección de Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos".

Otros apátridas la han emprendido contra estatuas y monumentos representativos de la gloriosa historia de los Estados Unidos. Entre las estatuas y monumentos señalados para destrucción se encuentran nada menos que el Memorial a Jefferson en Washington D.C., estatuas en el Capitolio Nacional y los rostros de cuatro presidentes norteamericanos (George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln, and Theodore Roosevelt) esculpidos en Mount Rushmore. Sin estos cuatro próceres no existirían en los Estados Unidos las libertades que permiten a sus críticos pedir hoy la destrucción de sus monumentos históricos.

La idea, por otra parte, es contraria a la opinión de la mayoría de los norteamericanos. El 62 por ciento de los ciudadanos opina que dichos símbolos deben de ser respetados mientras que sólo el 27 por ciento respalda la iniciativa. Pero, como de costumbre, la izquierda fanática no tiene la menor inhibición a la  hora de promover causas impopulares.

Otras que no se han quedado atrás son las jugadoras de futbol soccer que representaron recientemente a los Estados Unidos en el último campeonato internacional. Se comportaron como personas arrogantes, ciegas e ignorantes que restaron brillo a sus logros deportivos para expresar una radical ideología política. La capitana del equipo, Megan Rapinoe, no sólo rechazó la invitación a la Casa Blanca sino se negó a cantar el himno nacional de los Estados Unidos en la ceremonia de entrega de premios.

Pero la tapa al pomo la puso la compañía de calzados Nike, cuando optó por anteponer utilidades comerciales a su respeto por la historia norteamericana. Con motivo de la celebración de la independencia norteamericana el 4 de julio, la compañía puso a la venta un calzado donde desplegaba la imagen de una bandera norteamericana de trece estrellas conocida como la bandera de Betsy Ross. Cuando el tarado de Colin Kaepernick calificó la bandera de racista la Nike la retiró del mercado. Lo preocupante es que, a pesar del boicot de sectores conservadores, la venta fue todo un éxito y la Nike terminó con un amento del 6 por ciento en sus utilidades. Ante esta crisis generalizada de valores, principios y patriotismo, no queda otra alternativa que pedir a Dios que proteja a América de los judas que se proponen destruirla.

Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
@AlfredoCepero

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