Siempre me ha llamado la atención la poderosa atracción que sobre la gente ejercen las imágenes. Los publicistas no pueden prescindir de ellas porque conocen del fenómeno y sus ingresos dependen de ese factor. Y me ha llamado la atención porque las imágenes no despliegan en mi ningún efecto similar, sino que -al contrario- me producen un rechazo que se acentúa cuanto más se abusa del recurso en medios periodísticos y literarios.
Los editores de diarios y revistas y -en una medida menor- los libros más populares (salvo para ciertos renglones, por ejemplo, libros infantiles) saben que si no incluyen dibujos, ilustraciones y fotografías no se consiguen ventas masivas. Curioso.
A la inversa, a más de un lector de mi sitio web le ha extrañado que no tenga ni una sola imagen en el mismo. Ante la sorpresa contesto la principal razón (además de la técnica respecto de que las imágenes hacen mucho más lenta y más pesada la carga de la página): y es que me interesa que el sitio sea visitado por lo que se expresa en cada artículo y no por como esta ilustrada la página.
Aplico a mis publicaciones la misma regla que sigo cuando leo las ajenas. Personalmente, me molestan los sitios webs con abundancia de imágenes: me dificultan la lectura, porque me causan distracción recurrente, especialmente si las imágenes no guardan relación con el texto que pretenden ilustrar. Y más aún si son de mal gusto o grotescas, cosa que se ve con demasiada frecuencia en internet. Confieso que esto me sucede desde pequeño.
Efecto similar me provoca la televisión, la que raramente, por no decir prácticamente nunca, veo. Siempre me ha originado un efecto soporífero, haciéndome recordar una frase que se le atribuye a Groucho Marx, por la que decía: "La televisión es muy educativa. Cada vez que alguien la enciende me voy a leer un libro a otro cuarto".
A pesar de que evito ver TV, me entero de los contenidos televisivos accidentalmente y de manera involuntaria, porque todo el mundo en las redes sociales y en las charlas familiares es casi de lo único que habla. Es decir, no tengo escapatoria. Si a ello le sumamos el contenido baladí de la gran mayoría de los programas de TV que parece irse degradando con el transcurso de las semanas (ya no se diga de plazos más largos que este) mi aversión por la TV no puede ser mayor también y de la misma manera progresiva.
Todo esto puede deberse -posiblemente- a un problema personal. Por alguna razón que no tengo bien en claro, me atrae y disfruto muchísimo más la lectura de textos corridos (aunque sean largos) que las imágenes y el audio. Y nunca creí en aquello que para mí es solamente un mito famoso que dice que "una imagen vale mil palabras" porque tengo por cierto que ello es falso. O, al menos, en mi caso lo es.
La expresión esta acuñada con la intención de "demostrar" la supuesta superioridad explicativa de las imágenes por sobre las palabras. Pero es -como digo- nada más que un mito popular y ninguna otra cosa más que eso.
Juzgo que bastará un simple ejemplo para probar semejante falacia, aunque se pueden dar centenas de ellos. Supongamos que en algún sitio se exhibe una foto de Hitler. Para mí, esa imagen evoca las siguientes palabras: asesino, criminal, genocida, dictador, inmoral, etc. Pero, la misma foto, a los ojos de un nazi, seguramente despertaran palabras como líder supremo, héroe, conductor, gran nacionalista, patriota, ejemplo a seguir, etc. Ergo, la supuesta "elocuencia" de las imágenes es nada más que uno de los tantos mitos vulgares que la gente acepta sin ningún tipo de análisis crítico ni reflexión. Excepto que se quiera decir con ese eslogan que una misma imagen puede sugerir todas las palabras y vocabularios posibles, incluyendo sus antónimos, con lo cual no se está explicando nada, y no resulta posible aprender absolutamente nada con el sólo contemplar una imagen, lo que se extiende no exclusivamente a fotos sino también, por supuesto, a videos y películas, los que a cada una de las personas que los ven les dejan mensajes completamente diferentes, algunos quizás más parecidos a otros pero nunca iguales, de acuerdo a cuál es la cultura que informa a esa persona, la que incluye su educación, ideas políticas, económicas, y -naturalmente- la conformación de la psiquis de su mente, la que únicamente puede ser conocida por sus manifestaciones exteriores.
La imagen, por si sola, adolece de la falta del elemento racional que explique el fenómeno que se quiere ilustrar con ella. Lo que meramente puede conocerse por métodos discursivos, que son ajenos a la imagen, y se expresan exclusivamente por medio de la palabra hablada o escrita. No existe otra vía para ello.
Incluso los gráficos, cuadros, tablas y diagramas en libros de textos, que son muy útiles, no lo serian si no van acompañados de las pertinentes explicaciones en lenguaje convencional.
Una imagen (no importa -como digo- si ésta es estática o está dotada de movimiento) tiene bastante similitud con las palabras o frases sacadas de contexto. Con ellas, se puede decir prácticamente cualquier cosa, por muy falsa que sea y por muy reñida con la realidad de lo que quiso decir el autor fuere.
Pero esto no simplemente me sucede con las fotografías ajenas, sino también con las propias. Siempre me pareció (y me sigue pareciendo así) un acto de narcisismo exacerbado exhibir mis propias fotografías en mis publicaciones o sitios. De hecho, tengo muy escasas fotografías de mi persona (cosa que sorprende a quien se lo diga o lo note) y casi todas ellas tomadas por terceros (y siempre a su incesante insistencia). Jamás me he auto-fotografiado, nunca me he sacado una selfi en mi vida. Y me resultaría muy gracioso si alguna vez me viera forzado a hacerlo (cosa que no imagino que pudiera suceder). Lo cual -debo aclarar- no es una crítica a quienes lo hacen (que digamos son el 99% de las personas) sino que, posiblemente, constituya un defecto personal propio, en rigor, uno más de los otros que pudiera tener. Pero lo cuento para que no se piense que mi aversión natural o indiferencia a las imágenes se reduce a las de otros, sino que incluye las mías propias.
Gabriel Boragina
@GBoragina
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